* Y los sueños… sueños son
El hombre y la mujer de prominente abdomen apenas si podían quitarse los cinturones de seguridad del automóvil; era algo que nunca habían previsto, que resultaba un absurdo, que simplemente atentaba contra sus principios: caminar.
Sin embargo, y luego de una semana completa sin poder conseguir gasolina, y pagar una garrafa a más de 800 pesos, se dieron cuenta que la cochera sería el mejor lugar para su coche, apenas estrenado a finales del 2018.
Apenas pasada la puerta del fraccionamiento el hombre desfallecía, tragaba aire a puños, y su mujer estaba al borde del desmayo.
Acostumbrados a usar el auto hasta para ir a la esquina, nunca pensaron que el sedentarismo, el comer como desquiciados, les cobrara una factura tan dolorosa.
Porque el aire lastimaba al ser introducido a los pulmones con tanta prisa, parecía una lija, y todavía peor en esta temporada de frío. Las piernas no lograban sostener la mole humana y se encorvaban.
Al mes acudieron con el doctor, por supuesto a pie, quien los felicitó porque los notaba menos lentos, con una plasticidad que nunca en su vida, el galeno, imaginó en quienes simplemente los había visto condenados a una muerte prematura con diabetes, fallas renales y de otro tipo.
No confesaron que había sido a raíz del desabasto de gasolina que caminar se había convertido en su mejor medio de transporte. Aseguraron que rutinas diarias de ejercicio y una dieta equilibrada, habían logrado un objetivo que se antojaba inalcanzable.
Pasada la escases de combustible, luego de que tres o cuatro gasolineras habían sido incendiadas por ciudadanos enloquecidos, esposo y esposa decidieron esperar con absoluta paciencia a que las coas se normalizaran pero ya sin acudir en las madrugadas a que llegara la pipa de PEMEX o de otra empresa.
Se guarecieron en su casa coincidieron en que era tiempo de sobrevivir, de caminar como cuando niños y adolescentes, de hacer una vida un tanto normal, y dejar de angustiarse porque el automóvil se quedara guardado en el garaje.
Ha pasado un año desde aquella época del “Desabasto de gasolina”, del “Ciudadanía enloquecida porque no llegan las pipas, queman establecimientos”. Un año en que cerraron las puertas a cuanta noticia intentaba incendiar los ánimos de la gente, un año en que comprobaron que después de todo nunca habían cuidado tanto su cuerpo como al dichoso coche.
Porque podían enfermar, sentirse graves, pero el servicio para el vehículo casi último modelo se hacía porque se hacía. Si un golpe pequeño, al taller para que se viera como cuando lo compraron. Si una llanta se veía gastada, a cambiarla. En fin el hijo predilecto era el auto, el que merecía todo, incluso su propia salud.
Estaban contentos por lo que habían logrado, pero sobre todo porque habían cambiado radicalmente sus costumbres. Ya era un año de todo aquello, y se mantenían en su lucha contra la obesidad. Sus corazones caminaban a buen ritmo, y ya no rebotaba como una pelota el estómago.
Estaban orgullosos.
Uno a otro se felicitaban hasta que escucharon un golpe en el vidrio del auto.
-¡Carajo, ya avancen, la pipa llego hace media hora y ustedes no se mueven!
Eran las tres de la mañana, y festejaron que luego de dos días de no encontrar una sola gasolinera que hubiera recibido el combustible bendito, por fin le habían atinado en la que está cerca de Acayuca, por Zapotlán.
-¿Te acuerdas del sueño?, le preguntó la esposa al esposo.
-No, ¿y tú?
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta
CITA:
Porque podían enfermar, sentirse graves, pero el servicio para el vehículo casi último modelo se hacía porque se hacía. Si un golpe pequeño, al taller para que se viera como cuando lo compraron. Si una llanta se veía gastada, a cambiarla. En fin el hijo predilecto era el auto, el que merecía todo, incluso su propia salud.