Un Infierno Bonito

“EL JAROCHO”
Allá por el año de 1960, la Compañía Real del Monte y Pachuca anunciaba en todos los medios escritos, que en las minas necesitaba gente para trabajar.

Tenía que poblar sus minas de aquel entonces, como San Juan Pachuca, San Francisco, Paraíso, Camelia, Santa Ana, El Bordo, Paricutín, Arras, Santa Martha, El Álamo, Tiro Tula, Camelia, Santa Úrsula, y Fortuna. Así una veintena de terreros. Cada semana mandaba a la Hacienda de Loreto a un chofer con un camión para que fuera a las rancherías, a las comunidades, municipios y a los pueblos a traer indios, nacos serranos y nahuales. Cada principio de semana llegaba el camión lleno de macuarros. Parecían acarreados del PRI.
Los mandaban a reconocimiento médico. Los que lo pasaban les daban zapatos, su equipo y los metían a la mina. Pobres, quedaban espantados al bajar a grandes profundidades, a distintas minas, húmedas, calientes y frías, con túneles anchos y angostos. No aguantaban las madrizas de empujar carros de mina, que les caben dos toneladas y media de carga. Había que llevarlas a pala. Lo caliente del túnel, el polvo y el olor a dinamita quemada, que sentían que la cabeza les explotaba. Algunos se quedaban, otros regresaban a sus lugares de origen, al campo, como lo que eran, campesinos.
Otros se quedaban y al poco tiempo se ponían necios y pendejos, como los granaderos, policías y tránsitos que tenemos en la actualidad. La mayor parte se regresaban a su tierra y en lugar de decir adiós, les mentaban la madre. Ellos eran buenos para trabajar en el campo. Como mineros no servían. Pero esa era la historia sin fin de la Compañía Real del Monte. Traían indios, se iban, y los volvían a traer. Eso nos recuerda el año de 1750, cuando Pedro Romero de Terreros mandaba a sus recogedores de gente para traer indios en las jurisdicciones de Actopan y Tula. Los metían a trabajar a huevo.
En una ocasión llegó a la mina un pinche mono chaparro, prieto como pinacate. Se llamaba Gelasio Ramos Pérez. Venía de Veracruz. Lo mandaron a trabajar al contrato de la mina de Santa Ana, que  tenía a su cargo el barretero Pascual Jarillo. En la mina todos somos iguales; pero a Antonio, “El Loco”, le caía gordo por su modo de hablar con el acento veracruzano. Lo bautizaron en la mina y le pusieron “El Jarocho”.
Era un muchacho de 20 años, muy alegre y al hablar siempre decía:
    •    ¡Cuidado chico, que te pica la jaiba! 

Cada que lo escuchaba “El Loco”, parece que le picaban la cola. Se jalaba los pelos. Le daban ganas de agarrarlo a madrazos, pero los compañeros no lo dejaban. Nos contó que vino a Pachuca a buscar a un familiar que tenía una pescadería y como no lo encontró, se gastó lo del pasaje y se metió a trabajar en la mina. Nos contaba lo bello que es Veracruz: sus playas. Que fue lanchero y pescador. Que en su tierra hace mucho calor y extrañaba a su mamichis. A él le gustaba mucho bailar danzón. “El Loco” buscaba la forma de pelear con él.
    •    Si dices que en tu tierra hace mucho calor, ¿por qué aquí no lo aguantas? Andas con la lengua de fuera como pinche perro cuando tiene sed.

    •    ¡Es muy distinto, chico! No es lo mismo la cómoda de tu hermana, que acomódame a tu hermana. Tampoco es lo mismo los huevos de Tapachula, que Tapachula los huevos.

El Loco se ponía colorado y le mentaba la madre:
    •    ¡A mí no me digas chico. Ni tampoco que me pica la jaiba. Porque el día que me pique le voy a rajar la madre y a ti también! Lo que habías de hacer es callarte el pinche hocico.

    •    ¡No se enoje, señor “Loco”. Los jarochos somos amigos! Sólo Veracruz es bello.

    •    ¡Amigo te hago para que no me muerdas!

    •    ¡Si no soy perro!

    •    ¡Me sueltas!

    •    ¡Un día lo voy a invitar a Veracrú, a comer mucho pecao! Es lo que necesita usté, señor Loco, para que se le quite lo bilioso.

    •    Antes de que me invites, enséñate a hablar bien, güey. Tengo un hijo de 3 años que habla mejor que tú. ¿Tienes mamá?

    •    ¡Mi mamichis! Mi negrita linda. Ella vive en la playa. Me ha de estar esperando porque ella me quiere mucho. Estoy seguro de que un día vendrá a buscarme.

    •    ¡El día que venga le dices que te lleve a la iglesia para que te metan la llave de San Pedro para que hables bien! O que te dé de comer sobras de perico. Cabrón, media lengua.

    •    ¡Yo no te entiendo, chico!

    •    ¡Que no me vuelvas a decir así, con una chingada! Pinche palabras mochas. Un día me vas a sacar de quicio y te voy a dar en toda la madre, nada le hace que me corran de la mina.

 El Loco le dio un golpe en la gorra, que se la sumió hasta las orejas. “El Jarocho” se quedó mirándolo muy triste. Le dijo el encargado:
    •    ¡No le hagas caso! Ese cabrón está loco. Cuando su madre lo echó al mundo, se le cayó a la partera, por eso es muy nervioso. Ya no te metas con él. Ni siquiera le dirijas la palabra.

