PIDO LA PALABRA
No permitamos que el fanatismo social siga envenenando nuestra voluntad; no dejemos que la violencia se haga costumbre
Miedo, cobardía, hartazgo o irracionalidad, no importa cuál sea la causa cuando hay gente que ha perdido la vida por razones absurdas, y tal vez por ineptitud y quizá limitaciones de quienes deben garantizar nuestra seguridad.
Limitaciones, porque es obvio que el número de policías por sector de la población es tan raquítico que no les es posible atender tantos llamados de auxilio que seguramente cada día reciben; agréguenle que el equipo, ya no digamos para la defensa de la población, sino para la propia defensa del policía, en el mejor de los casos no pasa de una pistola y su chaleco antibalas; que estaría bien, sino fuera porque se ha visto que a los delincuentes, cuando llegan a capturar a alguno, están mucho mejor equipados que las policías. En México se prefiere gastar millones de pesos en campañas políticas y no invertir en otros aspectos más importantes como lo es la seguridad pública.
Puedo entender la desesperación del policía “bueno”, el de auténtica vocación, al ver el incremento de los índices delictivos y no poder hacer gran cosa por esa carencia de recursos; a veces me da la impresión de que los buenos están perdiendo la batalla. No dudo que en materia de seguridad se tengan buenas intenciones, pero las buenas intenciones, por sí solas, no ganan batallas.
Por ello, debemos tener cuidado, pareciese que vientos negros quieren azotar la serenidad de nuestro Estado, y que enardecidas manos pretendiesen mecer la cuna. Pero, en tal caso, a quien beneficia los acontecimientos violentos que hemos estado viviendo en estos días; ¿o acaso será que los linchamientos por temor a los robachicos en realidad esconden otro fondo?, ¿será para disuadir la presencia de autoridades en determinadas regiones?, no lo sé, y hasta este momento no hemos visto a nadie que haga el intento de contestar tantas dudas que surgen a la luz de los acontecimientos recientes.
Hoy solo sabemos que sigue muriendo gente inocente a manos de turbas enardecidas y quizá hasta manipuladas, pues una masa resentida puede ser presa fácil para los profesionales de la agitación, y aventar por delante a ese pueblo irritado, usándolos como carne de cañón, esperando que algún desquiciado tire la primera piedra y con ello, enarbolar una nueva bandera, la de la justicia del pueblo.
Es momento de ya poner un hasta aquí a cualquier intento de violencia ilegítima, no caigamos en la justificación de los “usos y costumbre”; la seguridad se debe garantizar en el marco del derecho y no en linchamientos cavernícolas; los responsables deben ser juzgados, pero no solo por la historia, eso es solo retórica filosófica que no cabe en esta época.
No permitamos que el fanatismo social siga envenenando nuestra voluntad; no dejemos que la violencia se haga costumbre; en nuestro estado de derecho nos hemos marcado la ruta que conviene a millones de mexicanos; es el Congreso, en los tribunales, y en los cuerpos de seguridad pública en donde debe estar la respuesta; que cada quien asuma su papel, ya déjense de peleas estériles por el hueso político, de nada sirve medir el tamaño de su musculo mientras haya gente inocente muriendo a manos de gente que por razones que ni ellos entienden.
Son los hechos y no las palabras, son las instituciones y no los intereses políticos y económicos los que deben decidir las formas, somos los hidalguenses y no los mecedores de cunas los que debemos construir nuestro futuro.
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.