* Celebrar el destino
Una vez, hace mucho tiempo, en un pueblo de laguna cristalina, frío, agrio como la naranja de cucho, casas de paredones anchos igual que la esperanza, supe que la única constancia en la vida es precisamente tener esperanza: de que la fortuna llegue cualquier día vestida de un buen empleo, de amores eternos con todo y que la gente coincida en asegurar que lo son mientras duren, de ver que los hijos crezcan y estén sanos, es decir que no se enfermen gravemente; de pensar que siempre estará la sonrisa a la espera de sorprendernos al menor descuido, de creer que uno tiene amigos que acudirán en ayuda nuestra cuando sea necesario.
Hace mucho que pensaba seriamente en la posibilidad de controlar el destino, ese que nos coloca en un lugar y amenaza con no dejar nunca que nos vayamos a ninguna otra parte, como no sea el que decidió desde el mismo momento que vimos la primera luz.
Sin embargo, cuando el tiempo pasa, se suma un año al otro, se acumulan hasta construir paredones, igual a los del pueblo: anchos, imposible de ser agujerados, el destino, manifiesto o no, se aparece para colocarnos en el justo lugar donde deberíamos estar un día del mes de abril del 2019, a la hora exacta, en el lugar exacto, la tarde exacta que uno se quiso pasar de listo y (creencias en los personajes de la historia) intentamos “torcerle el cuello al destino”, cual pobre Ludwig Van Beethoven, que al final de cuentas acabó como debía acabar, es decir muerto y triste, sumamente triste.
Contar los días, por lo tanto horas, minutos y segundos, es una diversión entre los viejos, porque cada espacio que ganan sin decir el adiós definitivo, es una forma de hacerle una mala jugada al destino; sí, precisamente ese personaje que no se cansa de atosigarnos, hacerse presente de manera imprudente.
Ahora que me acuerdo, diría el siempre bien recordado Agustín Ramos, en estas tierras igual de frías a las que reconocí cuando el nacimiento, cada una de las personas que he conocido saben del destino, lo entienden, lo reconocen y lo respetan incluso con gran sabiduría.
Pero cada una de ellas ha tenido la voluntad absoluta de retarlo, pararse frente a frente y luego entablar una pelea igual a las grandes epopeyas de la historia. Acaban maltrechos y maltrechas, pero con la constancia de que no dudaron en partírsela, nadamás por tentar al destino.
Abril, ¿qué demonios tiene el mes de abril para ser tan citado en las canciones, las poesías, los dolores?
¿Quién me ha quitado el mes de abril? Cita Sabina; Acuérdate de Abril, insiste Amaury Pérez…
Hasta que se comprueba que a cada capillita le llega su abril, y decir abril es decir, evocar un respeto absoluto al mes cabalístico en que se comprueba, absoluta, decididamente, que el destino es el destino, y los sueños… sueños son.
Sin embargo a veces el destino es digno de ser celebrado, porque representa un manejo cariñoso de los dioses, de Dios si así se quiere en singular. Y nos sorprende con tanta bondad, tanto amor que nos manifiesta, porque regularmente entendemos que aceptar el destino es aceptar la desgracia.
Resulta que no es así, que después de que uno le da vueltas a ese camino que nos quiere agarrar, que entendemos una maldad de la existencia, un día cualquiera descubrimos que lo único que anhelábamos desde que nacimos era llegar justamente al lugar donde nos encontramos.
Y entonces es la felicidad a la que siempre le huíamos al correr despavoridos. Y ser feliz es una vocación que traemos genéticamente. El destino se construye en cada paso que damos, porque nos lleva justo a la posibilidad única de la felicidad que es el amor.
Mil gracias, hasta mañana.
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