Los compañeros del contrato de la mina le consiguieron al “Jarocho” un cuarto en una vecindad a donde viviera en el barrio de El Arbolito, que le quedaba muy cerca a la mina de San Juan donde trabajaba. Con el tiempo, comenzó a comprar lo más indispensable para estar cómodo. Un día lo mandaron a trabajar con “El Chango”, a levantar a pala varias toneladas de carga a un lugar donde hacía mucho calor, a 480 metros de profundidad, y le dijo:
    •    Compañerito Chango, tengo mucha sed. Ya no aguanto este calor. Se lo juro por mi mamichis, que siento que las patas se me doblan.

    •    ¡Ve a donde dejamos los morrales, que es el despacho de la mina, ahí hay una toma de agua, llévate una botella y llénala!

El Jarocho se tardó mucho tiempo. Como era nuevo, no conocía el túnel. Dio varias vueltas y nunca encontró el despacho. Le preguntó al sotaminero que pasaba por el lugar, que dónde estaba el contrato de Pascual Jarillo, y le dijo por dónde. Al poco rato “El Jarocho” subió oliendo a pulque, y le dijo “El Chango”:
    •    ¡No te hayas tomado el pulque del “Loco” porque es capaz de darte en la madre!

    •    No supe a dónde me mandó. Encontré muchos morrales colgados en una botella. Había poquito pulque y con el calor, pensé que se echaría a perder. Mejor me lo tomé.

Minutos después subió “El Loco”, muy enojado y les preguntó:
    •    ¿Quién fue el que se tomó mi pulque? Porque ahorita me la pagan. Lo guardé para la salida y ya se lo chingaron.

    •    ¡Ha de haber sido el duende, porque hace rato escuchamos ruidos! ¿Verdad “Jarocho”?

    •    ¡Así fue, señor Loco!

   –   ¡Qué duende ni qué la madre! Tú hueles a pulque, pinche “Jarocho”. Te voy a partir la madre.
“El Jarocho” le dijo:
    •    ¡Hágase a un lado, señor “Loco! Se le va a caer la piedra.

“El Jarocho”, con una pala, tocó la piedra y se vino abajo un bloque de carga. Si le hubiera caído al “Loco”, lo mata. Desde ese mismo día el “Loco” reconoció que se había portado muy mal con “El Jarocho”, y buscó la forma de pedirle disculpas y se hizo muy amigo del “Jarocho” por haberle salvado la vida. Un día hicieron un enchilón en la mina y bajaron bisteces, queso, rábanos, cilantro, chicharrón, chorizo, tortillas, pulque y varios pomos. Se pusieron a platicar. Dijo “El Jarocho”:
    •    ¡Yo pienso traerme a mi mamichis, mi negrita linda, a vivir conmigo! La extraño mucho. A veces lloro su ausencia, pero ella no sabe que estoy aquí en Pachuca viviendo.

Le dijo “El Chocolate”:
    •    ¡Si, Jarochito, tráela. Si está buena,m yo me caso con ella, al fin te quiero como un hijo.

“El Loco” le dijo:
    •    No le hagas caso. Sígueme platicando. Esos pendejos qué saben de amor hacia una madre, si son huérfanos. Me cae que yo te puedo ayudar para que seas muy feliz. Te presentaré amigas para que un día te cases.

    •    ¡Yo se lo agradezco mucho, señor “Loco”, pero ya tengo una negrita que vive en el barrio. Comenzamos a ser amigos y somos novios. Se ve que me quiere y yo también la quiero. Le voy a pedir que se case conmigo. Ya puse los ojos en ella.

    •    ¡Ten mucho cuidado, porque donde nosotros ponemos los ojos, otro cabrón ya puso otra cosa. Para que te cases llévatela a Veracruz. Pide tus vacaciones, te la llevas y si quieres regresar la traes. Si te la hacen de pedo yo respondo. Yo te defiendo.

    •    No lo crea fácil, “Loco”. Ella me dice que tiene un hermano que es muy cabrón! Peleonero. Es muy bilioso. Y le ha dicho que el día que la encuentre con un cabrón, los va a matar a los dos.

    •    ¿Tú la quieres a ella? Al hermano mándalo a que vaya a ver a su madre.

    •    ¡Le voy hacer caso, señor “Loco”. Y me llevo a la negrita!

Pasó el tiempo, y como llegaba la gente los iban distribuyendo. A algunos los mandaban a otro contrato o a otra mina, y los amigos se iban perdiendo. Pero el barretero Pascual Jarillo era el mejor de todos. Trabajaba con su gente al parejo, y a ninguno cambiaron, por el contrario, le mandaron más gente para hacer mejor el trabajo. “El Jarocho” salió de vacaciones, y “El Loco” lo andaba buscando, poniéndose cada día más de malas. Le preguntó el encargado:
    •    ¿Qué te pasa, pinche “Loco”? Desde que se fue “El Jarocho” andas enojado. ¿Lo extrañas?

    •    ¡Lo estoy esperando. Para cuando regrese le voy a partir la madre!

    •    ¿Ahora por qué?

    •    ¡Se llevó a mi hermana!


Related posts