“EL CHANO”

EN EL PERSONAJE DEL BARRIO DE HOY

Graciano Domínguez Ortega le llamaban “El Chano”, era un cuate a toda madre, había trabajado en la mina de Nueva Australia, pero se accidentó, le cayó una piedra en la cabeza, el que lo salvó de morir fue el casco de seguridad y mejor para no buscarle tres pies al gato, se salió de la mina y se metió a trabajar en la construcción, era albañil de media cuchara, vivía en la vecindad de don Molina, en el callejón de Manuel Doblado, en el barrio de La Palma. Llevaba muchos años arrejuntado con su greñuda vieja, doña Esperanza, y se llevaban muy bien. Trabajaba 3 veces por semana, era especialista en remiendos y aplanados. Graciano era un señor de 60 años, alto, gordo, pelón y le gustaba tomar pulque de a madres.

Una vez estaba tomando en la cantina “El Relámpago”, le había ido como en feria, le ganaron varias tandas de pulque en el cubilete y en el dominó, después de ser un experto con su vieja, no le atinaba al hoyo del tabique en la rayuela, y también perdió y mejor decidió tocar retirada.

  • ¡Este no es mi día, este negro se les va,  me voy con todos los honores de un hombre perdedor que valió madre, no gané ni un juego, tuve la suerte de espaldas!

Le dijo el cantinero:

  • ¡Ya pinche “Chano”, no seas collón, no te vayas, échate el último!
  • ¡El último me lo voy aventar con tu hermana!
  • ¡Pero será un brinco!
  • ¡Me sueltas!
  • ¡No porque muerdes a la gente!

Sus cuates lo animaron, pero les echó sus cremas, y se salió. Subió por el callejón, echando madres por su mala suerte, cuando llegó a su casa, encontró a su señora sentada en un banco.

  • ¿Qué haces ahí, vieja, pareces chango?
  • Te estoy esperando cabrón, te pasas las horas en la pinche cantina, parece que ahí te parió tu jefa.
  • Ya no rebuznes y dime para qué soy bueno.
  • ¡Fíjate que al conectar la plancha, salieron chispitas de aquella caja de arriba y se fue la luz!
  • De seguro hiciste un corto, vieja pendeja, pero vamos a ver los fusibles. ¡Hijole! Ya les distes en la madre, búscate un papel de aluminio de cigarros y en un momento lo arreglo.

Dobló el papel, lo metió en los tapones y al conectar el switch, dio un fuerte chispazo.

  • ¡Ay! Cuidado viejo.
  • El corto está en la pieza donde viste que salieron chispitas, ven vamos para que veas y aprendas, porque el día que me muera siquiera sepas pelar un chile, voy a conseguir una escalera.
  • Ni lo intentes, en la vecindad todos son hojaldras, nadie presta nada. ¡Mejor piensa cómo le vas hacer!
  • ¡Ah, chinga! Siendo lobo de mar, no me voy ahogar en un charco, ahorita vas a ver cómo soy de chinguetas.

El “Chano” puso una mesa arriba una silla y sobre la silla un bote y se subió, se meneaba y abría las manos para hacer equilibrio.

  • ¡Ten cuidado, no te vayas a caer y te des un pinche malazo!
  • ¡Tú! Agarra la mesa con las dos manos, que no se mueva, dame el desarmador y las pinzas. ¡Aquí está el corto! Están los alambres pegados.

Al quererlos despegar con las pinzas, hizo un movimiento brusco hacia atrás, y que se viene para abajo. Le alcanzó a pegar a la señora con las patas, que la aventó, cayendo de nalgas, “Chano” al caer echó un grito que se escuchó en toda la vecindad, espantando a los perros, que no dejaban de ladrar, y los vecinos salieron a ver qué había pasado.

  • ¡Ayyyyyy!

La señora se levantó echa la chingada, vio a su señor que estaba tirado a lo largo, hacía gestos y se le salieron las lágrimas, rápido trató de ayudarlo a levantarse.

  • ¡Ayyy! ¡Déjame, suéltame, ni me toques, cómo está mi pata!
  • ¡Se te salió el hueso y te sale mucha sangre, Dios mío, qué hago!

