“EL MORRONGO”

Raúl Hernández Pérez era un niño señalado por el destino, separado por los demás, por un defecto físico: había nacido jorobado. Cuando fue creciendo los muchachos del barrio le pusieron varios apodos. Unos le decían “El Camello”, otros “El Siete”, pero como les llevaba de comer a los mineros le pusieron “El Morrongo”.

Las muchachas en la escuela se burlaban de él. No lo querían ni como amigo; lo trataban mal y con desprecio. Luego él se las veía negras con los maestros porque era muy burro.

Se había resignado a su suerte, y buscaba la forma de ser feliz a su manera, a pesar de que le daban vida de perro. Los mineros le mentaban la madre y le daban de patadas cuando se tardaba con su comida.

Su papá era un minero de la mina de San Juan, le decían “El Médico” porque era muy bueno para curar el pulque de cacahuate, de tuna, apio, alfalfa. Siempre que llegaba a su casa no dejaba de pelear con su vieja Margarita, una mujer que no se dejaba y también era mal hablada.

–         Tú, cabrona, tienes la culpa de que mi hijo haya nacido jorobado. Nunca te lo voy a perdonar.

–         Yo por qué, pendejo. Ha de haber sido por tus malditas borracheras. Siempre que llegabas así me agarrabas a la fuerza.

–         No mames, no hacías las cosas bien, todo de mal humor, me salías con que te dolía la cabeza, que muy cansada, que no querías porque olía a pulque, y lo hacías de mala gana. Y ahí tienes la chingadera: tu hijo nació jorobado.

–         No, chiquito, no me quieras cargar a mí el muerto. Nuestro hijo está jorobado porque heredó a tu

madre.

–         Eso no lo creo, mi jefa está jorobada pero de tanto trabajar y por sus años ya se dobló, más no es de nación.

–         Bueno, y ahora qué quieres hacer.

–         La situación está de la chingada, y hay que buscarle un trabajo.

–         Mételo a la mina.

–         No mames, pinche vieja, cómo lo voy a meter, si el

doctor de la compañía, al pasar el reconocimiento médico, no acepta si llevas un barro, cuantimás una joroba. De haber sabido, desde que nació le hubiera dicho a tú mamá, como está nalgona, que se sentara en él para que lo enderezara. Como estaba fresco hubiera quedado bien derechito.

–         Lo que habías de hacer es no faltar a tu trabajo, dejar de tomar, chupas que parece que el pulque se va a terminar. Debes de ser más responsable en tu casa y cuidar a tu hijo. Pobrecito, no sabes el susto que le metieron los pinches policías cuando entraba a la escuela, con eso de su “Operación Mochila” querían que se la quitara a huevo para revisarla. Se lo querían llevar al tribunal de menores porque no se dejaba. Lo saltaron cuando se dieron cuanta que era su joroba.

–         No te hagas de la boca chiquita. Dios nos mandó este castigo por borracho. Desde que te conozco hace más de 20 años, dos veces te he visto en tu juicio. Te crees la gran cosa, como si de veras la hicieras, y ten mucho cuidado con  lo que te voy a decir: por ahí me dijo un pajarito que le quieres llegar a las nalgas de la chalupera. Te han visto que cuando termina de hacer sus chalupas limpias la mesa y le llevas agua para que se lave sus manitas. Pero me cae que un  día de estos, cuando menos lo esperes, te voy a dar tu espiadita, y nada más te caigo en cualquier movida chueca, hasta ahí pintas tu raya. Te vas de la casa para siempre, pero te llevas a todos tus hijos. Tú me conoces, cabrón, que yo no sé perdonar.

–         No mames, pinche vieja, conmigo no sabes a lo que le tiras. Así como me ves, pregunta en la mina, quién soy, y te vas a quedar con el hocico abierto cuando te digan que soy el más chingón de toda la mina. No me aviento para secretario general del sindicato porque no me gusta ser charro.

–         Cállate el hocico, que ya me encabronaste por echador. Cualquiera que te escuchara lo creería, pero yo que te conozco como la palma de mi mano, para mí eres un  pendejo. Y si sigues chingando de que mi hijo está jorobadito, te voy a dejar más jorobado que él, dándote de palos en tu lomo.

Pancho “El Médico” quedó herido en sus sentimientos. Se paró de la mesa y se le puso en guardia a su vieja greñuda, gritándole:

–         Hazlo, pendeja, atrévete a levantarme la mano y hasta ahí pintas tu calavera. Estoy admirado que después de tantos años, no sabes con quién te estás poniendo.

–         A mí no me apantalles, güey. Todavía no nace el cabrón que me rete.

Margarita agarró la tranca de la puerta y con todas sus fuerzas se la azorrajó al “Médico” en la cabeza, que hizo los ojos bizcos y cayó al suelo parando las patas. Con furia, le dio otros palos a medio perro. Estaba tan enojada, que quería terminar su obra mandándolo con los diablos. Sus vecinos, que eran sus compadres, al escuchar las mentadas de madre que le decía, entraron al quite, y lo salvó la campana.

–         Ya, comadrita, déjelo, lo va a matar.

–         Eso es lo que quiero. Ya me tiene hasta la madre este cabrón.

En esos momentos entró “El Morrongo”. Al ver a su papá tirado, le preguntó a su jefa:

–         ¿Qué le pasó a mi papá?

–         Se cayó, ya ves que siempre llega tomado.

–         Le está saliendo mucha sangre de la boca.

