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Pueblo chico, infierno grande

PEDAZOS DE VIDA

¿Alguna vez te has quemado el cabello, las pestañas o las cejas? Así merito huele la carne humana, envuelta entre el humo que huele a gasolina y el de plástico que sale de la ropa y se mezcla, para dejar ese olor a culpa, ese olor de que todos en el pueblo nos convertimos en asesinos, que no supimos escuchar y que estuvimos hartos de esperar. Pero que íbamos a escuchar, si llevamos toda una vida de gritos que se quedan en silencios.
Así estamos acá mija…
Todavía recuerdo aquella vez que agarraron al hombre que violó a la Susanita, se lo llevó la policía y no lo dejaron irse a los tres días, que porqué era compadre de no sé quién, sí a los tres días lo dejaron libre al maldito, y nadie hizo nada, pero que tal cuando don Facundo mató con la guadaña al hombre que se metió a su casa a robar, ya va para tres años y se ve pa´ cuando lo echen fuera.
Sí mija, es lo mismito que me dice la Grabiela.
Es feo, ver como como la carne siente la lumbre, como el hombre se retuerce primero del dolor, luego por el mismo fuego, hasta quedarse ahí, tirado, en medio de la plaza, mientras a los policías se les ve acobardados ante el espectáculo que acaban de presenciar, y es que a la gente no hay quien la pare, tanto es la necesidad de sentir al justicia que al final se convierten en asesinos, porque todos los que estuvimos allí, aunque no hubiéramos tocado al hombre, somos culpables, somos asesinos, por callarnos como siempre.
¡Ay, no! Ni lo digas mija, yo de tonta que me quedé parada ahí, si hasta lo soñé.
Así las cosas acá mijita, ¿Y tú cómo vas allá? Que al Topos, el hijo de doña María lo echaron de regreso, bueno a mí me dijo tu tía, que lo agarró la migra por manejar borracho, ese chamaco nunca va cambiar…