“EL CEPILLO”
Eran como las 10 de la mañana, y los gritos de una vieja loca salían de la casa del “Chinto”, se escuchaban en toda la vecindad, los perros ladraban y los vecinos se asomaban por sus ventanas a ver qué onda, una voz no dejaba de decir.
-Chinto, ¡Viejo no te mueras! ¡Dios mío! ¡no te lo lleves!
Lucha “la Prieta”, la mujer del “Cepillo” que vivía a un lado, le dijo a su marido:
-¡Vieja hipócrita! Me dan ganas de irle a romper el hocico por gritona, ni que lo hubiera querido mucho, lo hacía guaje con varios cuates. Era una gallinita ponedora.
El Cepillo, enojado, le dijo:
-¡Cállate el hocico! ¿A ti qué te importa?, no te metas en la vida privada de los vecinos, ¿cómo sabes lo que dices?
-Lo que se ve, no se juzga, anoche se la estaba raspando el lechero en la puerta de la vecindad.
-¿Estás segura de que era ella?
-Yo la vi con estos ojos que se van a comer los gusanos, al verme ni pena le dio, hasta me saludó. Me cae que me dieron ganas de llevarla de las greñas a que cuidara a su señor.
-Bueno y a ti ¿qué te importa?
-¡Sí me importa! Está dando unos gritotes que parece que está pariendo chayotes. ¡Vieja hipócrita!
El Cepillo era muy amigo del difunto, y fue a su casa a ofrecerle ayuda a la viuda. Su gran sentido pésame. La señora estaba de pie, y el cuerpo del difunto en la cama en posición de firmes.
-¡Susanita, lo siento mucho! ¿Le puedo ayudar en algo? Cuente conmigo.
-¡Ay, Cepillito! Se murió mi esposo, ¡yo también me quiero morir! ¡Dios mío, llévame con él!
La viuda abrazó al Cepillo y recargó su cara en la de él.
-¡Dios me lo quitó! Lo quería tanto… ¿por qué se lo lleva? Si era un hombre muy bueno.
El Cepillo abrazó muy cariñoso a la señora y le dijo:
-Resignación señora, estos son los caminos de la vida. Nacemos y morimos.
Los dos se abrazaban y el Cepillo le sobaba la espalda hasta llegarle por las nalgas. De momento entró doña Lucha, y al verlos abrazados los desapartó violentamente, y como estaban mal parados cayeron sobre el muerto, se levantaron como resorte.
-¡Señora, respete mi dolor!
La prieta, a jalones, se llevó a su viejo a su casa.
-¡Vieja descarada! Tiene al muertito a su lado, y chilla en tu hombro, eso es no tener madre.
-Compréndela mujer, estos momentos no se le desean a nadie, cualquiera busca refugio en un amigo, en este caso fui a darle el pésame, y ella me lo agradeció.
-¡Y tú muy contento! Agarrándole los cabellos y sobandole la joroba, ¿por qué no me la sobas a mi?
El Cepillo dio la media vuelta para salir, pero su vieja lo metió de las greñas.
-¡Ahorita mismo me vas a decir qué relaciones tenías con la mujer del muerto, o te vas con él en la misma caja!
-¡Ya calmate! Los celos te están volviendo loca.
-¿Celos? De ella, no seas mamífero, lo que me enoja es que le ponía el cuerno a don Chinto y escúchala, chilla como sirena de ambulancia, pero le voy a ir a partir la madre, para que chille con ganas.
La prieta dio el paso para salir, pero el Cepillo la cargó y la metió, cerró la puerta, la puso contra la pared y con el puño cerrado le aventó un golpe, la señora se agacho; si no, le hubiera pasado lo que al perico. El puño del Cepillo se estrelló en la pared, y sobándose la mano se salió de su casa.
Poco después llegaron los Ministeriales, se escuchaban rumores de que a don Chinto le ayudaron a morirse aplastandole el gañote.
Se llevaron a la viuda y se soltaron los chismes. Dijo Panchita, la portera.
-Estoy segura de que quien le dio en la madre a don Chinto fue uno de los que viven aquí. Anoche que salí a hacer de la chis, vi una sombra por la casa del difunto, y se perdió entre las viviendas, pero no vi donde se metió.
Dijo Juanita muy tranquila.
-Por mi parte, mi viejo no pudo ser, el llega diario hasta las chanclas, y se queda tirado donde caiga.
El cepillo estaba muy preocupado, entraba y salía de su casa, y al escuchar las pláticas se angustiaba más, se metió a su cuarto, se sentó a la orilla de la cama muy pensativo, entrelazando los dedos de las manos, a punto de brotarle el llanto. Entró su señora y le dijo:
-¿Qué te dolió mucho la muerte del Chinto? ¿O que se hayan llevado al bote a la piruja de su vieja?
El cepillo no le contestó y como era de noche, levantó las cobijas, se desvistió, y se acostó. Al poco rato hizo lo mismo su señora; el Cepillo se volteó para la pared, pero doña lucha estaba como cuchillito de palo.
-¡Hay gallos, que ven una gallina ajena, y la están pise y pise, y en su gallinero no cantan!
Sin hacerle caso el Cepillo se tapó la cara, con las cobijas y se quedó dormido, roncando como león africano. La señora seguía como guacamaya, hasta que le ganó el sueño y se quedó dormida también. Pasaron las horas y el Cepillo tuvo una pesadilla, y gritó muy fuerte…
-¡Noooo!
Con el grito, la Prieta se cayó de la cama, y con el calaverazo despertó a las viejo, ya era de madrugada, se vistió y comenzó a buscar su zapato, y lo tenía su señora.
-¡Dame mi zapato, o te desmadro!
-¿Dónde piensas ir? Apoco crees que no me di cuenta que andabas con esa vieja. ¡Tú mataste a don Chinto!
-¡Yo no fui, yo no fui!
-No te hagas el tonto, anoche saliste al baño, y regresaste muy nervioso, no pudiste dormir toda la noche. ¿Por qué no fuiste a trabajar? Esperaste a que la vieja gritara, para hacerle al mago, pero lo que más te dolió, fue que te dije que estaba con él lechero, a ti también te vio la cara.
El Cepillo se le aventó y la tiró en la cama. Se le montó y le apretó el pescuezo. La señora estaba con la lengua de fuera y sus ojitos en blanco cuando la salvó la campana. En esos momentos entró la policía y a punta de madrazos se lo llevaron, comprobaron que él y doña Susana, le habían dado chicharrón al Chinto. La prieta se cambió de barrio y el Cepillo está en la cárcel.
Los comentarios de las vecinas salieron a flote, dijo doña Paz:
-Estaba sentada como el Tigre de Santa Julia, pujando, cuando escuché los planes de la vieja asesina… “En el momento en que llegues, aprietale el pescuezo, por la mañana yo le hago a la chillona y digo que se murió, yo pensaba que era el pinche lechero porque seguido le entregaba la leche a la prieta.
-Mejor vamos a callarnos, si no, nos van a embarrar.