Un Infierno Bonito

“EL SACRISTÁN”

Serafín García era el sacristán de la iglesia del Carmelito. Estaba chaparro, gordo, le daba un parecido al artista de cine que ya se pelo, “el Borolas”; se peinaba de a librito, saludaba a todos los del barrio de mano y les echaba la bendición como lo hacía el sacerdote.

Pero nunca se juntaba a tomar con ellos, por el contrario les echaba un sermón por no ir a misa. Bajaba todos los días con un pantalón guango, una chaqueta huérfana, usaba sombrero de ala caída y al llegar a la iglesia se ponía en chinga loca a hacer talache, y los sábados y domingos llamaba a los alcohólicos a que le ayudaran. Todo el tiempo se la pasaba tomando el vino de consagrar. Porque decía que si algún día se moría, Dios lo tendría en su santa gloria.

Los domingos era su agosto, porque en cada misa pasaba hasta tres veces la charola de las limosnas, cuando se trataba de dar cambio lo daba de su bolsa. Su vieja y sus chavos le iban a echar la mano, y también hacían su luchita de clavarse la limosna.
Serafín en la misa del medio día andaba borracho, caminaba de un lado para el otro, con la mirada perdida, masticando chicle para que no oliera el alcohol, en los rosarios también se ponía muy buzo caperuzo y no se le escapaba ni un feligrés para que le entrara con la limosna. Este cuate debió de haber trabajado en la Secretaría de Hacienda.

En su casa a cada rato peleaba con su vieja, la quería cambiar por una señora que a diario iba a la iglesia a darse sus golpes de pecho, y como buen gallo le andaba echando los perros a una monjita. Su señora le dijo:
-¡Ya no tomes, Serafín!
-¡A ti qué te importa!
-¡Es que mañana temprano tienes que ir a tocar las campanas!
-¡Cállate! Yo sé lo que hago.
-¿Tú que vas a saber,  pendejo? Acuérdate que la otra vez que andabas borracho, fuiste a tocar las campanas a las dos de la mañana, y por un pelito te corre el padre.
-¡Ya te dije que te calles el hocico! Deja de estar ladrando, tengo problemas que solo en vino me los puede aliviar.
-¡Bueno! Yo te lo digo porque el padrecito ya te trae en su cartera, cuida la chamba. No vayas a matar a la gallina de los huevos de oro.

Mientras la señora más le decía, Serafín más le ponía sus madrazos, y si sus hijos intervenían también les tocaba. A veces era diario, o cada tercer día. Una vez la señora fue a rajar leña con el sacerdote, dijo que su viejo tomaba mucho, la golpeaba y la corría de su casa a la hora que fuera. El padre se puso  furioso  lo hizo que se confesara y como penitencia  le dio un año sin tomar. Con eso le rajó la madre al pobre sacristán, que se hizo de un carácter insoportable; ya no cumplía sus obligaciones de buena voluntad, no pedía la limosna, la exigía, y al que no le daba lo amenazaba con que el diablo se lo iba a llevar.  

Su tormento era ver que el padrecito al mediodía se tomaba la copa del amigo, estuvo a punto de caer en la tentación, pero como conocía la Biblia tenía miedo de desobedecer, no le fuera a pasar lo de Adán y Eva, que los mandaron a la goma.
Andaba muy nervioso, hablaba solo, su función no la realizaba como antes, con mucha fe. Cuando llegaba el miércoles de ceniza y el padre le decía que le diera una mano en ponerla, no lo hacía con cariño con una cruz bonita, si no que se las ponía con el dedo, que abarcaba toda la frente.

La situación de Serafín era desesperada, pues se había vuelto alcohólico y dejar de chupar 365 días no los aguantaba. Una vez el padre entró a la sacristía muy contento porque no la había regado en la misa. Al verlo, el sacristán aprovechó el momento y le dijo:
-Padrecito, quería pedirle un gran favor.
-¡Dime!
-Que me levante la penitencia de no chupar en un año,  déjemela nada más esta semana.
-¡Eso no se puede! Es bueno tomar, el cuerpo necesita de todo, pero tú no tomas, te ahogas. Aparte golpeas a tu compañera, la correteas con un cuchillo, aparte, si cumples tu penitencia, mis botellas duran más.
-Bájemela a una semana, y le prometo llevármela chirris.
-¡Déjame tranquilo y regresa a tus quehaceres.

El deseo de beber, venció la voluntad del sacristán. Al pasar por la cómoda donde estaban las botellas de vino, destapo una y se echó un trago, fue a barrer la iglesia y regresaba a echarse otro hasta que le dio en la madre a la botella y se quedó durmiendo en una banca. El padre lo despertó y le hizo la primera llamada de atención, que para la próxima desobediencia lo iba a poner en patitas a la calle, y por borracho le subía la penitencia dos años.
Llegó a su casa  a pelear con su vieja, mandó a traer un pomo y se lo echó de volada para reponer lo que no se había tomado en días. Le ganó el sueño  y no se presentó a tocar las campanas de la misa de las seis de la mañana,  llegó cerca de las 11, con una cruda endemoniada.

Estaba todo chinguiñoso, el padre lo sacó a empujones de la iglesia, lo mandó a ver a su madre, pues. Con las pocas monedas que le quedaban se la fue a curar a la cantina, cuando estaba borracho otra vez, les quiso echar un sermón a los borrachos y lo sacaron a madrazos. Y así pasaron los días,  se ponía hasta la madre, su vieja lo metió a un grupo de Alcohólicos Anónimos pero más tardó en entrar que en salir. No dejaba de tomar, la señora le fue a echar un calambrito al padre.
-Padrecito. ¡Déjeme el trabajo que tenía mi señor, no tenemos para comer!
-No puedo hija, la iglesia no acepta mujeres como sacristán.
-Entonces ayude a mi viejo con una indemnización, ya ve que entró desde chavito, tiene los pulmones tapados de tanto humo de veladoras que absorbió.
-Lo único que le puedo dar es la bendición.

Un día unos conocidos de Serafín platicaban en la cantina…
-Pobre Serafín, de verdad que se hubiera esperado y por escalafón de sacristán hubiera subido a cura. Se llamaría cura Melcacho.
-A este cuate le pasó como en el cuento: En una ocasión el padre se sintió mal, estaba ronco y no podía dar el sermón y le dijo al sacristán; “ponte muy abusado, ya sabes el sermón, yo voy a estar cerca de ti. Si te equivocas te corrijo”. Y el sacristán dijo; “llegó Jesús a Jerusalén, y las hermanas de Lázaro le dijeron ‘si tu estuvieras aquí, mi hermano no se hubiera muerto’, Jesús les pidió que lo llevaran al sepulcro. Llegaron y el Señor dijo: ¡levántate, Lázaro, y anda!. Lázaro se levantó y andó”. El cura le gritó: “¡Anduvo, pendejo!” El sacristán dijo: “bueno, anduvo pendejo un rato, pero después se le quitó”.

Related posts