MATRIMONIOS PRESIDENCIALES, ASUNTO DE ESTADO

CONCIENCIA CIUDADANA
    •    No es sólo un asunto personal, del corazón o la farándula que acompañó durante el sexenio la imagen de la pareja presidencial; sino eminentemente un asunto político de primer orden en tanto que sus protagonistas ejercieron la representación más alta del estado mexicano


El divorcio anunciado del ex presidente Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera, conocida popularmente como “la Gaviota” -sobrenombre originado por su participación en la telenovela de ese nombre, difundida  hace años por la empresa Televisa- no es sólo un asunto personal, del corazón o la farándula que acompañó durante el sexenio la imagen de la pareja presidencial; sino eminentemente un asunto político de primer orden en tanto que sus protagonistas ejercieron la representación más alta del estado mexicano; él como presidente de la república y ella como su consorte que, de acuerdo a  los usos y costumbres del régimen concluido apenas hace unos meses; ostentaban una representación social donde ella, como esposa, era reconocida como “la primera dama del país”, lo que, en la cultura conservadora promovida desde el poder significaba un sello de distinción con el resto de las consortes de la nación y símbolo paradigmático de la mujer mexicana.  
   Las relaciones matrimoniales de los mandatarios han constituido un hecho clave en la vida política, desde tiempos inmemoriales. El ejercicio del poder público parece necesitar de la dualidad masculino-femenina como símbolo de unidad y equilibrio de fuerzas, e impulsos sociales y la representación concreta del orden macro-cósmico en el estado-nación, que se proyecta en los gobernantes y sus consortes como símbolo de unidad de la gran familia nacional; conducida amorosamente por un padre fuerte y poderoso y una madre comprensiva y bondadosa.
Siendo así, es posible entender la historia de México desde una narrativa de la vida íntima de sus gobernantes y su relación con las formas de ejercer el poder, a la que la sociedad califica como ejemplares o negativas, confiables o desconfiables, loables o repelentes.  
Es conocida la forma en que, gobernantes como Agustín de Iturbide o Maximiliano de Habsburgo, (ambos declarados emperadores de México por las fuerzas conservadoras), rodearon sus matrimonios de lujos y boato como respuesta a las demandas y expectativas de sus partidarios. A estos gobernantes conservadores, puede agregarse la conducta seguida por el republicano Porfirio Díaz quien, en la última etapa de su dictadura, se hizo representar como el esposo fiel y bondadoso de Carmelita Romero Rubio; una imagen victoriana que agradó a propios y extraños; pero que ocultaba los  beneficios obtenidos por grupos de poder oligárquico situados tras el matrimonio, especialmente el encabezado por el propio suegro de Díaz;  jefe del partido científico, beneficiado con la política económica de la dictadura.
   En cambio, los matrimonios de aquellos gobernantes que en distintas épocas encabezaron movimientos de reivindicación nacional fueron, por lo general, correspondientes a las ideas progresistas por las que luchaban. Basta citar los clásicos ejemplos del matrimonio Benito Juárez- Margarita Maza durante el período de la Reforma y la Intervención Francesa y la de Francisco I. Madero y Sara Pérez; reconocidos ambos por su fidelidad, abnegación y solidaridad profesados no solo en sus relaciones personales, sino con las causas defendidas por sus consortes con quien se mantuvieron unidos en los momentos más álgidos de sus vidas y aún después de éstas.  
El ejemplo de éstos y otros pocos matrimonios presidenciales mexicanos han pasado al imaginario popular como símbolos de confianza y credibilidad ciudadana en momentos en que la nación se debatía ante enemigos internos y externos, en los que el gobernante requería contar con la mayor confianza popular, no solo en su vida pública sino en sus relaciones privadas.  
