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Un Infierno Bonito

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LO PROMETIDO ES DEUDA

CAPÍTULO CINCO

Después de recoger al chamaco chillón, los llevaron a la comisaría que se encontraba en la calle de frente a las cajas reales de la Compañía Minera Real del Monte y después de arreglar su bronca metieron a los ladrones al calabozo, pidiendo que Don Manuel se quedara a hablar con el jefe de la policía.
Temblaba de pies a cabeza pensando que lo habían detenido por lo que había hecho años atrás, pero la preguntas fueron distintas.
    •    ¿Cómo te llamas?

    •    Manuel Castillo Ortega.

    •    ¿Cuántos años tienes 22?

    •    ¿Dónde Trabajas?

    •    En lo que caiga, no tengo trabajo fijo.

    •    ¿Quieres quedarte a trabajar aquí como policía?

    •    Si señor.

    •    Llévate al escuincle chillón y desde hoy te daré de alta.

Se echó al muchacho debajo del brazo y salió a su casa como alma que lleva el diablo.
    •    Te traigo una noticia de pelos, agárrate de la silla no te vayas a dar un madrazo.

    •    A ver suéltala.

    •    Desde ahorita soy policía, ya traigo el uniforme ¡mira!

    •    ¡Ah cabrón! ahora les voy a presumir a toda la cuadra que eres general.

    •    No mames soy policía razo.

    •    Yo te tengo otra noticia, vas hacer papá.


CAPITULO SEIS
El niño nació y le pusieron de nombre Félix, porque así tenía un gato que tenía mucho tiempo con ellos.
Mi padre se volvió un trabajador, y sobre todo se dedicaba a su trabajado más de la cuenta, y se le había hecho como dice la canción “para ser gendarme, se deben tener los bigotes lastos como lucifer ojos de lechuza y cuerpo de león’’.
Desde ese día 03 de mayo del año de 1941, comenzaré mi historia, tuve otro hermano llamado Francisco.
Y se formó la familia Telerín Manuel Castillo Ortega, Dolores García Valencia, con sus hijos Gloria, Santiago, Alberto, Luis, Félix y Francisco. En este espacio casi no lo mencionamos porque era un niño muy bueno, obediente y no le gustaba rezongar.

CAPÍTULO SIETE
Desde aquí comienza mi vida, recuerdo cuando mi madre me contaba que una vez que tenían una pachanga, lavaron con mucha agua el piso, como era muy dormilón me echaron en un cajón de madera, mi hermana por irse con un chavo que le andaba haciendo la ronda se olvidó de mí, tenía tres meses de edad y después me sacaron para internarme en el Hospital Civil, que ahora es el niño DIF.
Se suspendió la pachanga, todos estaban sentados en la banqueta esperando el diagnóstico del médico, que le dijo que yo tenía pulmonía, estaba en terapia intensiva a ver si de chiripada me salvaba, pero eso sería un milagro de Dios.

CAPITULO  OCHO
A mi hermana la mandaban a la casa a que les hiciera algo de comer, porque ellos tenían que estar para sepultar a su hermano, mi padre se la pasaba en la jefatura de policía, parece que era el único policía.
Pasaban los días, las semanas y no mejoraba, un día el doctor le dijo a mi mamá, que mandara a sus hijos a su casa, porque había mejorado, y a la siguiente semana ya estaba en la casa muy abrigado como calzonzin.

CAPÍTULO NUEVE
Pasó el tiempo y mi hermana me llevo jalando a apuntarme a la Escuela Justo Sierra. Era el año de 1950, no me gustaba para nada la escuela y veces me iba de pinta, aunque muchas veces le tuve que pegar a mi hermano por chismoso. Y tal como debería ser, reprobé año, mi maestra se llamaba Severa, tuve que aguantar los golpes de mi hermano “El Chicho”, los palos que me dio mi hermana, los jalones de patillas del negro hasta se me puso al brinco mi hermanito Pancho, que le decía “El Enano”, el único que no me regaño fue mi padre.
Al siguiente año aprendí la lección de la madriza que me habían dado y cuando entre a la escuela todos mis cuates estaban en otro salón y yo en el mismo pero con otra maestra llamada Rosita, que me dio consejos que el estudio nos da lo que queremos en la vida, y algún día seriamos gente importante.

CAPÍTULO DIEZ
Pase el reprobado y ahora estaba en tercer año, con el profesor Pompeyo, y me junte con amigos que eran hijos de los frutos del mercado, como siempre llevaban dinero, un día fui a la fábrica de Coca Cola que se encontraba a unas calles de la escuela, y les pedí trabajo ayudándoles a cargar los burros de refrescos, y comencé a ganar 20 centavos al día, y un día de las madres de lo que tenía ahorrado le compre un radio a mi madre, a pesar del garotazo que me puso cuando reprobé el año.
Mis hermanos formaron un Club Alpino y le llamaron Comando Halcones, se juntaron con otros amigos y mis hermanos ya tenían experiencia.

CAPÍTULO ONCE
Me subieron a varias rocas que tenemos en el estado, “La Botella”, “El Fistol”, “Las Ventanas”, “El León Alado”, “La Colorada”, “Los Panales”, “La Blanca”, “La Pezuña”, “Las Monjas”, “El Espejo”, “El Corazón”, “El Cofre del Zorro”, “El Cáliz” y “El Zumate”, había encontrado lo que yo quería y cuando tenía 15 años mis hermanos como regalo me subieron al Volcán Popocatépetl, luego al Iztaccihuatl y cumplieron mi sueño de subir al Pico de Orizaba.
Salí de la escuela y mi deseo más grande era seguir estudiando, pero estaba pelón, porque en el año de 1956, donde no había secundarias y las pocas que había era para gente rica. Nosotros vivíamos en el barrio de la Palma, en la calle de observatorio. A pesar del tiempo mi físico no había cambiado, estaba muy flaco y me decían el Gato Seco.
Ahora de joven, mis ideas habían cambiado, como no había trabajo se me metió la idea de ser minero, también mi familia había dado la vuelta al revés, se casó mi hermana con Juan el cuate, el mismo día mi hermano Alberto se casó con Rosa Gutiérrez y se salieron de la casa, a los pocos meses se casó Santiago con la señora Concepción Moreno, y para acabarla de amolar mi hermano El Negro, se había vuelto alcohólico y se fue a vivir con Enedina Acosta, ya nada más quedábamos mis jefes y mi hermano Pancho.
Me juntaba con mis amigos de la misma edad, “El Carolina”, “El Pitin”, “EL Gallo, “El Tulas”, “El Pollo”, “El Chincolo” y “El Guerras”, comenzamos hacer desmadres por ociosos, nos damos en la madre con los del barrio del ‘‘Atorón”, del “Arbolito” y comenzamos a tomar pulque, y todo lo que fuera, de lo que sí me llenó de orgullo es que mi papá a pesar de ser teniente de la policía, creo que era el único honrado, aunque estábamos muy pobres.
Pasando unos meses, un día en una cantina le estaban dando en la madre a un líder del sindicato y me metí ayudarlo, y en agradecimiento me prometió de meterme a la mina, de aquí comienza una etapa, donde mi madre lloraba porque sus hijos eran mineros y seguido sufrían accidentes o se mataban, pero no sabíamos hacer otra cosa, Santiago trabajaba en la mina de San Rafael, Alberto el Paricutín, a el Negro lo corrían de una y se metía en otra, y yo en San Juan Pachuca, ahí donde me enseñe a ser hombre, donde por algún tiempo me enderezaron, yo le llamaba “El Infierno Bonito”.

CONTINUARÁ…