LOS MEDIOCRES.

0

FAMILIA POLÍTICA

“El Mediocre se adapta al medio,
como la lombriz al intestino”.
José Ingenieros.

Hace algunos días utilicé este espacio para hablar de Los Raros: seres humanos cuyos atributos intelectuales, éticos, espirituales, altruistas, filantrópicos, filosóficos, políticos… los ubican por encima del común de sus congéneres. En una concepción dialéctica, cuando se emite un juicio de valor, debe tomarse la referencia de lo opuesto para fundamentar las diferencias específicas; esto es: para que exista lo raro, debe existir lo común.

Aún me parece escuchar, con meridiana claridad, la voz de mi inolvidable Maestro, Don Jesús Ángeles Contreras, en su clase de Literatura Hispanoamericana: “En 1913, el positivista ítalo argentino, José Ingenieros, publicó un libro desolador; lo tituló El Hombre Mediocre; para él, todos somos mediocres, solamente se salvan seres excepcionales, de la talla de Sócrates o Jesús de Nazareth”.

Bajo la inspiración de aquellas palabras, me permito exponer las siguientes ideas que, a mi juicio, merecen un comentario: Primera, el Positivismo es una teoría filosófica; considera que el único medio de conocimiento es la experiencia, verificada a través de los sentidos. Rechaza todo concepto universal y absoluto de manera apriorística (sin comprobar). Su creador fue el francés Augusto Comte. En México lo abanderó Gabino Barreda, en la época porfirista. Segunda, la ubicación de los pensadores en una corriente determinada, no es vana erudición, sino interpretación socio cultural de una época; los jóvenes se parecen más a su tiempo que a sus padres, por lo tanto, todo sistema educativo tiene la obligación de estudiar el tipo de hombre que la Constitución de su país describe (en México, el artículo 3°) y reproducir el modelo en las generaciones que le corresponden. Tercera, el libro tuvo gran influencia en la juventud argentina; algunas de sus categorías se reformularon dos décadas después, por el formidable filósofo español, José Ortega y Gasset, para construir su conocida antinomia entre el hombre-masa y el hombre-noble, en su célebre tratado La Rebelión de las Masas. Cuarta, una vez más hago referencia al lema de nuestra Universidad Autónoma de Hidalgo: “Amor, Orden y Progreso”; es de corte eminentemente positivista; correspondió alguna vez a la UNAM y por considerarlo demasiado pragmático, José Vasconcelos lo cambió; ahora es: “Por mi raza hablará el espíritu”.

José Ingenieros, después de afirmar que “no hay hombres iguales”, los clasificó en tres tipos. El hombre superior, el hombre mediocre y el hombre inferior. Exaltó al primero sin denigrar a ninguno de los otros dos, simplemente hace de ellos una descripción que pretende ser objetiva.

El mediocre, dice, no acepta ideas distintas a las que recibe por tradición; no se da cuenta de que las creencias pertenecen a quien las crea. Aunque pueden coexistir hombres con ideas totalmente contrarias, el mediocre estará en lucha continua contra el idealista. Por envidia, intentará opacar toda acción noble; sabe que su existencia depende de que al idealista nunca se le reconozca su talento; jamás estará por encima de él; de su rampante mediocridad.

El hombre inferior, dice el autor, “es un animal bellaco”, inepto para imitar los valores de su mundo social, es un permanente inadaptado. Su carácter no se desarrolla hasta el nivel medio; vive por debajo de la moral y de otras categorías axiológicas de la cultura dominante; a veces, incluso fuera de la legalidad. Esta insuficiente adaptación determina su incapacidad para pensar como los demás; para compartir sus rutinas, para formarse mediante la educación imitativa. Su personalidad jamás se orienta hacia los valores superiores: Nunca se atreverá a “uncir su carro a las estrellas”.

El idealista es un ser humano capaz de usar su imaginación para concebir grandes universos, que sólo pueden legitimarse mediante la experiencia. Suele perseguir utopías; mundos muy cercanos a la perfección platónica; en ellos pone su fe para cambiar el pasado en favor de un mejor porvenir. Está en continuo proceso de transformación, de acuerdo con las exigencias de su cambiante realidad. Contribuye con sus ideales a la evolución social; es original, único, individualista… No se somete a dogmas morales ni sociales, por eso, los mediocres se le oponen. El idealista es soñador, entusiasta, culto, de personalidad diferente, generoso, indisciplinado contra los dogmas; es afín a lo cualitativo, más que a lo cuantitativo.

En este contexto se engendraron las siguientes frases, algunas de ellas, lapidarias:

“Hay cierta hora en que el pastor ingenuo se asombra ante la naturaleza que lo envuelve. La inmensa masa de los hombres piensa con la cabeza del pastor; no entendería el idioma de quien le explicara algún misterio del universo o de la vida, la evolución eterna de todo lo conocido, la posibilidad de perfeccionamiento humano en la continua adaptación del hombre a la naturaleza”. Vive, agrego “en la rústica paz del carbonero”.

“Indiferentes”, llamó Ribot a los mediocres, a los que viven sin que se advierta su existencia; la sociedad piensa por ellos. “No tienen voz, tienen eco”.

“Nuestra vida no es digna de ser vivida, sino cuando la ennoblece algún ideal”.

“Producto de la costumbre, desprovisto de fantasía, ornado por todas las virtudes de la mediocridad, llevando una vida honesta gracias a la moderación de sus exigencias, perezoso en sus concepciones intelectuales, sobrelleva con paciencia conmovedora todo el fardo de prejuicios que heredó de sus antepasados”,

“La civilización sería inexplicable en una raza constituida por hombres sin iniciativa”.

“El mediocre no inventa nada, no crea, no empuja, no rompe, no engendra; pero, en cambio, custodia celosamente la armazón de automatismos, prejuicios y dogmas acumulados durante siglos. Defiende ese capital común contra la asechanza de los inadaptados”.

“Lo que ayer fue ideal contra una rutina, mañana será rutina, a su vez, contra otro ideal”.

“La rutina es el hábito de renunciar a pensar”.