EL RESPETO EN LAS GENERACIONES

 “Siempre respetaré a quien haya nacido

un día antes que yo”

Sentencia popular de homenaje a la experiencia.

 

Los griegos, en la antigüedad según IkramAntaki consideraban al tiempo como gran corruptor de hombres y de instituciones. La idea de progreso, de un futuro mejor era totalmente ajena a su espíritu. En la Grecia clásica campeaba la idea de que todo tiempo pasado fue mejor. ¿Tendrían razón los creadores de la cultura de occidente?

 

En un plano comparativo, es evidente que las condiciones de vida en la actualidad son mucho mejores, en los aspectos pragmáticos del bienestar individual y social; esto cabe de manera indubitable en el terreno de la ciencia y la tecnología. La discusión, sin embargo puede darse en el terreno de la ética. En el devenir de las generaciones, en relación con el respeto y sus consecuencias ¿hay progreso o retroceso?

 

Desde que, sociológicamente, se consolidó el concepto de familia, el gran eje lo constituyó el varón en el patriarcado, la mujer en el matriarcado o ambos, al evolucionar los núcleos sociales. La relación filial, sin duda, tiene como fundamento el respeto. Los usos y costumbres, dieron origen a diversas modalidades para visualizar a la autoridad paterna. En algunos tiempos y espacios, los hijos eran una extensión del padre, quien podía disponer, incluso, de su vida. ¿Quién no recuerda aquella terrible frase en el famoso Corrido del Hijo Desobediente, después de que un joven mancebo espeta a un progenitor que no lo deja pelear: “Quítese de aquí mi padre / Que estoy más bravo que un león / No vaya a sacar la espada / Y le traspase el corazón. A tal falta de respeto; a la amenaza sacrílega, sobreviene la fatal maldición: “Hijo de mi corazón / por lo que acabas de hablar / antes de que raye el sol / la vida te han de quitar”. Encuentro en tal actitud, reminiscencias de autoritarismo bíblico, cuando el Dios creador condena la desobediencia de Adán y Eva a ganar el pan con el sudor de su frente.

 

En la actualidad proliferan familias desintegradas, hijos que se alejan para estudiar o trabajar en remotas regiones. Padres que son extraños, aunque en su tiempo fueron proveedores y por tanto, en el mejor de los casos, sobrevive alguna noción de interesado respeto. En otro plano, relaciones de este tipo quedan marcadas por el rencor que deriva de la potestad autoritaria. Las figuras en otro tiempo amorosas, del padre o de la madre se evocan con rencor. Es común que el hijo se refiera a su padre con el despectivo: “Viejo pendejo”. ¿Cuántos ancianos viven y mueren en la soledad, en el olvido, porque no supieron, o no pudieron sembrar amor, gratitud y respeto?

 

El pragmático valor de la experiencia es la fuente en que se nutre el respeto a los ancianos. En el presente, dicha actitud reverencial vive más en el discurso que en la realidad. Los viejos reciben (¿recibimos?) homenajes públicos y burlas privadas.

 

Es impresionante observar cómo en la gente nueva, en el barrio y en la Universidad, la idea de respeto se diluye hasta casi desaparecer. A mi juicio, los tatuajes, horadaciones en nariz, labios, lengua o cualquier otro espacio corporal, para colocarse aretes, anillos y similares, son manifestaciones de autodestrucción, baja estima y carencia de consideración hacia el propio cuerpo. Como educador tengo la obligación de considerar a estas etapas, transitorias, pues no concibo a un personaje así, en el desempeño futuro, de un cargo de alta responsabilidad en el Gobierno, la Academia o la Judicatura. Aunque cueste trabajo, las generaciones anteriores debemos confiar en las que tomarán nuestro lugar.

 

El respeto a los maestros, es otro valor diluido, y no siempre por culpa de los educandos. Por desgracia un gran sector del gremio magisterial, paulatinamente actúa para demeritar su imagen de ancestral arquetipo.

 

El respeto a la ley y a la autoridad cada día se relaja más por el deterioro del valor confianza. Todo encuentra lugar en el universo del sospechosismo. Considerar “corruptos y vendidos” a ministerios públicos, jueces y magistrados es lugar común. Hablar de la corrupción en presidentes municipales y gobernadores, es tema en mesas de café y en sobremesas familiares. La mismísima figura presidencial, antes intocable e intocada, ahora es objeto de escarnio impune, en grupos, medios y redes sociales, no siempre adversos, sino aún entre algunos privilegiados del sistema.

 

Los escándalos, en torno a las figuras de curas pederastas, exorcismos individuales y colectivos, nos indican que algo anda mal en instituciones, ejemplosde autoritarismo vertical: las iglesias, principalmente la católica, apostólica y romana. Ya no existe temor a Dios; lo malo es que tampoco amor.

 

Los valores laicos se desconocen o se deterioran. Tal parece que los griegos de IkramAntaki tenían razón.

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