El día que se perdió la inocencia

HOMO POLITICUS

 

Derribar, derribar la conciencia parece ser el camino, amigo indiscutido de la ignorancia, para hacer que un pueblo no tenga horizonte, no encuentre en la palabra cierta la guía hacia su reivindicación.

            Todo parece iniciar con la refundación de la república en 1917, donde los revolucionados tenían la esperanza de que los revolucionarios les legaran un México “para todos”; así, el contrato social aparecía como una carta fundamental que provenía de sectores sociales históricamente vulnerados, nada tan incierto e inexacto como esto, nada tan aterrador ante las nuevas prácticas del poder y de la institucionalización de la verticalidad del mismo.

            La pobreza, la desigualdad, el hambre y la carencia de oportunidades sociales se fueron imponiendo ante el discurso institucional que cacareaba que se estaban cumpliendo los postulados de la revolución, que por cierto, se convirtió a la postre en un proceso mítico, cuyas leyendas inmortalizaron lo mismo a Villa que a Zapata, para construir esa historia épica que a todos parece gustar y conformar.

Pero detrás de esto, subyace el México real, aquel donde las asimetrías calan hondo, donde la pobreza duele y margina, donde la desigualdad es la constante de una realidad que niega casi cualquier tipo de esperanza, donde los hombres se vuelven duros y el trabajo no abunda, donde los niños se alimentan de lombrices y su nutrición no aparece en las estadísticas de Naciones Unidas, donde las promesas de una campaña o de un político sólo se quedan en una camiseta o gorra.

Empero, las cosas no cambian para mejorar, detrás del discurso de la clase política existen infinidad de recovecos, de intereses que se esconden y engordan al amparo de la maquinaria de Estado y, aunque esto se diga y lo conozcamos, pelos más o menos todos, las cosas no cambian, porque los intereses mezquino y la corrupción son la constante del enriquecimiento y empoderamiento de unos cuantos.

¿En dónde se perdió ese México de la esperanza?, en realidad solo fue una idea, un imaginario que se edificó en los discursos reivindicatorios del siglo XX, pero en los hechos jamás ha existido, es un recurso de control social, de empoderamiento de una clase ante la indefensión del tejido social.

Pero, no es sólo la asimetría social lo que ha diluido la esperanza y la inocencia de la ciudadanía, sino también el México rojo, aquel que tiñe el suelo patrio para dejar constancia de su poder, para amedrentar, para debilitar al más débil y hacer desde el Estado o fuera de él, el conocimiento de una realidad que puede castigarte, que puede ejercer la violencia para acallar y que en los hechos lo hace.

Caminar es difícil, el amparo de los verdugos de la inclemencia, estamos en el México de la sobrevivencia, donde ni la razón ni la esperanza son posibilidades de vida.

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