“EL PELUCAS”

 

A la salida del barrio El Arbolito había una peluquería en el callejón de El Agua. Era un local chico, lleno de espejos, con un sillón viejo en el centro, varias sillas alrededor, se notaba que ni las moscas entraban. Sentado como chango, estaba don Julián, le decían “El Pelucas”, estaba cabeceando con el hocico abierto, que la baba le escurría. Por ahí pasó “El Cabezotas”, y al verlo agarró una piedra y le pegó fuerte a la puerta, que era de lámina.

El pobre peluquero al escuchar el madrazo, se levantó rápido, se pegó en la cabeza con una de las cómodas, que lo volvió a sentar. Muy enojado, sin dejarse de sobar, le dijo a “El Cabezotas”:

–         Órale, pinche Cabezotas, no espantes, por pararme rápido me pegué en la cabeza.

–         Ya ni la chinga, maestro, parece que está chipil, los ojos los tiene de bolsa de tanto dormir. Parece camaleón, de abrirlos y cerrarlos todo el día.

–         ¿Te vas a pelar?

–         Pero qué me pela si estoy pelón. Sólo que me sobe la cabeza.

–         Te voy a sobar la cola, cabrón.

El Cabezotas se metió a  la peluquería, jaló una silla, se sentó junto al peluquero, que no dejaba de sobarse la cabeza, donde se había pegado.

–        Ya, pinche maistro, parece que está piojoso.

–        Me pegué re duro, se me hizo un chipote, parece que me descalabré.

–         Nada más se hizo un chichón.

–         Ya ni la chingas, cabrón, me vienes a espantar en el momento que  estaba soñando que tenía una vieja grandota, bien buena, sentada en el sillón; le acariciaba su pelo, cuando paró la trompa para besarme, escuché el madrazo que me hizo parar rápido.

–         No vaya a tomar agua porque con el susto puede quedar panzón como su hermana.

–         Me prestas una semana.

–         Ya mejor lo que había usted de hacer es buscar otra chambita porque como peluquero, ni va usted ni a pelar un chile.

–         Me cae que con esta situación nadie se viene a pelar, los jóvenes parecen viejas, por lo greñudo, y me pasan a cuchillo. No saco para el chivo. Mi vieja comienza a rebuznar, que subieron las tortillas, las verduras. El presidente ya ni la chinga, prometió muchas cosas y ha valido madre. Con subir la gasolina suben todas las cosas.

–         Usted fue el pendejo, por votar por él; además, debe de poner lo suyo, aparte de carero, les quiere leer la Biblia a los que se vienen a pelar; había de tener revistas de viejas encueradas, o periódicos del día. Mire nada más, están amarillos y manchados de miados de ratón, son del año del caldo. Aquí hay uno que anuncia las Olimpiadas del 68, que se realizaron en México. Ya todos los pinches atletas de ese tiempo se murieron.

–         No es eso, Cabezotas, en Pachuca hay mucho puñal. Dijo en su informe el Presidente Municipal que los sacó del Jardín de Independencia, pero no es cierto. A las que sacó de ahí fueron a las sexoservidoras.

–         Ya no esté aventándole piedras a los políticos, le van a cerrar el changarro, y tiene que ir afuera de gobierno con los de la antorcha campesina, a protestar. Mejor vamos a echarnos unas cheves bien frías, yo las invito, anímese, chinga. Parece que está estresado, camina como si le pesaran las patas y el hocico para hablar.

–         La verdad no me animaría, “Cabezotas”, aunque viera a tu carnala en cueros, además estoy en ayunas. No di gasto, mi  pinche vieja se amarró su calzón, y no me dio de desayunar. Si tomo se me vaya a subir, y si llega un cliente le vaya a mochar una pinche oreja.

–         Eso estaría bueno, porque así saldría por la puerta grande. Cierre su peluquería, quién se va a pelar ahorita que es 15 de septiembre. Todos en sus casas están en chinga loca, haciendo el pozole, preparando todo la noche del grito, las chalupas y pambazos. Un chingo de melón, haciendo curado de tula tapona, pulque blanco y de alfalfa, que lleva los colores de la bandera. Mañana será otro boleto. Hay que curarla con unas chelas bien muertas, con unos chilaquiles  bien picosos, si quiere, yo traigo un six y aquí nos lo chupamos.

“El Pelucas” iba a protestar, pero sin darle tiempo “El Cabezotas”, fue al Tecatón por unas cervezas, y llegó con el chupe.

–         Listo, don Julián. Es el momento de picarnos, darle en la madre a las chelas, a lo mejor al rato nos vamos a ver a las chamacotas que bailan en el tubo, están re buenotas.

–         Ni la burla perdonas, cabrón, apenas saco para frijoles, y quieres que vayamos a chupar a un centro nocturno.

El Cabezotas arrimó una mesita, puso dos sillas, y le dijo:

–         Órale, salud. Están al mero tiro, hoy es noche mexicana, donde dan el grito de independencia, mucho ruido, baile en todas las casas. Es una fiesta mexicana, y hay que chupar porque el mundo se va acabar.

