Parados, sobre la muralla

LA GENTE CUENTA

Era otoño, pero el calor se dejaba azotar con las últimas fuerzas que le quedaba, y un grupo de personas, a nivel de tierra, trataba de sortear la onda cálida, con sombrillas, con los pocos árboles disponibles. El agua era lo que faltaba.
    -Mami… ya tengo mucha hambre.
    -Un pequeño, de ojos muy grandes, pero con la boca seca, ropa desgastada, trataba de llamar la atención de su madre, quien también lucía cansada, con una pesadez en sus brazos y piernas. Apenas podía articular palabra.
    -Ya te conseguiré algo, mi amor –dijo amorosa, pero con el corazón roto-. Ya tendremos con qué comer.
    A pesar de que hacia viento, este no fue suficiente para mitigar el estío. Parecía que una secadora gigante con el aire caliente acicalaba los cabellos de los peregrinos, pero no calmaba su sufrimiento.
    -¿Qué horas son? –preguntó un hombre de ropas ligeras, sandalias y un morral a cuestas, a otro de condiciones similares.
    -Deben ser las cuatro de la tarde.
    -Falta mucho para la puesta de sol, hombre.
    -No hay que preocuparse, Los tiempos de Dios son perfectos.
    El mismo viento hacía que la arena, caliente, ardiente, llegara a la piel de todos, quemándolas levemente. Alguien sacó una cantimplora con agua. Todos comenzaron a pedir un poco, y a pesar de que no era suficiente, bastó para que mitigaran la sed. O al menos hacían el calor más llevadero.
    La tarde comenzaba a caer. El estío era menos, pero era indicación de que los peregrinos debían seguir hasta el muro de la discordia, el que separaba sus sueños de la realidad. Y con el paso del tiempo al aire gélido comenzaba a afectar sus pobres cuerpos.
    -Mamí, ¿ya vamos a llegar?
    -Ya casi, mi amor. Resiste un poco, mi pequeño.
    Todos aguardaban en el muro, previendo la hora perfecta de, finalmente, saltar hacia el otro lado, hacia donde estaba la felicidad. Cuando la bóveda celeste se tiñó de negro, un sujeto, con linterna en mano, salió a su encuentro.
    -¡Órale, la migra ya se alejó! ¡Brínquele todos! –indicó con señas autoritarias. Todos comenzaron a saltar el muro, el que los conducía a un futuro incierto, pero prometedor.

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