Un trompicado segundo aniversario
• El presidente de EU llega al ecuador de su mandato más envalentonado y heterodoxo que nunca
Golpeado por las urnas y asediado por hasta 17 investigaciones -desde las relacionadas con sus negocios a las de su posible vinculación con el Kremlin-, Donald Trump llega al ecuador de su mandato más envalentonado, heterodoxo y showman que nunca, embebido de trumpismo.
En 2018, dio el golpe de mano al tablero internacional. Lo que le queda de presidencia será una guerra en casa, con medio Congreso en manos de los demócratas, que ya pueden maniatar su presidencia.
El 7 de noviembre Trump se revolvió como un animal herido. Las elecciones legislativas de la noche anterior habían ido mal. Su partido logró amarrar el Senado —algo fuera de duda pues estaban en juego los escaños republicanos—, pero perdió el control de la Cámara de Representantes en lo que —pocos días después se sabría— había resultado la mayor victoria demócrata desde el Watergate.
El vuelco —esa era la peor señal para el presidente— vino impulsado por una marea de participación: 116 millones de estadounidenses acudieron a las urnas, cuando en 2014 solo lo hicieron 83 millones. Los candidatos demócratas habían logrado aquel martes casi tantos votos como él mismo en las presidenciales de 2016. La llamada ola azul había llegado y el hombre que protagonizó la campaña lo sabía.
A la mañana siguiente Trump se presentó en la habitación Este de la Casa Blanca, la mayor de todas, que John Adams usaba para colgar la colada y que ese miércoles estaba repleta de periodistas, a quienes les dijo que la derrota electoral era culpa de los republicanos que lo habían abandonado.