La señora muy espantada daba vueltas, como quijote, miraba a su viejo con ojos desorbitados pero no sabía qué hacer. El pobre del “Chano” veía su pata quebrada y por el dolor las lágrimas le salían a chorros, hacía unos gestos que parece que estaba estreñido. La señora rompió una sábana y quiso vendársela pero al tocarla, gritaba como la llorona.

  • ¡Ayy!  ¡Ya no le hagas, vieja, ve a pedir ayuda a los cuates a la cantina!

La señora corrió y al llegar a la cantina les contó lo que pasó y fueron ayudarlo, pero lo querían parar a huevo.

  • ¡No por favor, déjenme, me duele a madres! Mejor pidan una ambulancia, díganle que es urgente.

Los minutos pasaban y “El Chano” se revolcaba como tlaconete cuando le echan sal. Es que en aquellos tiempos la calle de Observatorio era muy angosta y de un solo sentido, no se podía pasar y para llegar se tardaban las horas. Llegó la ambulancia y lo llevaron al Hospital Civil, el médico le aplicó un torniquete y les dio órdenes a las enfermeras.

  • ¡Báñenlo! Para que se le quite el olor a pulque, dentro de media hora lo operamos.

Doña Esperanza, se le rozaron los ojos, y preguntó.

  • ¿Lo van operar doctorcito?
  • ¡Sí! Tiene fractura expuesta, se le rompió la tibia y el peroné, le van a sacar radiografías y unos estudios, vaya con la trabajadora social para ver cuánto es lo que va a pagar.

La señora, rezando en silencio, movía los labios como cuando mama un recién nacido, y llegó con la Trabajadora Social.

  • En un momento le hacemos un estudio socioeconómico.
  • ¿A mí? El estudio es para mi viejo, escúchelo, chilla como marrano, pobrecito. Yo estoy bien.
  • ¿Cómo se llama su señor?
  • Graciano Domínguez Ortega.
  • ¿Dónde trabaja?
  • Es maestro albañil.
  • ¿Cuánto gana?
  • ¡Ay si está lo cabrón, señorita,  la chamba está muy escasa, veces lleva dinero a la casa y veces ayunamos,  parecemos hermanos!
  • ¡Qué le pasó al señor?
  • Pus fíjese usted, que quiso arreglar un cortocircuito, creo que se apendejo y de momento dio el mulazo, como estaba en lo alto cayó de madrazo y se quebró una pata.
  • ¡Bueno! Lo de la operación van a ser mil pesos, y la medicina usted la tiene que comprar.
  • ¡Mil pesos! ¿De dónde los voy a sacar?

La señora salió del hospital tronándose los dedos, se le ocurrió buscar a su hijo “Chano” que vivía en el Arbolito, y al contarle lo que le sucedió, le dijo:

  • Lo siento mucho jefa, pero me caí que no tengo dinero, ya ve cómo están las cosas, los únicos que tienen mucho dinero son los pinches diputados, ni tampoco puedo ir a ver a mi jefe, es noche y mañana tengo que levantarme temprano, mejor váyase, las calles están oscuras y le vaya salir un borracho.

La señora se limpió las lágrimas y le dijo:

  • Tienes razón hijo, que tengas buenas noches, que descanses.

La señora Esperanza subió al barrio del “Mosco” donde vivía Jerónimo, otro de sus hijos, al llegar tenía pachanga, de pelos, era el cumpleaños de uno de sus hijos, al tocar le abrió la nuera.

  • ¡Hola, suegra, llegó a la mera hora, vamos a partir el pastel!
  • No me voy a pasar, por favor háblale a mi hijo, aquí lo espero.

La nuera se abrió paso entre los invitados y niños, para llamar a su esposo, que estaba con su hijo, sacándole fotos, se escuchaba los aplausos, se acercó su vieja y le dijo:

  • Allá, afuera está tu jefa, ve a verla, parece que tiene una urgencia.
  • Que se espere un ratito, mientras no te vayas, vamos a partir el pastel, órale niños y niñas, ya lo saben, el que no cante no le damos pastel.

Doña Esperanza temblaba de frío, ahí permaneció casi una hora, hasta que salió su hijo.