–         Bueno, tú porque tienes chance, pero yo, mi vieja está siempre trompuda, parece que anda oliendo mierda, y a las 10 de la noche da el toque de queda, atranca la puerta, y todos a planchar oreja.

–         Usté porque es pendejo, hay que armarla para pasarla a toda madre, como mi vieja está gordita y chaparrita, la visto de china poblana, y a  mis hijos e hijas los visto de indios pata rajada como lo somos; invito a mi compadre, él siempre llega con un barril de pulque, y no le paramos hasta darle en la madre; bailamos y cantamos, comemos y gozamos la fiesta mexicana. Si quiere lo invito con toda su familia.

–         Gracias, Cabechupas, pero para mí, esos tiempos ya pasaron. Antes me decían el Rey de la tijera, y ¿sabes cómo me dicen ahora?

–         ¿Cómo?

–         Pendejo.

–         Qué pasó, maestro, así no nos llevamos.

–         No te lo estoy diciendo a ti, te estoy platicando que así me dicen.

–         Ya no me la haga de tos, piche maistro. Voy por la chelas, y también me traigo unos litros de melón. No me tardo.

Poco después llegó  “El Cabezotas” con unas gordas de tripas, quesadillas de hongos de maíz, de flor de calabaza, de huitlacoche, con un cartón de cervezas y un garrafón de 5 litros de pulque.

–         Órale, maestro, vamos a ponerle Jorge al niño. Hay traje unas gordas para que nos pongamos como chinchitas, y pulque del bueno para encarrerarnos. Me cay que nos vamos a pasar unas horas a toda madre; y veré cómo se va a cargar de energía. Si su vieja le grita, rómpale el hocico y dele un jalón de greñas para que lo respete.

Con unos cuantos tragos fueron suficientes para que el peluquero demostrara su euforia. Su gusto por lo que había tomado se puso como chinicuil, gritando como Pedro Infante. Descolgó su guitarra y se puso a cantar. El Cabezotas, contento, estiraba el brazo, cerraba la mano, luego lo encogía y gritaba:

–         ¡Yeees!

Conforme iban tomando, más contentos se ponían. El Pelucas estaba muy animado, que se reía solo, y le decía:

–         Voy a cantar la Mancornadora, esa me acuerda cuando conocí a mi vieja.

–         Ya rugió, don Julián. Así me gusta, verlo contento. La vida hay que vivirla como viene. Estar contentos aunque se lo cargue a uno la chingada. Si se le pone pendeja su vieja, dele sus madrazos, al fin que no se lo pueden llevar al bote porque es noche libre.

–         Tienes razón,  por esos estás muy cabezón, porque sabes pensar. Pero a mí me tocó bailar con la más fea ¡Escucha cómo suenan las cuerdas de la guitarra!

–         Me cae maistro, no es que le dé su cebollazo, pero requintea mejor que los Panchos; es más, le quedan chicos.

–         Ponme atención, Cabezotas.

El peluquero le echaba muchas ganas a su guitarra. Se escuchaba un poco mal porque le faltaba una cuerda. Pasaron las horas, eran como las 7 de la noche. A su peluquería entró El Tarzán, uno de los vagos del barrio, era el que dirigía a la pandilla de Los Calcetines en El Arbolito, y le preguntó:

–         ¿Tiene tiempo de pelarme, maistro, o regreso mañana?

–         De una vez.

El peluquero, a pesar de que estaba bien zumbado, se levantó haciéndose el fuerte, y le preguntó cómo lo pelaba.

– Écheme una recortadita de las puntas; pero creo que está usted muy pedo. Mejor déjele así.

–         No, joven, lo que pasa es que de estar sentado se me durmieron las nalgas, pero muevo las patas y listo.

Comenzó a meterle la tijera, pero en un parpadeo se le fueron y le cortó un mechón, dejándole una mordida. El Tarzán, muy enojado, se bajó de la silla y le dijo:

–         Pinche viejo pendejo, ya me dejó tusado. Parece que me mordió un burro. Ahorita regreso.

Al ver que se iba a salir, se paró en la puerta:

–         De aquí nadie sale hasta que me pagues, son 20 pesos de la pelada. El Cabezotas apoyó al peluquero, y le dijo:

–         Éntrale con el pago.

–         A ti quién te mete, güey.

–         Soy el representante jurídico del maestro.

–          El vago le dio un aventón, que se fue para atrás, cayó sentado y le ganó el cuerpo, y sonó su cabeza a bote viejo. El peluquero corrió a levantarlo.

–         Ánimo, Cabezotas, párate.

Le estaba sobando la cabeza y le ponía un poco de alcohol, cuando regresó “El Tarzán” con una pandilla. Le dieron en la madre al Pelucas y al Cabezotas. Destrozaron su peluquería. Los dejaron tan madreados, que El Cabezotas ya no hizo su fiesta en su casa, pues tuvieron que llevarlo al hospital, y ahí se la pasó dando el grito pero de dolor. El Pelucas tuvo que cerrar por meses la peluquería, y después y ya no la pudo abrir. Sus pocos clientes que tenía ya no regresaron. Dejó de ser peluquero, y ahora no sale de su casa. Le ayuda a su vieja a hacer de comer, y él es que pela las papas.

gatoseco98@yahoo.com.mx

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