La confianza

FAMILIA POLÍTICA
La confianza es base de la amistad, fundamento de recíproco reconocimiento; cierto, siempre será deseable no tener amigos pendejos, pero más allá del interés, cuando a pulso se ha ganado tal aceptación, se puede pasar por alto ese pequeño detalle, aceptar y dar amistad a alguien con todas sus virtudes y defectos.

“Fíado* en el instinto que me empuja
Desprecio los peligros que señalas:
El ave canta, aunque la rama cruja,
Como que sabe lo que son sus alas”.
Salvador Díaz Mirón.

    *El acento obedece a una licencia poética.

La Real Academia de la Lengua Española define este concepto así: “Es la esperanza que una persona tiene en alguien o en algo”. Según mi apreciación, es un valor y por lo tanto, tiene que ubicarse en la rama axiológica de la Filosofía. Es un término polisémico; esto es, tiene distintos significados en relación con su contexto, pero todos tienen que ver con la ética.
Así, por ejemplo, la “confianza en sí mismo” es necesaria para efectuar con eficiencia y eficacia cualquier actividad de la persona pero, si hay exceso, puede caerse en la petulancia, la autosuficiencia artificial y cualquier virtud se convierte en vicio. Decir “pase usted, con confianza”, es fórmula de elemental cortesía en una casa u oficina, de igual manera, cuando un profesional (psicólogo, sacerdote, etcétera), se dirige por primera vez a un potencial cliente, la palabra “confianza”, infunde confianza.
Las polisemias son tan engañosas que rápido las miramos familiares; al pronunciarlas de manera casi mecánica, no advertimos la relevancia que pueden llevar consigo; repito: la confianza es un valor; fundamenta nuestra vida en diferentes perspectivas; es básica para la relación de pareja en cualquiera de sus etapas; el noviazgo es preparación para una futura consolidación familiar. Sí, es cierto, el romanticismo que marcó a los miembros de mi generación, da al amor una fuerza preponderante que, por desgracia, no es suficiente. En la actualidad, todo idilio lleva consigo una serie de principios pragmáticos de sexo e intimidad, en donde no siempre caben las categorías espirituales ni los compromisos para toda la vida. Por eso, me atrevo a decir que el matrimonio es una institución en decadencia.
La confianza es base de la amistad, fundamento de recíproco reconocimiento; cierto, siempre será deseable no tener amigos pendejos, pero más allá del interés, cuando a pulso se ha ganado tal aceptación, se puede pasar por alto ese pequeño detalle, aceptar y dar amistad a alguien con todas sus virtudes y defectos.
Pocas actividades humanas son tan trascendentes como la educación y la cultura. La figura del Maestro, durante muchos años se erigió ante las nuevas generaciones al mismo nivel e incluso por encima de la paterna: “Magister dixit” (El Maestro lo dijo), era una instancia de definitividad ante cualquier duda o intento de polémica en relación con alguna rama del saber.
Hoy, por desgracia, pocos profesores hay que se respeten a sí mismos; que mantengan ante sus alumnos y ante la sociedad, aquel halo de confianza, sabiduría e integridad moral que caracterizó a los viejos forjadores de la Escuela Rural Mexicana o a los precursores de nuestra formación universitaria.
Educar debe ser un acto de amor, no simple modus vivendi; por cierto, precario y socialmente poco apreciado ¡Qué triste es mirar a “profesores” desaliñados, fodongos, mal educados… bloqueando carreteras, ferrocarriles… con nimios pretextos; son así desde que inician su “profesionalización” en el seno de algunas escuelas normales! El maestro está obligado a ser El Maestro, dentro y fuera del aula, tal vez no tanto por lo que sabe, sino por lo que transmite gracias a la confianza y al ejemplo.
“Cada médico, decía una connotada abogada (casada con uno), comienza a nutrir su complejo de superioridad, en el momento mismo en que firma la solicitud de ingreso a la facultad”. Es cierto, al margen de un cada vez más ignorado “juramento de Hipócrates”; se sienten salvadores del mundo y dueños de la verdad; inclusive, se otorgan a sí mismos el título de “Doctor”, aun cuando no tengan estudios de doctorado, sino de licenciatura. Quede claro, estas letras, en lo poco que tienen de “mala leche”, no van dirigidas a los “Señores Médicos”, a quienes tanto debo en el campo de su profesión y en el, aún más difícil, espacio de la amistad. Con ellos está mi confianza, con doctorado y sin doctorado.
El punto máximo en materia de confianza se personifica en Dios. Debo confesar que siento envidia (espero que sea de la buena) por el grado indubitable que algunas personas tienen en relación con Dios Padre o cualquiera de las otras potencias divinas. Es admirable ver como el dogma suple a la razón y genera individuos felices y realizados. “Dios no se equivoca”… y aunque lo hiciera, raras son las manifestaciones de pérdida de confianza que se expresan en la vida o en la literatura.
De niño, me causaban pavor los reclamos que Rubén C. Navarro dirigía al Maestro Jesús de Nazareth, al terminar su poema: Hoy que vivo solo… solo, en mi cabaña,/ que construí a la vera de la audaz montaña./ cuya cumbre ha siglos engendró el anhelo/ de romper las nubes y besar el cielo./ Hoy que por la fuerza del dolor, vencido,/ busco en mi silencio mi rincón de olvido;/ mustias ya las flores de mi primavera;/ triste la esperanza y el encanto ido;/ rota la quimera,
muerta la Ilusión…/ …¡Ya no rezo al Cristo de mi cabecera…!/ ¡Ya no rezo al Cristo … que jamás oyera/ los desgarramientos de mi corazón…!
A riesgo de pasar como irreverente, blasfemo y políticamente incorrecto, me atrevo a decir que la confianza es el fundamento de la gobernabilidad. A un humano común y corriente, le cuesta mucho trabajo lograr que la gente crea en él (ella). Poco a poco, promesa tras promesa que se cumple, o que se explica satisfactoriamente por qué no se pudo cumplir, construye su pedestal. Éste es tan inestable como un castillo de naipes y tan frágil como una copa de cristal.
Cuando el hombre de la calle se convierte en líder, siempre tendrá adversarios que esperan con ansia sus fracasos para capitalizarlos y minar con ello la confianza de la base popular. A veces hasta la naturaleza o las circunstancias se confabulan para nutrir la desconfianza del pueblo ¡Cuidado! no siempre los errores se perdonan ni las culpas se atribuyen a quienes realmente las tienen. Muchas veces pagan justos por pecadores, chivos expiatorios que se sacrifican en aras de cumplir el artículo primero y único de la Ley General de Hilados y Tejidos, que a la letra dice: “El hilo se revienta por lo más delgado”.
Cierto es: el verdadero poder tiene muchos mecanismos de defensa, pero no se puede ocultar toda la vida la falla de un dirigente por encumbrado que se encuentre. Así, aunque su éxito esté sustentado en el esfuerzo, y no en el privilegio, la confianza es como una copa de cristal: cuando se rompe, jamás volverá a ser la misma.

Related posts