  • ¡Qué milagro jefa! ¿Por qué no se pasa?
  • Vengo a decirte que tu padre sufrió un accidente, lo van a operar y necesito que me ayudes con algo de dinero para los gastos.
  • Me agarró usted ahorcado, todo lo que tenía me lo gasté en la fiesta de mi hijo, hoy cumple 5 años, había de pasar a darle su abrazo.

   – Muchas gracias hijo, pero me urge conseguir el dinero, síguela pasando muy bien y muchas felicidades para mi nieto.

  • Vieja, envuélvele unos tamales a mi jefa y dale un pedazo de pastel, no creo que se quede a la fiesta porque va a cuidar a mi jefe.
  • ¡Gracias hijo! Lo que me vas a dar, dáselos a tus invitados.

La señora salió llorando de tristeza, pasaba de la medianoche, hacía mucho frío y fue a ver Alberto, otro de sus hijos que vivía en el cerro de Cubitos. Cuando tocó escuchó una voz gritando:

  • ¿Quién viene a molestar a estas horas?
  • Soy yo, hijo.
  • ¿Qué pasó jefa? Es casi la una de la mañana y usted por aquí. Ya sabe que por estas colonias es muy peligroso.
  • Vengo a pedirte que me ayudes, tu padre se accidentó y no tengo dinero.
  • ¡Hijole jefa! Estamos empatados, apenas gano para pasarla. Échese una vuelta en la semana a ver qué puedo hacer. ¿Qué le pasó a mi papá?
  • Se cayó y se rompió una pierna.
  • ¡Ah! Eso no es grave, en unos días verá que va a quedar bien, déjeme traerle un suéter.

Se metió y escuchó cuando le dijo a su vieja:

  • ¡Préstame un suéter para mi jefa! Está haciendo mucho frío, viene temblando como perro y tiene que irse hasta el barrio donde vive.
  • ¡Ni madre! Esa pinche vieja luego ya no me lo regresa, recuerda que la última vez le presté un jorongo y a la fecha se hizo pendeja y se quedó con él.

Salió Alberto y le dijo:

  • Le iba a prestar un suéter jefa, pero Luisa no lo encuentra y a usted se la hace tarde, llévese mi chamarra.
  • Gracias hijo, métete porque está haciendo mucho frío y te puedes enfermar.

La señora, con muchos trabajos, bajó el cerro, por lo oscuro y resbaloso se dio varios sentones, regresó al hospital, tal y como había salido, era de mañana y temblaba como gelatina, y sus tripas le chillaban de hambre, parece que se había comido a un gato. Salió una enfermera y le dijo:

  • ¡Señora! ¿Dónde anda? Compre esta medicina que es urgente, no se dilate.

Le dio la receta y la señora salió del hospital, la luz del sol le lastimaban sus ojos, que los tenía como de rana de tanto chillar, subió al barrio y le dijo al cantinero todo lo que había pasado.

  • No se preocupe señora, yo le compro la medicina, ¿a qué hora es la visita?
  • A las 4 de la tarde.

Todos los del barrio lo fueron a ver. “El Chano” estaba contento y les dijo:

  • Traigan un pulquito, me caí que me voy a morir si no me lo tomo.
  • ¡No me jales!
  • De las patas.
  • Te levanto a ti y a tus tatas, qué dijiste cabrón, que veníamos con las manos vacías, te hacemos casita mientras te avientas un pulmón, te lo mandó el cantinero, es del que toma el patrón.

Pasaron los días y se acercaba la hora de que lo dieran de alta, y tenía que pagar la señora los mil pesos. Todos sus amigos se pusieron de acuerdo, hicieron un plan para no pagar. Contrataron a Pancho el cargador de la central, y le dieron instrucciones a doña Esperanza, que se le acercara al policía y que le dijera:

  • Señor, lo está esperando la patrulla a la vuelta, como no se puede estacionar, me pidió de favor que le dijera que urge que se presente.

El policía salió del hospital y entró Pancho el cargador, se lo cargó de a burrito, y se fueron para el barrio. Hicieron el gran escape. Estuvo tres meses caminando con muletas y luego con un bastón. Siguió siendo el mismo de siempre. No salía de la cantina pero estaba muy contento.

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