FAMILIA POLÍTICA
“Aquél a quien los dioses quieren destruir,
primero lo vuelven loco”.
(¿Eurípides?)
El poder humano y el divino tienden a identificarse en quienes los ostentan, o detentan, en la tierra. Desde el pequeño jefe del pequeño clan, cuando asume el mando, acepta vivir en el engaño que representa mirar al mundo a través de los ojos de sus colaboradores más cercanos. El delirio de grandeza es la primera tentación que los dioses utilizan para desestabilizar a todo aquel humano que pretenda competir con ellos, sin pertenecer al reino de los inmortales. La jerarquía y la distorsión se encuentran en relación directamente proporcional, en aquéllos que buscan su trascendencia por los intrincados caminos del triunfo, en cualquiera de sus expresiones: política, económica, religiosa, académica, artística, deportiva, etcétera.
Vale recordar que, en la Roma clásica, al emperador se le conocía como “El Divino César”; esto es, la línea divisoria entre los seres imperecederos y los hombres con enorme poder terrenal, prácticamente desaparecía. Es importante establecer la diferencia entre lo que el gran gobernante quiere que el pueblo crea de él y sus propias convicciones; recuérdese la clásica figura del esclavo que Julio César tenía, exclusivamente para tirar de su túnica en los momentos de mayor gloria guerrera o retórica, al mismo tiempo que le decía: ¡acuérdate que eres mortal! Seguramente, el pobre esclavo llegó a sufrir los efectos de sus impertinentes palabras, ante un amo convencido de su propia grandeza y trascendencia.
En esta misma línea se encuentra la infalibilidad del Papa; él, tiene que creer y ejercer los dogmas de la iglesia que gobierna. Es infalible por decreto y no puede humanamente renunciar a ese atributo inherente a su alta investidura. Es el “Santo Padre”, debe actuar como tal: lo crea o no lo crea.
Imagínese el lector, los cargos de consciencia que atormentarían a los inquisidores españoles, sin la convicción de que sus crueles órdenes (que llevaron a la hoguera a más de dos mil mujeres acusadas de brujas, en un solo año, 1490) provenían directamente de las entidades superiores. Al hacer suyas las decisiones, compartían la esencia del Dios, en cuyo nombre descargaban sus culpas.
En otro escenario, el emperador de los Aztecas tenía una triple potestad: jefe del estado, jefe del ejército y sumo sacerdote. Ejercía un absolutismo medieval.
Los recovecos del poder; desde la minúscula aldea hasta los majestuosos palacios medievales, renacentistas o contemporáneos, exigen de sus protagonistas actitudes histriónicas; los protocolos en La Corte y aún la austeridad republicana, deben cumplirse so pena de la reprobación y el ridículo que un pequeño detalle puede traer consigo, por desconocimiento de un ceremonial o la inobservancia involuntaria de una norma. El guion está escrito, aún las celebridades deben someterse a él.
Sin duda, los tiempos cambian; hasta las sociedades más conservadoras caen en tentación y aceptan que se rompan ciertos cánones de etiqueta, antes sacralizados. Por ejemplo, la Academia Sueca se atrevió a otorgar el premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, este personaje dio muestras de inmunidad ante “la divina locura” (tardó quince días en aceptar una presea, que cualquier escritor serio hubiera aceptado de inmediato). En este mismo foro, el filósofo francés Jean Paul Sartre, declinó el Premio; Gabriel García Márquez se presentó a la formalísima ceremonia, vistiendo una elegante guayabera colombiana.
Los grandes actores se obligan a penetrar en las características psicológicas, humanas o divinas del personaje, real o ficticio, que deben interpretar. Mientras más lo estudian, más renuncian a su propia personalidad; usurpan, temporalmente, una identidad que no les corresponde. Los hombres de éxito se condenan a interpretarse a sí mismos. Si la desmesura (hybris, en el sentido griego) los atrapa, pueden caer para siempre en la locura: tentación, seducción, fascinación, narcisismo… son redes que los dioses tejen para enredar a los débiles de espíritu.
Hay que releer o ver en el teatro la obra “El Gesticulador” de Rodolfo Usigli, para recordar el fenómeno que se da cuando el rostro real se funde sincréticamente con la máscara de lo irreal, por obra y gracia de un artificio de los dioses juguetones.
El histrionismo se vale como método para seducir a las masas, por ejemplo, un actor puede interpretar a Dios, siempre y cuando no se crea Dios.
CITA:
El delirio de grandeza es la primera tentación que los dioses utilizan para desestabilizar a todo aquel humano que pretenda competir con ellos, sin pertenecer al reino de los inmortales.