Comparaciones odiosas, pero necesarias

CONCIENCIA CIUDADANA

 

El primer aniversario del ascenso al trono de Felipe VI en España, es motivo para reflexionar sobre el ejercicio del poder público en México comparándolo con lo que sucede en aquél país y en otras partes del mundo.

            Un primer tema es la amplia credibilidad social con que cuenta la monarquía española, a diferencia de la que tiene el sistema presidencialista mexicano. En ninguno de los dos países la sociedad está totalmente de acuerdo con el sistema que lo gobierna, pero los índices de aceptación de sus gobernantes son totalmente distintos: mientras que el presidente mexicano ha descendido a menos del sesenta por ciento de aceptación ciudadana, el rey de España alcanza más del ochenta por ciento.

            A principios de 2013, cuando iniciaba su gobierno Enrique Peña Nieto, el rey Juan Carlos I de España, padre del actual rey Felipe VI se encontraba sumergido en una crisis de credibilidad preocupante para el estado español, porque a diferencia de los presidentes mexicanos, los monarcas hispanos tienen responsabilidades ante la justicia y sus propios ciudadanos.

            El viejo monarca, amodorrado en sus laureles, había cedido en sus costumbres adoptando una amante y haciéndose de la vista gorda en los posibles actos de corrupción de su yerno y su propia hija, la infanta Cristina. Envuelta como México en una crisis económica, España tuvo que disminuir la seguridad social y las inversiones y echar a la calle a miles de trabajadores.

Juan Carlos I no entendió que un rey tiene que ser consecuente con las condiciones de sus súbditos, cometiendo el error de viajar a África con su compañera de aventuras, con tan mala suerte que al cazar a un elefante sufrió un accidente que le afectó la cadera. Pero lo peor no fue eso, sino el escándalo que se armó en el mundo entero al conocer sus andanzas.

La sociedad internacional protectora de animales, de la que el rey era presidente honorario, lo despojó del puesto y su membresía. Su esposa, la reina Sofía, hizo patente su distanciamiento con su consorte y los sectores sociales afectados por la crisis salieron a las calles a exigir no solo mejoras económicas sino la abdicación del rey y hasta el regreso al régimen republicano prevaleciente antes de la dictadura de Franco. El sistema político y no solo la monarquía española, se encontraban en peligro.

La respuesta a la crisis no se hizo esperar. Juan Carlos I abdicó a favor de su hijo Felipe; su yerno fue condenado por la justicia, la infanta Cristina hubo de presentarse en los tribunales para dar cuenta de su posible responsabilidad en las andanzas de su marido y los reyes redujeron sus sueldos y los gastos de la casa real; finalmente, la princesa Cristina fue despojada de su título de duquesa de Palma de Mallorca, y el nuevo rey solicitó que la Casa Real fuera incluida en la ley de rendición de cuentas, igual que todas las instituciones públicas.

Los resultados de tales medidas se reflejaron de inmediato: Hoy, a pesar de encontrarse envuelta aún en la crisis económica, los españoles confían en sus monarcas y el sistema político en su conjunto ha visto renacer la confianza ciudadana sin necesidad de llegar a una crisis política que cuestione al sistema en su conjunto.

En cambio, casi en el mismo periodo de tiempo, los mexicanos fuimos testigos de la manera en que el presidente Enrique Peña Nieto enfrentaba conflictos de intereses que lo han llevado a los más bajos rangos de credibilidad ciudadana sin que surja una estrategia real, efectiva y auténtica para reparar los daños causados por sus errores.

En suma, puede afirmarse que existe en la sociedad española y su sistema político algo que no existe en la sociedad mexicana y sus gobernantes que permitió a los españoles corregir el rumbo y enderezar la nave, salvado a la monarquía y recuperando la credibilidad social necesaria para mantener a flote el barco.

En México, por el contrario, llevamos sexenios enteros sumidos en los mismos problemas de ingobernabilidad sin que los gobiernos nacionales alcancen a resolverlos ni recuperar la confianza social. Contradictoriamente, a pesar de ese rechazo manifestado por diversos medios, el sistema político vigente ha sido reforzado políticamente en las últimas elecciones, pues las votaciones reafirmaron su poder dando la mayoría de diputados al PRI-PVEM-PANAL partidos del presidente de la república; sosteniendo en segundo lugar al partido PAN, pese a sus nefastas administraciones a lo largo de doce años y, manteniendo en el tercer sitio al PRD, el partido que puso a la izquierda a las órdenes del gobierno de EPN al integrarse a la Alianza por México.

Por el contrario, en España los electores han castigando a los dos partidos hegemónicos (PP y PSOE) y llevando la voz de la ciudadanía inconforme a los recintos legislativos a través de nuevos partidos y alianzas. Indicativo del tamaño del cambio, es la llegada de un buen número de jóvenes y mujeres hasta ahora sin partido a las representaciones provinciales, lo que hace pensar que se avecinan cambios importantes en aquél país.

Mientras tanto en México, la conciencia ciudadana intenta con escaso éxito despertarse de su tradicional atraso, reflejada en la indolencia, apatía, indiferencia y clientelismo de sus sectores más atrasados, así como en el más del 50 por ciento de ausentismo electoral.

¿Será que los españoles, como otras sociedades del mundo, cuentan con la voluntad y la inteligencia suficiente   para dinamizar su vida social y política mientras que los mexicanos estamos perdiendo la voluntad de existir como una sociedad sana,   indolentes a la forma en que se nos arrebata riquezas, soberanía y autonomía? ¿Acaso estamos hechos de una materia diferente a la de los ciudadanos de otras naciones que van saliendo al paso de sus problemas mediante la inteligencia, la voluntad y la honestidad? Nosotros lo creemos así, pero este tema será motivo de otra participación.

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