LA AMISTAD: ¿REALIDAD O UTOPÍA?

 

A Roberto Federico, Francisco Nahum y Sergio Raúl.

(En riguroso orden cronológico)

 

 

“La amistad es interés: ¡Yo no tengo amigos pendejos!”, decía con énfasis el ex gobernador Guillermo Rossell de la Lama y abundaba: “cualquiera que sea tu posición en la escala del poder, invocando la amistad hay quien te pide empleo, dinero, recomendación, impulso, compañía, consejo… Seguramente tú haces lo mismo cuando una relación de este tipo te conviene. Es, la amistad, una suma de utilidades, sanas o malsanas”.

 

Próximo a sumar un año más a mis siete décadas, suelo reflexionar en torno a los amigos que en el mundo han sido, en las diferentes etapas de mi vida. Casi todos tienen una constante: “ya se fueron. Algunos murieron, otros se alejaron en uso de su libre albedrío; unos más sucumbieron a las circunstancias; hubo quienes intentaron transformarse en enemigos, pero no les alcanzaron los méritos (yo no otorgo a cualquiera tan alta distinción), quedaron en simples detractores”. Los que permanecen son pares y no llegan a cuatro: “desde los tiempos de estudiantes normalistas nos conocimos. Nuestra relación tuvo el mejor de los orígenes: ambos me caían muy mal (hasta la fecha llega a renacer tan humano sentimiento); por eso los condené a soportarme por más de medio siglo, en diferentes calidades; algunas veces colaboradores, otras con ciertos lapsos de ausencia y los últimos quince años en masoquistas desayunos semanales”. En este contexto, está ahora un joven (bueno, ya no tan joven) facultativo, quien tiene la paciencia de escuchar (por interés o por generosidad) las senilidades de sus contertulios. A los tres, en plenos días de muertos, les reitero la utopía (¿o realidad?) de mi amistad y las gracias por creer en ella.

 

En casi tres cuartos de siglo, formé parte de diferentes equipos de trabajo. Procuré (no siempre con éxito) trascender el rango de colaborador y alcanzar la suprema distinción de que mis superiores me consideraran su amigo.

 

A la vez, como jefe circunstancial, también comprendí que es mejor sembrar un amigo en cada colaborador, que encontrar un colaborador en cada amigo. En este esquema, siempre recordé unas palabras del Rey Alfonso X, El Sabio, que dicen más o menos así: “Cada vez que tomo la decisión de promover a alguien a un puesto mejor, genero muchos inconformes y un traidor”.

 

Hoy, al término de mi vida laboral (salvo circunstancias inéditas), pienso en todos aquéllos que en diferentes etapas de mi vida creyeron en mí; en los que me brindaron oportunidades o enriquecieron mi auto estima. También recuerdo a quienes recibieron mi confianza, mi apoyo y hoy reniegan hasta de haberme conocido. Finalmente, mis decisiones administrativas, éticas, jurídicas, extra jurídicas, de apoyo, complicidad, interés o cuatitud, jamás se inspiraron en la necesidad de una gratitud perenne. Siempre tengo presente la pregunta que algún ser ilustrado se hacía a sí mismo, cuando alguien lo agredía: “¿Y éste, por qué me ataca, si nunca le hice favor alguno?”

 

Tengo como norma de vida olvidar los agravios, no por generosidad, admito, sino por salud mental. Incubar rencores es como tomar veneno para que muera el de enfrente. El odio y las bajas pasiones, son la mugre del alma. Por otro lado, procuro jamás olvidar la gracia de un favor.

 

Creo en la amistad, aunque sea una flor que no se da en todas la macetas;  me gusta pensar, con El Principito y con Facundo Cabral, que las rosas no tienen espinas por pura maldad; sino que las espinas tienen rosas por pura bondad.

 

Por las dudas, siempre tengo a mi lado a Odesa, mi perrita pastor alemán. Creo que en ella sí puedo confiar, sin condiciones.

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