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El poder de los mensajes

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RELATOS DE VIDA
    •    No puedo creer que siga con esto, hasta cuando se me va a quitar lo pendeja, en verdad que no entiendo; pero ahora si esto se acaba


Vociferaba “encabritada” Rosalía, una mujer de aproximadamente 30 años de edad; tenía cerca de un año de haberse separado de Mario, su pareja sentimental, en distancia, porque los mensajes, llamadas y salidas juntos no acabaron.
El plan era darse un tiempo para poder recuperar el amor que se había desgastado y que propiciaba peleas continuas; así que la idea era buscar la manera de reconquistarse, en pocas palabras eran novios.
Aunque en algunos sentidos habían avanzado, es decir, los cambios en ambos eran notables, principalmente en el sentido de evitar gritos, estar en contacto todo el día; la tolerancia y la confianza aún no era un punto que reportara progreso, o al menos así lo parecía.
Para Rosalía, en este nuevo intento, anhelaba tranquilidad, sobre todo ante la infidelidad de su pareja; pero el sonar constante del celular de éste mismo, la sacaba de sus casillas y aún más que la pusiera en segundo lugar de prioridades, por debajo de sus amigos.
En una ocasión, Mario le informó que iría al gimnasio y terminando le llamaba para verse un rato; la mujer asintió comentándole que ella tenía que hacer unas compras y que esperaría la llamada; después de casi tres horas y al no sonar el celular decidió llamarle.
    •    ¿Cómo vas en el gimnasio, ya acabaste?

    •    Ya, en 10 minutos estoy fuera.

    •    Me parece bien, entonces pasas por mía, vine al centro comercial, te espero en la parada.

    •    Mejor te veo más tarde, quedé de verme con mi amigo Pedro, tiene partido; pero terminado te busco.

    •    Está bien.

Colgó y comenzó a caminar hacia el sitio de taxis, su caminar era fuerte, tratando de sacar a través de cada pisada el coraje entripado que le había hecho pasar el susodicho. Tomó el transporte, dio la dirección de su casa, al llegar acomodó todos los artículos y enseres que había comprado, cenó y se puso cómoda y lista para dormir. Antes mandó un mensaje: “¿todavía no sales del partido?”; espero la respuesta pero en un lapso de 15 minutos no llegó, incluso Mario ni siquiera estaba en línea, y su última conexión había sido a la hora de su llamada.
    •    No puedo creer que siga con esto, hasta cuando se me va a quitar lo pendeja, en verdad que no entiendo; pero ahora si esto se acaba.

Vociferaba Rosalía, mientras en su cabeza giraban cientos de imágenes que le narraban otra posible infidelidad, tantos pensamientos e ideas la agotaron hasta que se durmió.
Al otro día, lo primero que hizo después de abrir los ojos fue tomar el celular para revisar si había llegado algún mensaje, efectivamente estaba uno de Mario: “Discúlpame, después del partido, Pedro y yo nos fuimos a cenar, nos tomamos unas cervezas y se me fue el tiempo, cuando me di cuenta del mensaje era muy tarde y no quería despertarte. Me escribes cuando despiertes, para ahora sí vernos, te quiero, besos”.
El texto eliminó cualquier tipo de rencor, odio o molestia, pues enseguida respondió: “Qué bueno que te hayas divertido. Me llamas cuando estés desocupado para acordar la salida. Besos”. Y así el coraje y sufrimiento de por lo menos tres horas, se borró en un minuto, vaya el poder de los mensajes.