   No fue, desafortunadamente, el caso de la mayor parte de los presidentes del período neoliberal; quienes no solo se distinguieron por su proclividad a los manejos deshonestos del poder público sino, a la par, por relaciones matrimoniales inestables o, al menos, cuestionables en función al respeto y credibilidad necesitada por los gobernantes. El matrimonio de Miguel de la Madrid Hurtado y Paloma Cordero, por ejemplo; terminó tan luego como lo hizo el sexenio del primero, y lo mismo sucedió con el de su sucesor, Carlos Salinas de Gortari; quien no tardó en separarse de quien le acompañó como “primera dama” Cecilia Occeli, para contraer posteriormente matrimonio con Ana Cristian Gerard, quien fuera su alumna en el ITAM. En esos casos, si bien las esposas fueron discretas y prudentes, no dieron muestra alguna de contar con un compromiso decidido con las convicciones de sus maridos, aceptando pasivamente las dulzuras y las amarguras de acompañar a sus consortes en el ejercicio del poder presidencial.
   Sin embargo, las veleidades sentimentales de Vicente Fox, primer presidente panista, rebasó con mucho las de los presidentes anteriores. Fox no solo sostuvo relaciones extramatrimoniales, sino que puso en entredicho la confianza esperada por la mayoría conservadora que lo llevó al poder, apegada a las normas morales católicas en torno a la fidelidad matrimonial. Más aún, su delirio amoroso por la señora Marta Sahagún lo llevó a ponerse bajo el escrutinio e influencia de una potencia extranjera al solicitar el divorcio eclesiástico de ésta y su legítimo esposo, y el del suyo propio y su legítima esposa; casos que la Santa Sede manejó tortuosamente a lo largo de su sexenio garantizando la fidelidad del católico presidente a los intereses del papado en México;  de los que fue ejemplo notorio  el inmenso poder que alcanzó en su sexenio y el siguiente la Legión de Cristo y su fundador, favoritos de la Santa Sede; en uno de los màs escandalosos ejemplos de supeditación de un presidente de la República a un poder extranjero, sin importar las consecuencias negativas para la vida pública nacional.  
   Podrían estos ejemplos haber sido suficientes para que la casta política iniciara un proceso de renovación moral de la vida personal de sus liderazgos; pero al parecer, sólo motivaron que, al regreso del PRI a la presidencia de la República, Enrique Peña Nieto hiciera de sus relaciones matrimoniales una de sus estrategias favoritas  para alcanzar el poder presidencial; pues desde el gobierno del estado de México -y tras el fallecimiento de su esposa en extrañas circunstancias-,   pactó con agencias relacionadas al consorcio Televisa la búsqueda de  un acuerdo matrimonial con la actriz Angélica Rivera, como parte de una estrategia que le permitiera contar con mayores ventajas electorales sobre sus rivales políticos.
   Desde entonces surgió la sospecha – confirmada con su inmediata separación tras el sexenio peñanietista-, de que el matrimonio no fue más que un contrato de mutuo beneficio comercial; una mera escenificación, destinada a las masas televidentes proclives a ser manipuladas por la imagen y el glamour de la pantalla chica.
   A la postre, el matrimonio Peña Nieto-Rivera Hurtado no resultó, sin embargo, la historia de miel prometida a las masas. Amén de su evidente falsía, solo sirvió para demostrar la común inclinación de ambos cónyuges por los bienes materiales, la imagen y la banalidad en un momento en que los grandes problemas nacionales reclamaban en sus gobernantes y familiares una conducta intachable.
   Aún no se ha evaluado suficiente la relación entre Peña y Rivera en la derrota presidencial tricolor en 2018; pero sin lugar a dudas, fue uno de los factores màs influyente para que el PRI no alcanzará a consolidar su retorno al poder logrado el 2012.
   El electorado juzgó no sólo al régimen político; sin a  sus símbolos sentimentales y morales encarnados en los gobernantes y sus parejas durante los cuatro sexenios neoliberales; de cuya estulticia terminó finalmente por hartarse, repudiando las escenificaciones melosas de la vida íntima de la pareja presidencial difundidas por la televisión comercial que, al menos por esta ocasión, fracasaron en sostener el mito construido desde el ideal de los cuentos de hadas y príncipes con la que se intentó disfrazar una relación dañina no solo en lo económico, sino en lo político y lo moral para la sociedad mexicana.
   Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON, Y VIVOS LOS QUEREMOS YA, CON NOSOTROS.    

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