Los Raros

La rebelión sentimental de las masas,

el odio a los mejores, la escasez de estos…

He ahí la razón verdadera del fracaso.

José Ortega y Gasett.

Los raros son mal vistos por la plebe, odiados a tal grado que pueden ser crucificados, aunque después les erijan monumentos, templos, les prendan veladoras, les recen…

 

La idea tiene por origen un libro del poeta nicaragüense Rubén Darío. En él coloca semblanzas de algunos de sus personajes preferidos, sobre todo en el campo de las artes. Su tesis es que el avance de la humanidad no se genera por la masa amorfa, sino por algunos personajes que nacen en ella, se forman en ella y, sin embargo, son diferentes a ella. Los raros son mal vistos por la plebe, odiados a tal grado que pueden ser crucificados, aunque después les erijan monumentos, templos, les prendan veladoras, les recen…

Algunos casos paradigmáticos son, por ejemplo: Sócrates de Atenas, valiente soldado y profundo pensador, quien, sin embargo, fácilmente se confundía con un pordiosero por su aspecto desarrapado; pertenecía a la especie de los raros; no se plegaba a los usos y costumbres de su sociedad y menos aún a los encantos de los poderosos. Famosas eran sus constantes visitas a los mercados, solamente para exclamar convencido “¡Cuántas son las cosas que no necesito!”. Era su gusto exhibir la ignorancia de aquellos petulantes que tenían fama de sabios y como tales se consideraban a sí mismos. Hijo de una partera, pregonaba que la función del maestro no era enseñar, sino “hacer que el espíritu dé a luz conocimientos que ya trae dentro”; llamó a esta técnica, Mayéutica, que significa precisamente “el arte de la partera”. Bajo cualquier pretexto buscaba el diálogo con aristocráticos atenienses, a quienes formulaba, con aire de inocencia, preguntas aparentemente simples; progresivamente profundizaba en busca de respuestas cada vez más complejas. Manejaba sus argumentos de tal manera que hacía caer en contradicción a sus interlocutores, quienes, por su propia boca, exhibían ante el pueblo su ignorancia, mientras el desgarbado personaje seguía su camino en busca de nuevos diálogos. No hay que olvidar que en sus orígenes fue sofista y que jamás dejó por escrito una sola línea.

Molestar a los poderosos siempre tendrá graves consecuencias. El incómodo preguntón, bajo la acusación de no creer en los dioses y corromper a la juventud, tuvo que cumplir la sentencia del tribunal y morir por la acción de un veneno (la Cicuta) que bebió con serenidad.

Otro raro en la historia de la humanidad, fue Jesús de Nazareth: hijo de un maduro carpintero y de una joven, pretendidamente concebida por el Espíritu Santo. Desde niño acusó signos de sublime grandeza, era muy pequeño cuando discutió con los grandes maestros del templo, quienes reconocieron su precoz sabiduría y se enfurecieron ante sus propias deficiencias teológicas. En interpretación libre de los evangelios y con todo respeto al mundo cristiano, creo que el Rabí llegó a considerarse realmente hijo de Dios; incluso sufrió tentaciones al conocer que su destino era morir en la cruz y no tener una vida dichosa al lado de una familia, en el disfrute del amor que solamente una mujer y unos hijos podían brindarle. En momentos de extremo sufrimiento, en un instante de debilidad, emitió el célebre reproche: “¡Padre mío! ¿Por qué me has abandonado?”  Cualquier ser humano, al conocer su macabro destino, habría desistido de seguirlo, no así el Nazareno que (hombre o dios), por amor a la humanidad murió a causa de crueles tormentos. Ahora, los magnates del vaticano viven de su herencia espiritual, en lujosas mansiones que decoran con hermosos crucifijos de oro.

Considero necesario decir que los raros no siempre son benefactores de la sociedad; también suelen ser sus peores depredadores: Gengis Kan, cuya biografía escribió Taylor Cadwell en su preciosa novela La Tierra es del Señor, fue un violento destructor de pueblos enteros; un sangriento mutilador de vidas inocentes: tenía como única finalidad, satisfacer su espíritu guerrero.

A la misma especie perteneció Atila, depredador mongol, famoso por su frase: “Donde mi caballo pisa, no vuelve a crecer la hierba”.

Alejandro Magno, joven conquistador (murió a los 32 años), también pasó a la historia como paradigma de crueldad, clara personificación de lo que era el hombre de poder en la cultura Helénica. Se formó, incluso, bajo las enseñanzas de Aristóteles, el maestro de maestros, quien, al decir de los estudiosos, fue el último académico que logró reunir y dar orden a todo el saber de su tiempo.

Estamos acostumbrados a clasificar a los grandes personajes en buenos y malos; olvidamos a aquéllos que están detrás o al lado de seres cuyo brillo es tan intenso, que opaca a todos cuantos tiene cerca. Las eminencias grises también caben en la clasificación de “raros”; sin ellos, los grandes, no lo serían tanto. En este esquema, podemos hablar, por ejemplo, del célebre Rasputín “El Monje Loco”. De gran influencia en los últimos días de la dinastía rusa Romanov y especialmente de la Zarina Alejandra. Por su misticismo, penetrante mirada y afán de parecerse a Jesucristo, este siniestro personaje es digno de considerarse “el poder detrás del trono” en esa época.

José Fouché “El genio de las tinieblas”, tenebroso jefe de la policía secreta en la convulsionada Francia de la Revolución; pasó a la historia como un personaje gris, sin brillo propio, aunque perverso por naturaleza. Ejerció gran influencia en su tiempo y lugar, murió con las botas puestas y conservó la cabeza, frente al filo de la guillotina.

Henry Lane Wilson, lóbrego embajador de los Estados Unidos en México durante la Decena Trágica. Culpable del asesinato de Madero y Pino Suárez. También es uno de los raros.

Melchor Ocampo, Alter Ego de Don Benito Juárez “El Santo Laico de La Reforma”; erudito, Doctor en Derecho Canónico, por sí solo habría trascendido como el gran artífice de la política en momentos tan difíciles, sin embargo, a pesar del poco resplandor personal de Juárez, su brillo histórico impide que otra estrella fulgure en su mismo firmamento.

Personaje raro en la post revolución, fue Plutarco Elías Calles: estadista nato, padre histórico de la persecución religiosa y de la rebelión cristera; algunos lo consideran responsable de la muerte del presidente Don Álvaro Obregón (electo por segunda vez), instaurador del célebre “Maximato”, prolongó su mandato por medio de tres presidentes peleles, hasta que lo desterró Lázaro Cárdenas del Río. Calles, bajo la inspiración del libro Mi Lucha, de Adolfo Hitler, fundó el Partido Nacional Revolucionario; así, México tuvo gobiernos estables durante varias décadas. Con tantos atributos y con el estigma de su ferocidad antirreligiosa, es raro saber que murió convertido en un convencido espiritista, discípulo de Allan Kardec.

En conclusión: las masas están compuestas por seres vulgares. Solo los raros, los que rompen los moldes, los que navegan contracorriente, los patitos feos (cisnes en realidad), están destinados a transformar a su mundo, aunque su propio mundo los sacrifique para glorificarlos después.

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