La política como negocio

TERRAZA 

El conflicto de intereses y la corrupción son dos componentes de la vida pública mexicana; no son de este sexenio, ni del anterior, sino de los siglos que nos acompañan como nación independiente. Los escándalos inmobiliarios del gabinete presidencial pusieron estos temas en el centro del debate. En términos de comunicación política, es difícil imaginar un hecho que sin tener efectos legales, pudiera causar tal daño a esta administración, al grado de trastocar la legitimidad del régimen político, y no sólo del Presidente de la República.

 

            En la vida pueden existir casualidades, en la política no. El que el tema de la Línea 12 haya revivido, atiende a este contexto en el que la corrupción en el sector público y los conflictos de interés, tienen el reflector.

            Marcelo Ebrard, ex Jefe del Gobierno de la Ciudad de México, se encuentra recibiendo el fuego amigo y enemigo por la costosísima obra que no transporta un solo pasajero. El PRI está haciendo lo que tiene que hacer en un marco preelectoral: equilibrar el marcador en la agenda, haciendo notar los tropiezos de la izquierda. Una izquierda que con gusto colabora con el partido en el poder, con tal de masacrar políticamente a uno de los suyos. El mejor ejemplo es Miguel Ángel Mancera, ex Procurador en el sexenio de Ebrard, que no desaprovechó un minuto para desmarcarse y poner a su antecesor en el patíbulo.

            ¿Ebrard es culpable de que los trenes no embonen con los rieles?, ¿es el culpable de que una obra millonaria no sirva para nada y demande una reparación costosísima? Probablemente no, pero sí es el responsable de haber nombrado al frente del Proyecto Metro al hermano de un Directivo de ICA, que participaba en el consorcio constructor. Algo que, si no es ilegal, si es antiético.

            Los políticos mexicanos están acostumbrados a hacer cosas malas que parecen buenas, y malas que también parecen malas, como lo está haciendo Marcelo. La relación entre contratistas y servidores públicos es tan estrecha y discrecional, que a veces se pierde la línea divisoria. Lo que no se han dado cuenta los empresarios que basan su fortuna en relaciones políticas, es que los mismos políticos ya aprendieron a ser empresarios: ¿para qué recibir un porcentaje si se puede crear una empresa?

            Las comparaciones con los Estados Unidos siempre son odiosas por las mil razones económicas y culturales que nos hacen un país distinto, sin embargo, no puedo dejar de mencionar que hace muy poco, un Gobernador tuvo que renunciar por haber recibido un viaje y un Rolex de un amigo contratista; claro, un Gobernador estadounidense. Aquí, eso nos parece común, propio del entorno de la política.

            Durante muchos años no sólo permitimos la corrupción como sociedad, sino que la alentamos: a alguien que está en un puesto público relacionado con compras de gobierno o infraestructura, y que sale del cargo con el mismo patrimonio más el sueldo que devengó en esos años, se le tilda de tonto y timorato. El aplauso es para quien supo hacer “negocio”.

            Cuántas veces hemos escuchado a políticos expresarse cuando se les pregunta ¿Qué es la moral? Y contestan con un cinismo que es un “árbol de moras”.

            La clase política no se ha dado cuenta que lo de la Línea 12 son el síntoma coyuntural de un problema más severo: la democracia está hartando a los ciudadanos, porque la relaciona con políticos que viven como reyes a sus costillas. La democracia está pagando la factura, muy cara por cierto, de esta generación de políticos. Así que entre ellos pueden despedazarse con la mira puesta en la elección del 7 de junio, mientras lo que nos jugamos es el régimen democrático. Al tiempo.

 

 

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