Juan “el Quijote”, era un hombre alto, flaco, tenía los ojos de tomate hervido, (verdes) piel blanca barba y pelo rubio. Trabajaba como albañil en la Hacienda de Loreto, su maestro se llamaba Néstor era un viejo de pocas pulgas, y hacía muchos corajes, con el Quijote.
-¿Qué pasó, Quijote? ¡Voy a creer que seas tan burro!, tienes muchos años de albañil y no sabes hacer la mezcla.
El maestro Néstor le dio una patada en las nalgas.
-¡Cálmese, maestro, porque un día de estos le voy a poner en la madre!
-¡Atrévete y veras como te corren del trabajo.
-Lo voy a esperar allá afuera, a ver si de verdad es usted muy macho, aquí se pone a rebuznar porque lo defienden sus jefes.
-¡Ya dijiste! Nos vemos a la salida, pero antes tienes que trabajar, súbete al andamio y echas el aplanado.
-¿Por qué no se sube usted?
-Porque tú eres el chalán, y obedéceme porque yo soy el que te voy a madrear por flojo.
-Usted se va todo el día a tomar pulque con los de la fragua, pero voy a ir a rajar leña con los jefes.
El maestro Néstor se regresó muy enojado y le dio un aventón que se fue para atrás, cayendo dentro de la mezcla.
-¡Ya sacó boleto!
El maestro se alejó y le mando de ayudante al “Nahual”.
-Ja, ja, ja. ¡Ya ves, pinche Quijote lo que te pasa por rezongón!
-¡Cállate baboso!
El Quijote se subió al andamio, que tenía seis metros de altura, y le gritó a su ayudante.
-¡Nahual, amárrame el bote de mezcla!
De mala gana trabajaba con la cuchara, aventaba la mezcla y quedaba pegada la mitad, y la otra iba para el suelo.
-¡Órale, Quijote, estas tirando toda!
Él les mentaba la madre y seguía trabajando. En esos momentos iba a salir un camión de la compañía en reversa, y el chofer hacía maniobras para no rozar el andamio donde estaba este cuate.
-¡Échame aguas Nahual!
El Nahual se paró en medio a manera que el chofer lo viera por el espejo, y con la mano moviéndola hacia atrás le decía:
-¡Viene, viene! Quiébrate tantito a la derecha.
Con chiflidos y señas el camión salía poco a poco, pero al Nahual le fallaron los cálculos y el camión, pegó en una de las vigas que sostenían el andamio, tirándolo con todo y Quijote. Por los gritos y el escándalo, salió el jefe, Andrés Hernández y se dirigió al chofer.
-¡Mira lo que hiciste, pendejo! Ya mataste al Quijote.
-El Nahual me echó aguas y me dijo que pasaba.
-¿Para que te sirven los espejos, idiota?
Mientras alegaban, llegó el maestro Néstor y el jefe muy enojado le dijo:
-¿Dónde andabas? Ya se lastimó uno de tus trabajadores.
-Andaba revisando el trabajo de los demás, ¡caray! No los puede uno dejar solos porque se lastiman.
Don Ramoncito, el carpintero, les dijo:
-¡No está muerto, ya abrió un ojo!
Por estar discutiendo se habían olvidado del Quijote, que estaba tirado debajo de unas y tablas todo lleno de mezcla.
-¡Llamen a la ambulancia!
-¡No está el chofer, se fue a desayunar!
-¡Me lleva… Llévenselo al hospital, no me importa en qué, pero rápido. Nahual, ve a avisar a su casa, que se accidentó.
El Nahual” llegó corriendo, pero la señora del Quijote no estaba, se había ido al mandado y le dejó el recado con una vecina.
-¡Por favor, señora, le avisa a la vieja de Juan que se cayó de un andamio y se lo llevaron al hospital de la compañía!
-¿Está grave?
-¡Sí! Se cayó de cabeza de una altura de seis metros.
-¡En la madre! Gracias joven, yo le aviso.
Cuando llegó Panchita, la mujer del Quijote, le dieron la noticia y se le doblaron las patas; cayó de madrazo al suelo.
-Denle a oler alcohol.
La señora Pancha se levantó, parecía La Llorona, no sabía qué hacer, daba vueltas y se tapaba la cara. Comenzó a gritar como loca, hasta le tuvieron que dar una cachetada. Al llegar al hospital tuvo muchos problemas porque ahí no dejan entrar a nadie, se metió a fuerza y aventando a las enfermeras. Llegó hasta la cama donde estaba las viejo, vendado de la cabeza…
-¡No te vayas a ir, Juan, no me vayas a dejar con tanto hijo!
Todos los enfermos de la sala levantaron la cabeza para ver quien chillaba tan feo. Entró la jefa de enfermeras acompañada del velador y del jardinero y cargándola, la echaron a la calle.
-El señor está delicado, no está agonizante, cállese y váyase a su casa, mañana son las visitas a las 11 de la mañana.
Al día siguiente, la señora entró a verlo y le dijo:
-¡Ay viejo, qué sustote me diste! Pensé que ya te ibas a ir con los diablos!
-Me salvé de pura chiripada, pero me duele todo el cuerpo, no me puedo mover, ya tengo todas las nalgas agujereadas de tantas inyecciones y además tengo mucha sed.
-¡Ahorita les digo a las señoritas que te den un vaso de agua!
-¿Agua? Si no soy rana, ve con las señoras del Mercado Primero de Mayo y me traes un litro de pulque, ya tengo el hocico seco, y de por ahí me traes unas gordas de tripas y de carnitas, aquí nada más me dan atole y gelatinas.
-¡Eso va a estar en chino! ¿Cómo las voy a traer si en la puerta revisan todo?
-¡No seas gacha, vieja! Es mi ultimo deseo, me voy a morir de sed.
-¡Bueno, no te preocupes, ya pensaré como le hago para meter lo que quieres. Mañana vengo.
Al día siguiente, el Quijote esperaba con ansiedad a su vieja y cuando entró le preguntó:
-¿Me trajiste lo que te pedí?
-¡Cállate!, que por ahí anda una enfermera, traigo una botella de pulque metida en el sobaco, a ver si no está tibio. ¿Cómo la vas agarrar si tienes las manos enyesadas?
-Levántame tantito y me lo echas en la boca.
El Quijote abría el hocico como cocodrilo y la señora le echaba el pulque, cuando veía a una de las enfermeras, se guardaba la botella donde la traía. Entró la enfermera y olió algo raro, movía la nariz para oler mejor le dijo a la señora.
-Se sale un momento porque lo voy a inyectar.
La señora se levantó nerviosa y se le cayó la botella del pulque, se armó un verdadero desmadre, la sacaron a empujones, la cajetearon y dieron orden de que ya no la dejaran entrar. El Quijote sufrió mucho, no por las dolencias sino porque estuvo internado un mes sin probar pulque.