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LAGUNA DE VOCES

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Caminar hasta encontrar el pueblo

La segunda vez que el abuelo Ezequiel se perdió en la Ciudad de México ya no apareció.
    Regresábamos del pueblo cuando su hijo, que era mi padre, se enteró de lo que había sucedido. Por alguna razón supo de antemano que aquél hombre gigante de barba blanca ya nunca regresaría, porque la primera ocasión que uno de sus sobrinos lo encontró perdido en La Villita fue un verdadero milagro.
    Así que los pocos días de la fiesta de agosto en San Miguel se le amargaron a papá apenas bajamos del autobús en la terminal que ya no existe en Circunvalación. Abuelo era casi igual a mi padre aunque tal vez un poco más alto, y la imposibilidad para hablar víctima de una embolia, seguro le impidió dar alguna seña de la colonia donde vivía con su otro hijo.
    Todavía durante muchos años el sobrino que lo había encontrado una vez aseguró que lo había visto, que caminaba como siempre a grandes zancadas por el centro de la ciudad; que se bajó del autobús en que viajaba, pero que no lo alcanzó, y solo vio cómo desaparecía a un costado de la Torre Latinoamericana.
    Desde que vivía solo en la casa del pueblo, abuelo Ezequiel caminaba diariamente diez kilómetros para ir a desayunar con su hija en la cabecera municipal. Había logrado hacer tiempos récord, y su andar con paso marcial, igual que si marchara en una parada militar se le hizo costumbre a su hijo.
    Alguna vez pensamos recuperar la casa donde nacimos, y en la que vivió muchos años solo, luego que todos habían decidido emigrar a la capital del país. Solo nos quedamos mi hermana, y los dos más pequeños de la familia que se convirtieron de manera automática en su vivir cotidiano, su compañía que empezó a extrañar apenas llegaron por nosotros.
    Tal vez las dos veces que se perdió intentaba llegar al pueblo. Tal vez la segunda vez que ya nunca apareció lo logró de alguna forma, porque los lugares que amamos acaban por pertenecer al mundo de los sueños, de las ilusiones, de los paraísos que construimos a fuerza de desearlos.
    Abuelo Ezequiel seguramente regresó, y hoy mismo habita de nueva cuenta su casa, donde vive con mi padre que es su hijo, su nuera que es mi madre, y todos los que en algún momento formaron parte del escenario en que cada ser humano vive con gusto, con ganas.
    A todos nos pasará que de pronto nos descubrimos solos, sin los artistas que admiramos de jóvenes, y con la noticia cada vez más frecuente de que un escritor admirador ha muerto, un artista, un futbolista, un pariente o amigo de nuestra edad.
    Tenemos que aceptar que la despedida es paso a paso, irremediable, absolutamente necesaria porque la eternidad se localiza en otro lugar que difícilmente puede ser esta realidad en la que nos levantamos cotidianamente.
    Abuelo decidió salir de la casa de mi tía, con quien vino a pasar unos meses, porque deseaba regresar al pueblo. Porque simplemente le gustaba la ciudad pero unos días, no tanto tiempo. Y sin que nadie lo viera abrió la puerta para cerrarla y decirle adiós a todo, aunque lo más certero es un hasta siempre, porque seguramente cada uno de sus nietos lo encontraremos tarde o temprano, y será guía para los que andemos perdidos sin rumbo claro, lo mismo en vida que en muerte.
    Uno de los últimos recuerdos que tengo de él es que le encantaba mirar la luna, las estrellas y de este modo transportarse a la laguna de San Miguel, en ese entonces casi llena al tope, y ver que en el agua se reflejaba el firmamento sin distinguir cuál de los dos era el verdadero.
    Hoy, ya de noche de este miércoles, el cielo se llenó de luz de luna, de estrellas, seguramente por eso me acordé del abuelo Ezequiel, que anda por ahí en busca de su pueblo.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
    Uno de los últimos recuerdos que tengo de él es que le encantaba mirar la luna, las estrellas y de este modo transportarse a la laguna de San Miguel, en ese entonces casi llena al tope, y ver que en el agua se reflejaba el firmamento sin distinguir cuál de los dos era el verdadero.