PEDAZOS DE VIDA
En la fiesta todo tiene expectativas, como el que el pastel, la comida y la bebida van a alcanzar para todos, que los novios se van a decir que sí en el altar, que la música no va fallar, que no habrá una señora que llegue a interrumpir la boda, que la quinceañera no se caerá cuando los chambelanes la carguen en medio del vals…
Nadie puede prever que con la vela de la primera comunión se encienda el cabello de la madrina en plena ceremonia dentro de la iglesia, ni tampoco se puede prever que el pastel se caiga al bajar de la camioneta de la pastelería, o que se roben las copas para que los festejados hicieran el brindis, y mucho menos se puede pensar en que la colonia se quede sin luz y se acabe la fiesta que ya comenzaba a animarse.
Aquella mañana la resaca fue mayúscula, mi tío se había acordado que su mujer lo había abandonado por irse a trotar el mundo con un trailero, eso lo había hecho llorar, en tanto uno de mis primos, hijo de otro tío era despertado con excremento de guajolote que minutos antes, la cona le había echó encima.
Y mientras “el Sopas” seguía hablando medio entumecido y hacía todo por conservar un poco más el fuego que hacía la madrugada menos fría, los demás dormían. Sólo los borrachos aguantadores le hacían compañía al Sopas, y hablaban como mordiendo las palabras, como escupiéndolas sin formarlas por completo, como si las letras se quedaran atrapadas entre los dientes.
El recalentado estuvo bien bueno, al medio día la resaca comenzaba su metamorfosis en una nueva borrachera, y como a eso de las tres se dieron cuenta de que mi primo, el Bonifacio se había ahogado con su vómito, todavía recuerdo que la peda se nos bajó, y la fiesta terminó en velorio, todas las fiestas son diferentes y está, más.