“Con el huachicol todo empezó a funcionar”, afirma Gloria “N”. “Este municipio creció, los negocios de mi colonia no funcionaban, los del centro tampoco”, recuerda. Muchos comenzaron a consumir gasolina de la venta ilegal y el dinero que les sobraba lo gastaban en locales del centro
El dinero fácil llamó la atención de los pobladores del municipio de Tlahuelilpan, un territorio hidalguense que se dedicaba al cultivo y la cosecha de alfalfa y maíz, sin embargo en nada se compara el salario que ganaba un jornalero día, al que recaudan por 2 o 3 horas, quienes ahora se dedican a la ordeña clandestina de los ductos de Pemex.
CULTIVO DE ALFALFA
El cultivo de alfalfa y maíz es la ocupación agrícola primordial. Cada martes rigurosamente es día de plaza, en el que los vendedores montan sus puestos en la pequeña explanada central. Son tan pocos los residentes de Tlahuelilpan que casi todos resultaron afectados por la explosión.
Historias ahora hay muchas en torno a la tragedia que cimbró al pueblo; “Aquí todos nos conocemos. El lunes enterraron a un amigo y a un vecino; el martes sepultaron a otro amigo; antier al esposo de mi prima y hoy van a enterrar a mi primo y a uno de mis compadres”, dice Gloria “N”.
El ritmo de vida, con todo, no ha cambiado en su esencia. Antes de la catástrofe ya era un pueblo inmerso en horarios fijos, de niños que van a la escuela, adultos que dejan un momento el negocio para ir por ellos, que abre y cierra negocios; de jóvenes que van a la preparatoria, como Gloria “N”, y también, por supuesto, de los que ordeñan ductos.
“En el campo, los trabajadores ganan de 150 a 200 pesos diarios, hace tiempo que no se paga el salario mínimo”, comenta Luis “R”, dueño de una peluquería, pero “en la ordeña de ductos sacan 300 o 400 pesos y es sólo un rato, dos o tres horas”, añade.
“Muchos huachicoleros salieron de aquí, nosotros jugábamos con ellos”, expresa Gloria. Tlahuelilpan “no representa muchos votos”, apunta, y es que hay 12 mil 917 personas empadronadas. Ante la ausencia de políticas públicas e inversión privada, el huachicol fue lo que reactivó la economía local.
“Con el huachicol todo empezó a funcionar”, afirma Gloria “N”. “Este municipio creció, los negocios de mi colonia no funcionaban, los del centro tampoco”, recuerda. Muchos comenzaron a consumir gasolina de la venta ilegal y el dinero que les sobraba lo gastaban en locales del centro.
“A la gente le sobraba dinero, arreglaba sus carros, sus casas, a los albañiles les caía trabajo, empezaron a traer en buenas condiciones sus carros”, confirma Carlos “M”, propietario de una cocina económica. Pero la gente ya no quiere comprar huachicol y de las 50 comidas que vendía su esposa diariamente en el negocio, hoy sólo vende 25.
La economía local, expone Jesús Carrillo, candidato a doctorado por El Colegio de México, se mueve porque “al momento en que hay un nuevo negocio muy pujante, los ingresos adicionales se distribuyen entre las familias que tienen empresas pequeñas, que así se pueden sostener”.
Una alternativa para detonar la actividad productiva en Tlahuelilpan consistiría en “hacer transferencias económicas, dar dinero a las familias para que tengan un ingreso no laboral, generar una inclusión financiera que permita el acceso a créditos y que puedan abrir sus propios negocios”, opina Carrillo.
Gloria “N” asegura que los habitantes están preocupados porque ha empezado la inseguridad, los asaltos y homicidios. Pero “saben que el huachicol no se va a acabar”, y creen que una vez que regresen a consumirlo y venderlo, la economía retomará un rumbo positivo. “Lo que realmente temen es que llegue alguien de fuera a controlarlo todo”, afirma.