EN EL PERSONAJE DEL BARRIO DE HOY:
“EL PIRRÍN”
Era un Sábado de Gloria, el fin de la Semana Santa, muy tempranito, “El Pirrín” salía de su casa, situada en la calle Reforma, del popular barrio de El Arbolito, para irse a chupar con sus amigos. Su vieja lo llamó:
• Antes de que te largues, déjame el gasto, porque después ya no te veo la jeta, hasta mañana, y luego sales con la mamada de que te asaltaron y te quitaron el dinero.
Pancho “El Pirrín” sacó unos billetes y los aventó en la mesa. Su señora los recogió y le dijo, muy enojada:
• ¿A poco crees que con 300 pesos me va a alcanzar para la semana? Si no estamos como la Bartola, cabrón.
Metió la mano a la bolsa y sacó un billete de 20 pesos:
• Es lo único que tengo, vieja, me cay, tú viste que estuve enfermo y fui 3 días al dispensario; esos me los pagan el lunes, y cuando me los den, te los doy. Nos vemos al rato.
• No se te vaya olvidar, porque cada que hablamos de dinero te haces pendejo, que se te va la memoria. Si no llegas antes de las 2 de la tarde, ya te chingaste, no te doy de comer. Voy a llevar a los niños al parque, pobrecitos, parece que están en el Tutelar para Menores, nunca los sacas a la calle.
• Eso será otro día, me voy pasar a ver a mi jefa, tiene tiempo que no la veo.
• A tu madre no la vayas a ver, luego te mal aconseja, la vieja, y llegas aquí muy broncudo, a ver si ella te va a quitar los madrazos que te ponga.
“El Pirrín” trabajaba en la mina de San Juan Pachuca, era un chaparrito bien caifán, siempre le gustaba salir a la calle muy bien vestido y oliendo a perfume; se dio una peinada y, antes de salir de su casa, se miró varias veces en el espejo, en distintas posiciones. Cuando iba a medio patio le salieron los muchachos y las vecinas le aventaron unas cubetas de agua, que lo dejaron como chilaquil. Les mentó la madre. No se regresó a cambiarse porque no tenía ropa. Al entrar a la cantina “La Violeta”, a todos los que estaban les dio risa:
• Pinche “Pirrín”, ya te mojaron, te dieron tu Sábado de Gloria; no traes ni un pedacito seco, parece que te metieron al tanque y te sacaron.
• Me mojaron las pinches vecinas, estaban escondidas, cuando pase me aventaron las cubetas. Pero me cay que un día me las voy a mojar a todas, una por una.
• Tómate un tequila, estás temblando como perro chihuahueño.
“El Pirrín” agarró la copa de tequila, temblaba de pies a cabeza; de momento soltó un estornudo, que espantó al cantinero, que tiró el vaso:
• ¡Órale, güey!
Otros, carcajeándose, le gritaron:
-A lo mejor a tu casa llego el Sancho.
• Ojala y sea el Sancho, y no una gripa.
• Salte al solecito, para que te seques.
“El Pirrín” se había aventado sus tequilas, estaba muy empapado; la mañana era fresca y hacía un poco de aire. Se acercó a sus amigos que estaban jugando dominó, y le dijo Goyo:
• ¡Ya deja de temblar, cabrón! Aparte de que ya me pusiste nervioso, mueves la mesa y tiras las fichas.
• ¡Ay, güey! Tengo escalofrío, ya me dio catarro, siento que hasta el moco se me hace chispas.
• Salte tantito al sol, mientras te acabas de secar, llévate tu cuba, y ahí te la chiquiteas, cuando estés seco te metes.
Les hizo caso y se salió. Se sentó en la banquita de cemento que tiene la cantina afuera. Muy tranquilo, se saboreaba su bebida, cuando pasaron por ahí unos escuincles y le volvieron a aventar cubetas de agua, dejándolo más empapado que la primera vez. Hecho la madre, se metió corriendo a la cantina.
