LA GENTE CUENTA
-¿Ahora sí ganaste un poco más?
Emiliano se dispuso a contar, como cada día, el resultado del día de trabajo en una de las jardineras de la ciudad. A su lado, su compañero e incondicional. El resultado lucía más favorecedor: había más monedas.
-Pues, si deseas, te invito la cena de hoy. No es mucho, pero creo que sirve.
Los dos niños comienzan a caminar por las calles, con el frío a cuestas, mientras los autos pasan con una velocidad moderada, como si la vida de la ciudad hubiera pausado su ritmo caótico.
-Ya se nota que casi es año nuevo. La gente ya casi no sale de sus casas.
-Bueno… -dijo Emiliano meditabundo-, a veces no conviene tanto que no haya gente. La chamba con los autos se vuelve algo difícil.
Llegaron al primer puesto de comida que encontraron en el camino. El menú para el día de hoy: tacos de bistec, chorizo y carne enchilada.
-Vaya, un año más, y nosotros seguimos aquí, en la calle, trabajando para no caernos muertos de hambre.
-Bueno, algo es algo, mano –respondió Emiliano-. Con lo que juntaste pudiste conseguirte un cartón más resistente al frío, y la verdad es algo que yo a veces quisiera.
-¿Y tú cobija, la bonita que te regalaron?
-¿La de tigre? Todavía la tengo, en mi banca.
-Chispas, creí que ya la habías perdido, o que se te había roto. Digo, las cosas no son para siempre, mi amigo.
La encargada del puesto llegó con el pedido, y los pequeños comenzaron a comer, o mejor dicho, devorar, con el hambre atrasada.
-La sigo cuidando. Hasta el día de hoy me ha servido mucho.
-¿Neta? ¿Y sabes quién te dejó ese regalo hace casi un año?
-Emiliano se esforzó en recordar un poco sobre esa noche. Nada, no recordaba nada.
-Pues, mira. Creo que eso es lo menos importante. Quien lo haya hecho, le estaré agradecido.
Después de comer, los dos amigos se separaron, yéndose cada quien por su lado. Emiliano tomó rumbo a su plaza, a donde su cobija. Y debajo de su faro, donde resguardaba sus objetos, tendió su cobija y se echó boca arriba. La luna iluminaba el espacio, mientras una duda fluctuaba en el aire: ¿quién se acordaría de él?