–         No es sangre, hijo, está vomitando el pulque, ha de haber tomado curado de tuna. Ve a la cantina y trae tres litros de pulque para que se los lleve mañana a trabajar.

Los compadres se despidieron. Nunca habían visto a Margarita tan furiosa.

–         Ya nos vamos, comadrita. Parece que ya arregló su bronca con mi compadre. Déjelo descansar y cúrele la cabeza, porque le sale mucha sangre.

–         Gracias por haberlo salvado. No sé qué me pasó. Estaba ciega de coraje. Si ustedes no meten su cuchara, me cae que me lo hubiera echado a punta de madrazos. De una vez que se lo llevaran al panteón.

Pasaron los años. En el periódico anunciaron que necesitaban jóvenes para el trabajo de la mina. Se fue a apuntar Raúl “El Camello” para pasar el reconocimiento médico. A todos admitieron, menos al “Morrongo”, que ya tenía 18 años.

Entre sus cuates le pasaron un tip: que en la mina de Cuixi estaban aceptando a todos, no importaba su defecto.

Los estaban contratando a puerta de mina. Sin pensarlo,  se acercó Raúl y le dieron trabajo.

La mina del Cuixi era un terrero que se trabajaba a golpe de barreta y se acarreaba el mineral cargándolo en costales, transportándolo en el lomo. Con sus amigos estaba muy feliz porque ahí no había críticas. Al pasar el tiempo, le tuvo que entrar a la bebida porque era necesario para que se le amacizara el cuajo y se pusiera bien ponchado, pues el trabajo era muy pesado. Un día que estaba en la cantina, chupando melón más que su jefe porque en la joroba guardaba unos litros para curársela, platicaba una de sus experiencias con sus compañeros:

–         Barrenábamos a golpe, unos 70 centímetros de profundidad por una pulgada de ancho, había hecho aproximadamente como 80 en los dos turnos; los cargamos y prendieron la mecha de la dinamita y nos salimos, pero unos compañeros pasaron por ahí y explotó.

–         ¿Se murieron?

–         Ni pelos dejaron. Ya me da miedo entrarle a la mina, pero luego pienso dónde voy a trabajar, o más bien, quién me va a contratar.

Le dijo “El Pato”:

–         Los cuates que se mataron, cómo los sacaron.

–         En costales, porque no había ni una camilla. Dicen que volaron en pedazos.

No faltó un mamón entre los cuates que estaban chupando:

–         Habías de esperar una tronada y cuando vaya a explotar te volteas, a ver si te vuela la joroba.

–         Te voy a voltear la madre de un madrazo si no te callas el hocico.

Comentó “El Viejo”:

–         Yo estoy rengo, y le doy gracias a Dios y a mi contratista de la mina, que a pesar de tener este defecto de que tengo una pierna más grande que la otra, me acepten a trabajar. Me contó mi jefa que nací de pies, y la vieja pendeja de la partera me jaló de una sola pata. Mi compadre “El Pirata” está trabajando conmigo, y le falta un ojo. Y pasan accidentes porque no estaban al cien por ciento del cuerpo. La otra vez que empujábamos un carro de mina, iba un cabrón en medio de la vía y para no llevárnoslo de corbata, le chiflábamos y no nos hacía caso. Tuvimos que hacer que el carro se saliera de la vía para no partirle la madre. Era “El Chorejo”. Este güey estaba pero bien sordo. En una parte está bien porque así no escucha a su vieja.

Dijo el secretario general del sindicato que ya no iba a aceptar a mineros defectuosos porque le causan muchos problemas. Tú, “Morronguito”, no es que estés defectuoso; lo que pasa es que tienes el corazón muy grande y se te salió por atrás, pues eres buen cuate.

“El Morrongo” se tomó la jarra de un solo trago, y se acercó a sus compañeros que estaban en la pulquería, y les dijo:

–         Mira, hay personas que reniegan de cómo nacieron, pero Dios sabe lo que hace, y muchas veces los ayuda. Siempre renegamos: Señor, por qué me hiciste grandote; señor, por qué estoy tan chaparro; Dios mío, por qué estoy jorobado. Un día, como estaban chingando, Dios los puso en una barranca donde no se podían salir, para que se dieran cuenta por qué los hizo como están.

El grandote sintió hambre, y vio que los frutos de los árboles estaban hasta arriba y los alcanzó. Dio gracias a Dios, que estaba grandote, si no se hubiera muerto de hambre. El chaparro andaba buscando de comer y de pronto le salió un toro bravo que lo correteó. Encontró un agujero y ahí se metió, si no lo hubiera desmadrado. Y dijo gracias Dios mío. Si no hubiera estado chaparro el toro me hubiera rajado la madre.

“El Morronguito” se quedó callado por unos momentos, y varios le preguntaron al mismo tiempo:

–         ¿Y el jorobado?

–         Aquí estoy, pendejos, qué no me ven, o ya están borrachos.

Todos soltaron la carcajada, y siguieron empinado el codo. Llegó a su casa y lo primero, como lo hacía siempre, preguntó a su mamá por su papá:

–         ¿Dónde anda mi jefe? Ya es tarde.

–         Sepa la bola. Ese cabrón parece que su madre lo tuvo en una cantina; cuando sale de trabajar se mete y no sale hasta que lo sacan a empujones.

–         Voy a buscarlo, jefa, porque la policía anda echando arreadas en el barrio, y no sea que se lo hayan llevado al bote. Sirve de que se me baja tantito el pulque, porque me empanzoné.

Y así es la vida de mis personajes, están acostumbrados a ella, y nunca reniegan por algún defecto.

 

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