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 San Lázaro, la histórica puerta al oriente

 Pensar en San Lázaro es imaginar movimiento de gente, caminos que se cruzan, transbordes. Se trata de una zona donde convergen diversas modalidades de transporte público como central de autobuses, metro y metrobús.

En épocas prehispánicas lo que ahora conocemos como el eje Congreso de la Unión era el borde oriente del islote de Tenochtitlan. Según Juan Carlos Briones, integrante de La Ciudad de México en el Tiempo, en esta zona se encontraba el embarcadero a Texcoco y el Albarradón de Ahizotl: una barrera hecha con troncos y barro que controlaba el agua proveniente del lago de Texcoco.

El nombre con el que se conoció esta zona proviene del hospital para leprosos establecido en 1572; el santo protector de los enfermos de ese mal es San Lázaro. Aún se conserva parte de la iglesia que perteneció a este recinto en un predio sobre Congreso de la Unión entre las estaciones de metro Morelos y Candelaria.

Al sur funcionó por varios siglos una de las trece garitas que tuvo la ciudad: construcciones avocadas a revisar y cobrar impuestos a las mercancías que ingresaban a la capital.

Manuel Payno retrata la dinámica de la Garita de San Lázaro en su novela, escrita en la primera mitad del siglo XIX, “Los bandidos de Río Frío”:

“Imposible de creer que en una ciudad como la capital de la República Mexicana, situada en la mesa central de la altísima cordillera de la Sierra Madre, pueda haber un puerto […]

Son las ocho de la mañana […] Las canoas trajineras que la noche anterior han salido del Puerto de Depósito de Chalco comienzan a divisarse a lo largo del canal, y las aguas, ya por esas cercanías cenagosas, con los desechos de la ciudad, comienzan a removerse por los remos manejados con vigor por los indios desnudos hasta la cintura, chorreándoles el sudor y respirando con dificultad por una fatiga de seis u ocho horas”.

Más increíble que las descripciones lacustres de la zona es el hecho de que la Garita de San Lázaro siga en pie. Superviviente de las múltiples transformaciones de esta ciudad, esta construcción colonial aún se puede admirar en el cruce de Congreso de la Unión y la calle Emiliano Zapata.

El edificio se encuentra en aparente abandono; algunos de sus arcos están apuntalados y por las noches el portal funciona como refugio de personas en situación de calle. El lamentable estado de esta construcción responde al histórico abandono de la zona.

La condición de puerta de la ciudad subyace en San Lázaro a pesar del fin del ecosistema lacustre. El tren que miramos como símbolo de la estación de metro que lleva su nombre es recuerdo de la estación de ferrocarril, construida en 1878 a unas cuadras de la Garita. Esta línea ferroviaria conectó Morelos, Puebla y Veracruz con la Ciudad de México hasta los años 70 del siglo pasado.

A finales de esa misma década se construyó la Terminal de Autobuses de Pasajeros de Oriente (TAPO), proeza moderna de su tiempo, al igual que el Palacio Legislativo. Las estaciones de metro y de metrobús complementan el cuadro de una zona de intensos transbordes urbanos.

La confluencia de estos transportes, comenta para este diario el doctor en urbanismo Héctor Quiroz, “no hacen sino reforzar esa condición histórica de garita. Es sorprendente cómo una función que tiene 500 años ahí sigue y se va reforzando por esta serie de infraestructuras”.

Permanece San Lázaro, pero no la memoria de su origen. En un sondeo realizado en la zona, de quince personas consultadas, ninguna supo que este edificio fue Garita.

A la pregunta del porqué del nombre de “San Lázaro”, resulta interesante que 6 personas, extrañadas, dijeron que San Lázaro es “del otro lado” del Eje 2 Oriente, es decir, hacia la TAPO, “Aquí es Candelaria de los patos” comentaron un par de jovencitas de 13 y 16 años.

El edificio de la que fuera Garita de San Lázaro podrá estar en ruinas; sin embargo, la función que cumplió se encuentra más viva que nunca: ser punto nodal para el transporte de la Ciudad de México.

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