Un Infierno Bonito

“EL SOMBRITA”
En esta esquina, el famoso luchador incógnito. No sabemos de dónde viene, si tiene madre o algún perrito que le ladre. Con ustedes “El Sombrita”. Para no hacérselas de tos, ha ganado 50 contiendas en super libre. Con ustedes fl famosísimo “Sombrita”.

Un día llegó al barrio de El Arbolito un joven chaparro. No sabíamos de dónde venía, ni qué madre lo había parido, pero quedamos sorprendidos al ver que tenía puesta una máscara de luchador, negra. No quería decirnos el por qué se cubría la jeta.
Pensábamos que a lo mejor estaba re feo el cabrón, y su madre se la tapó para que no se espantara la gente. Muchos le hacían burla y lo insultaban, que a lo mejor era un ladrón y se tapaba la cara. Un día habló con el dueño de la Arena Afición, y dijo:
    •    ¡Yo quiero ser luchador profesional!

    •    ¿Cómo te vas a llamar?

    •    ¡El Sombrita!

Le dijo “El Cajetas”:
    •    ¡Pero aquí vas a valer madre! Estás muy seco y chaparro.

    •    ¡No te creas! Cuando uno trae una ilusión logra lo que quiere. Alquilamos un cuarto. Vengo con mi jefa y mi hermana. Dicen que aquí en este barrio de El Arbolito hay gente brava y me gustaría saber si es cierto.

    •    ¿Si quieres hacemos la prueba?

    •    ¡Ya dijiste! Estoy a tus órdenes.

“El Cajetas” se puso en guardia, le bailaba alrededor para atinarle un buen madrazo y noquearlo, pero el enmascarado le dio la vuelta más rápido y le puso la llave china, que “El Cajetas” sacaba la lengua y se puso colorado. Después lo soltó, lo cargó en lo alto y le puso una quebradora, que sus huesos le rechinaron. Lo azotó en el suelo, que levantó mucho polvo. Los cuates que lo vieron fueron a levantar al “Cajetas”, que no se podía mover. Hacía gestos de dolor, y daba pasitos como si le pesaran las nalgas. El luchador les preguntó:
    •    ¿Hay otro que quiera entrarle?

Nadie le respondió. Y se corrió la noticia que era muy chingón, puesto que le había dado en la madre al “Cajetas”, que era el mejor.
Margarito, el zapatero, le preguntó:
    •    ¿Cómo te llamas?

    •    ¡El Sombrita!

    •    ¡Soy luchador y me gustaría ayudarte a entrenar! ¿Qué te parece?

Lo llevó al Centro Social y Deportivo Pachuca, y ahí demostró sus habilidades. Cuando estaba en el ring, se retachó corriendo de una cuerda a otra, y echaba maromas como chango. Y sin miedo aventaba el tope borrego, que era su predilecto. El Margarito le dijo:
    •    ¿Quién te enseñó a luchar?

    •    ¡Yo solo!

Pasaron los días, las semanas y los meses, y comenzó a luchar en la Arena Afición de Pachuca, con el Perro González, el Doctor Misterio, el Troglodita Flores, y con Alma Negra. Empezó a ganar dinero. Se compró una máscara, zapatos, una capa, negra. A su jefa y a su carnala las puso muy elegantes, y se cambiaron a una vecindad mejor.
Con el tiempo, llegó a luchar en semifinal, y luego como estrella,  logró ganar el campeonato del estado. Era muy querido por toda la gente que le gusta la maroma, porque era un luchador científico, y muy caballero.
Su madre se sentía muy orgullosa en tener un hijo sincero, deportista, obediente, cristiano, priísta y guadalupano. Pero un día lo flechó cupido. Le gustó mucho Marta, “La Patas de Hilo”, hija de doña Sara y del zapatero; pero a pesar de su fama ella no lo pelaba.
    •    ¡Mira Marta, te lo juro que te quiero, y si me lo permites, con el tiempo nos casamos!

    •    ¡Quítate la máscara!

    •    ¡No puedo hacer eso!

    •    ¡Entonces no hay nada!

El ser despreciado no le importó. Le echó más ganas a las luchas, y su nombre, del Sombrita, estaba escrito en los grandes programas y en los periódicos locales, que hablaban maravillas de él, de sus hazañas increíbles. Le valía madre aventarse desde la tercera cuerda, el Tope Borrego. Los aficionados le habían puesto “El Sombrita Volador”. Todos los domingos salía en hombros. Luchador que le echaban, luchador al que le partía la madre. Un día hizo una fiesta en su casa nueva que había comprado, y les anunció a los invitados:
    •    ¡Me da mucho gusto que me hayan acompañado! La invitación no es por el estreno de mi casa, sino que firmé un contrato en la Arena México, en la Arena Coliseo, donde me voy a enfrentar con el Santo, con Blue Demon, y los mejores hombres de México en la lucha libre.

Todos le aplaudieron, y no faltó la tradicional porra. Pero el amor de “La Patas de Hilo” lo traía idiota. Era una obsesión que no se la podía borrar de su mente. Un día la esperó a que saliera y le dijo:
    •    ¡Martita, por favor! No me desprecies. Por ti seré un campeón del mundo. Nos casaremos como Dios manda.

    •    ¡Ya te dije, quítate la máscara! Enséñame el rostro.

    •    ¡Te puedo enseñar otra cosa, pero la cara no!

Marta le dio una cachetada, que sonó como cuando matan una mosca con un periódico. El sombrita desde ese momento se hizo malo, pero muy malo. El corazón se le endureció, y se volvió rudo. La gente que lo aplaudía, ahora lo odiaba por cochino, por marrullero: a los luchadores les picaba los ojos, los jalaba de las greñas, les daba faul, y los mordía; los dejaba sangrados. La gente le mentaba la madre. Varias veces, al salir de la Arena, lo andaban linchando. Se volvió déspota, que ni su propia madre lo soportaba. Una vez amenazó a la patas de hilo:
    •    ¡Si no me quieres por la buena, me vas a querer por la mala!  Si te encuentro con alguien, no me importa matar a dos o tres cabrones.

A la Patas de Hilo le dio risa, y le aventó sus cremas por mamón. Un día, como tenía dinero y poder, contrató a unos agentes judiciales para que se robaran a la Patas de Hilo, y se la llevaran a una casa que tenía en Real del Monte. Pero los babosos se equivocaron y le llevaron a doña Sara, la mamá de ella, que estaba flaca igual que su hija. De ahí tuvo un problema con la policía, y se tiró al vicio chupando como teporocho. Una vez que luchaba con el Bello Califa, lo echó abajo del ring. Se subió a la tercera cuerda y le aventó el Tope Borrego. Se hizo a un lado y el Sombrita se estrelló en el piso, muriendo al momento. Nunca se supo de dónde vino. Sólo dejó un recuerdo en el barrio, y su cuerpo en el panteón. A lo mejor su alma está con el diablo, luchando para salir y venir a llevarse a la Patas de Hilo.
Todo quedó en recuerdo. Como el Monje Loco, nadie sabe, nadie supo quién robó a la Conasupo. Sus restos están en el cementerio,  y por las noches de luna, se ve volando una sombra. Ya lo han visto y muerto dos panteoneros por el susto.

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