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6×2 uvas

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RELATOS DE VIDA

Las agujas del reloj marcan media hora antes de la media noche, la pequeña mesa ubicada al centro de la pequeña casa carga cuatro platos con spaghetti, misma cantidad de vasos llenos con sidra, y dos pares de copas con 12 uvas en su interior; y al centro un platón con un enorme pollo rostizado.
El padre y el pequeño hijo se encuentran sentados en el sofá viendo una película, la madre se encuentra en el cuarto tratando de cubrir con maquillaje el cansancio producido por el quehacer diario y la niña de apenas 11 años se observa apurada escribiendo sobre un pedazo de papel que arrancó de una libreta de la escuela.
Faltan tan solo 15 minutos para que las manecillas se unan en el número 12, la mujer llama a todos los integrantes de la familia a prepararse para la celebración; y la pequeña se acerca a entregar la hoja.
-¿Qué es esto amor, hoy no viene Santa ni los reyes? – pregunta intrigada – son mis deseos para el año nuevo – contesta la menor, mientras la madre da un vistazo rápido para volver a cuestionar – ¿Y porque solo hay seis? – porque se deben multiplicar por dos, para que los deseos sean más fuertes – aclara la niña y la mujer comienza con la lectura.
1. Quisiera que el celular de mi papá se descomponga, pierda o rompa, el quiere, ve y cuida más su aparatejo que a nosotros.
2. Me gustaría que los días de trabajos tengan menos horas, para comer juntos, usar mis juegos de mesa y me puedan leer cada noche un cuento, de los tantos que hay en mi librero sin abrir.
3. Pido que mi hermano tenga superpoderes para que luche contra los bichos que le provocan fiebre, este año se enfermó dos veces y me aburrí mucho porque no pude jugar con el.
4. Sería lindo visitar a los abuelos más seguido, para continuar con las historias de las travesuras de mis papás y completar mi diario de recuerdos.
5. También sería bonito que mis papás se abrazaran y besaran más, que se digan cosas lindas y que sus malas caras se borren.
6. Lo que más deseo es que exista una fórmula mágica que ayude a mamá a ser feliz y fuerte, la he visto llorar y caer de cansancio, y a pesar de eso hace lo posible porque mi hermanito y yo estemos bien.
La mujer levantó la cara y observo a la niña, la acercó a su pecho y le besó la frente; y le pidió un lapicero. En cuanto lo tuvo en su mano escribió:
Deseo que el mal en mi cuerpo no me impida disfrutar cada segundo con mis hijos, verlos crecer y observar la sonrisa que me impulsa a salir adelante.
Dobló la carta y simplemente la colocó en el árbol.