Un Infierno Bonito

“EL GREÑAS”
En la mina de San juan Pachuca, en el nivel 370, o sea nos tenían que bajar a 370 metros de profundidad, que es un lugar muy caliente, se trabajaba con un calzón o una franela atravesada, pero eso no era todo, sino que ahí teníamos que comer en 10 minutos, porque nos llevaban en un motor, como un tren de Chapultepec, 3 kilómetros, y nos dejaba en el contratiro de Santa Ana, donde teníamos que subir por escaleras pegadas a la piedra, unos 50 metros de altura, y de ahí caminar una hora para llegar a nuestro laborío.

Yo tenía un amigo que se llamaba Juan, le decían “El Greñas”.
En la mina se conoce más por apodo que por nombre. Siempre lo esperaba porque el motor no nos llevaba, teníamos que regresar a pata. Un día me dijo:
    •    Sabes,  Gato Seco, te invito para el domingo a mi casa, voy a tener pachanga, porque van a bautizar a mi hijo, no

te lo dije delante de los demás porque no voy a invitar a ninguno, ya sabes que algunos luego van y critican a la familia o lo que ven.
    •    Ya dijiste, ahí nos vemos, ¿a qué horas quieres que vaya?

    •    Como a eso de las tres de la tarde.

    •    Allá nos vemos.

“El Greñas” vivía por el barrio de atrás de Las Cajas, junto a una tienda que se llamaba “El Becerro de Oro”. Ese  día llegué puntual como un inglés. Desde la esquina se escuchaba la música que estaba a toda madre; unos danzones de los que se bailan pegaditos.
Al momento en que iba a tocar, salió una señora y me preguntó:
    •    ¿Usted es el Gato Seco?

    •    Sí.

    •    Lo estábamos esperando, pásele.

Desde ahí le daba unos gritones a su señor:
    •    ¡Juan. Juan, ya llegó!

A lo lejos, “El Greñas”, que estaba con unos amigos, volteó y los dejó para irme a recibir:
    •    ¿Qué pasó, carnal? Pensé que no ibas a venir.

    •    A la gorra, no hay quien le corra.

    •    Vente, vamos a la casa, ahí está toda mi familia.

Entramos y todos se nos quedaban mirando.
    •    ¡Buenas tardes!

    •    ¡Buenas tardes, señor!

De momento, entró una señora gorda, ya viejona, que al verme le preguntó a su hijo:
    •    ¿Este muchacho es tu amigo “El Gato Seco”?

    •    ¡Sí!

    •    Mucho gusto. Ya mi hijo me ha hablado mucho de usted, que son muy amigos. Pásele. A ver tú, Reina, trae una silla para nuestro invitado.

    •    Es mi mamá.

    •    Mucho gusto, jovenazo.

Me dio un abrazo, que hasta los huesos me tronaron.
    •    ¿Qué le servimos? Tenemos tequila, cerveza, o pulque de la mera mata.

    •    Me voy a tomar un pulque, porque es de lo que me presume su hijo. Dice que es la mera mata.

    •    Este pulque hace hablar a los mudos. Salud.

    •    La señora se lo aventó de jalón, y lo último lo aventó al suelo y me dijo, muy admirada:

    •    Mire, cómo hice el alacrán. Eso significa lo bueno del pulque. Vamos a comer, hoy, porque le van a tirar los cuernos a mi nieto, hice un mole de guajolote como para chuparse los dedos.

Después de aventarnos 3 vasos seguidos, le entramos con el arroz y un mole, hummm. De lo mejor, que repetí plato. Y unos frijolitos de la olla, que estaban sabrosos.
La señora de la casa se quedó en la mesa junto con su nuera, su hijo y yo. Y comenzamos a platicar.
    •    Su esposo trabajó en la mina.

    •    Ese cabrón, con perdón suyo, nunca trabajó, era más flojo que su madre. A mí me mandaba de gata mientras él cuidaba a su hijo, hasta que me cansé y le canté las golondrinas. No se quería ir, pero lo corrí a palos; más vale sola que mal acompañada. Salud. Así fue cuando mi greñitas fue creciendo, pesó 50 kilos, y va para el agujero, aunque, pobrecito, sufrió mucho, estuvo en la mina de Terreros, hasta que entró a San Juan Pachuca, y fue cuando me platicó de que usted lo salvó de que se fuera al fondo de una mina.