• ¡Ya te chingaron de nuevo!
• Ni modo, es Sábado de Gloria.
Se sentó en el banco. De lo mojado que estaba, le costaba mucho trabajo agacharse para quitarse los zapatos y escurrirlos. Las valencianas del pantalón las hacía bolas para exprimirlas, y se sacudía como perro, moviendo la cabeza, salpicando a sus cuates.
• ¡Órale, pendejo! No salpiques.
Se fue a sentar con sus amigos, y le dijo “El Rafles”:
• Encuérate y seca tu ropa, al fin que estamos puros hombres.
• ¡Ni madre! Aquellos se ven medios mayates.
Pasaron las horas, y como a la una de la tarde se escucharon muchos cuetes.
• Ya llegó el gobernador o metió gol el Pachuca.
• No mames, están quemando los Judas en la calle Galeana. Vamos, les ponen un chingo de cosas, a ver qué nos ganamos.
• Mejor no, los Judas tienen unos cohetones que al estallar revientan las orejas.
• Por eso hay que esperar que truenen todos, y luego nos aventamos.
Se salieron los cuatro pinches borrachos, llegaron donde estaba la bola, era un desmadre. Cuando caía un regalo que se le caía al Judas, todos se aventaban a la rebatinga. “El Goyo” se había ganado una caja de galletas y unos zapatos de mujer; así su vieja no andaría con pata de perro.
• ¡Abusado, “Pirrín”, cuando acabe de tronar te avientas!
Estaba tan emocionado que no perdía de vista al Judas, cómo lo balanceaban, cuando creyó que había acabado de tronar, se aventó como el gorras; lo agarró con todas sus fuerzas, sin soltarlo, se rompió el lazo que sostenía al Judas, y “El Pirrín” cayó encima de él. De pronto tronaron los cohetones, y gritó de dolor. Sus amigos corrieron a ayudarlo. La gente se aventó echándole bolita, le quitaron todas sus cosas. “El Pirrín” quedó quemado, desde los pies hasta la frente. Lo tuvieron que llevar al hospital, allá lo curaron. A las dos horas regresó a su casa, todo vendado. Al verlo su vieja se espantó:
• ¡Ay, cabrón! Pareces momia de Guanajuato. ¿Qué te pasó?
• Me avente a agarrar el Judas y todavía no terminaba de tronar.
• ¿Qué te ganaste?
• Una quemada marca madre.
• Ay, san güey. Como dice el dicho que los perritos abren los ojos a los 40 días, pero los pendejos nunca.
Sus amigos se despidieron, y comenzaron a alegar. Le dijo su vieja:
• Ahora sí la acabaste de chingar. Estamos jodidos y tú vienes como chicharrón, todo quemado.
• Me voy a dormir un rato; para que no me lastimes te duermes en el suelo.
• ¡Ni madres! Yo no te mandé a que te metieras a los Judas. Si te quemaste fue por pendejo. Voy a creer que no te diste cuenta que todavía no tronaban los cohetes.
• Es que iba borracho..
• Que te sirva de experiencia.
A “El Pirrín” se le rodaron las lágrimas:
• La verdad es que vi que el Judas traía un vestido muy bonito, y me lo quería ganar para ti. Me imaginaba tenerlo en las manos, clarito te vi que lo traías puesto y te veías preciosa, porque te hacía juego con tu pelo y tus ojos negros como capulín. Por eso me avente sin importarme los cohetes. Lo que me duele más que las quemadas, es que no me lo gané.
La señora, a punto de chillar de emoción por las palabras de su viejo, que le llegaron al corazón, llena de ternura, lo acarició:
• Gracias mi amor. Te voy a cuidar hasta que te alivies. Nunca pensé que me quisieras tanto.
“El Pirrín” fue muy feliz con su vieja. Pero desde ese día odia a todos los Judas, hasta al cabrón que traicionó a Jesucristo.
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