Comentó “El Greñas”:
    •    Un día me dijeron que el Gato Seco estaba trabajando en una mina y me mandaron con él; primero me regañaba, porque me decía que era bien pendejo, pero luego nos hicimos amigos. Un día me mandaron que bajara a la criba, que es un agujero, y en eso momentos le dijo El Gato al encargado que me amarrara; le contestó que no había con qué. Él le dijo que  iba a conseguir un lazo. El encargado le dijo que no, que me bajara así, pero el Gato Seco me dijo: “No vayas a bajar sin que te amarren”. Poco después llegó y me amarró de la cintura, echándome varios nudos. Cuando él tenía la punta, que se rompe la piedra donde estaba parado, y voy para abajo, pero quedé colgando; él fue por otros cuates y me subieron, si no me hubiera matado. Desde entonces lo estimé mucho, y somos muy amigos.

Yo interrumpí la plática, y les dije:
    •    ¿A qué hora es el bautizo?

    •    Nos dijeron que a las 6.

    •    No puede ser, porque los bautizos son a las 3.

“El Greñas” fue corriendo a buscar la boleta, y dijo:
    •    Tienes razón. Arregla al chamaco, y diles a mis compadres que nos vamos a la iglesia.

Todos dejaron de tomar y salieron corriendo. Pero, cuando llegamos a la iglesia de la Asunción, no había gente, sólo se encontraba un sacerdote sentado en su escritorio, haciendo unas notas. Al vernos, nos preguntó:
    •    ¿En qué les puedo servir, señores?

    •    Venimos a que nos bautice a nuestro hijo.

    •    Los bautizos fueron a las 3 de la tarde; a estas horas no se puede bautizar a nadie.

Le suplico “El Greñas”:
    •    Mire, padre, nos equivocamos de hora, todos pensamos que era a las 6 de la tarde, como la mayoría vienen del pueblo, y allá se bautiza a la hora que quieren, por eso nos confiamos. Le pido que, por favor, nos eche la mano. Y nos diga cómo le podemos hacer.

    •    Lo que deben hacer es seguir tomando, bailando, gozando el momento, porque esto, por ser el primer sacramento que recibe el niño, nosotros no podemos hacer nada, más que decirles que en la semana vengan a sacar la boleta, y el próximo domingo, con mucho gusto, se los bautizamos.

Se iba poniendo furiosa a la señora, y a las greñas, que le dijeron:
    •    Usted nos tiene que bautizar al niño a huevo, si no nos vamos de aquí, y hágale como quiera.

Como ya se estaba juntando la gente más agresiva, mandó a traer al sacristán, diciéndole:
    •    Saca a toda la gente, por favor. Si es posible, llama a la policía, porque estos están invadiendo la casa de Dios.

La señora le contestó:
    •    Si es de Dios, entonces usted no se meta, y cumpla con sus obligaciones de bautizar a los fieles.

    •    Ya le dijo que no.

La señora se arremangó su suéter y le dijo:
    •    Cómo chingados no. Ahora es por la mala, pero usted me lo bautiza.

    •    Ya les dije que no, y váyanse.

Le ordenó al sacristán, que al querer sacar a la señora que estaba bien brava, recibió una cachetadón, que cayó al suelo y todos le dieron de patadas. En eso llegó un sacerdote muy viejito, y preguntó: ¿qué es lo que estaba pasando?. Le explicaron que se les pasó la hora del bautizo, y que ahora no querían bautizarlo. Y que no se iban a salir hasta que lo hiciera. Para evitarse problemas, el sacerdote viejito, le dijo al joven:
    •    ¡Bautizalo¡

    •    Pero padre, eso está afuera del sacramento.

    •    ¡Bautizalo!

Se alejó el padre de mala gana, se cambió y les dijo:
-“Hagan un círculo, no bolas, voy a bautizarlo por orden del superior. ¿Cómo se va a llamar el Niño?
La señora dijo:
    •    Cuauhtémoc.

El cura iba a guardar el agua, cuando le dijo “El Greñas”:
    •    ¿Por qué Cuauhtémoc no?

    •    Porque Cuauhtémoc no fue ningún santo, y para bautizarlo debe llevar el primer nombre, por ejemplo le pueden poner Jesús Cuauhtémoc.

    •    Hicieron una bolita de opiniones, y le dijo “El Greñas”:

    •    Bautícelo, padre. Se llamará Jesús Cuauhtémoc. Aunque es igual: a uno lo crucifican y al otro le queman las patas.

Todos regresaron a la fiesta. Y decía la mamá de “El Greñas”:
-Ah qué pinche padrecito, no quería bautizar a mi cuitemos.

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