Nuevas realidades, nuevas exigencias

CONCIENCIA CIUDADANA

Pero esto no puede entenderlo quien no haya vivido en nuestro estado, donde las luchas sociales y democratizadoras han debido enfrentarse con los usos y costumbres de estos y otros personajes del viejo régimen, cuya integración a la “nueva clase política” morenista dan motivo para dudar que, al menos en Hidalgo, la transformación democrática anunciada por AMLO, no pase de hacer a un lado a un grupo privilegiado de poder para sustituirlo por otro que nunca ha dejado de serlo, pero que ahora con la legitimación dada por el triunfo nacional de MORENA  y el liderazgo político y moral que goza Andrés Manuel López Obrador, pueda volver a sus fueros e impunidades que gozó en el pasado

El choque se veía venir desde que la pasada legislatura del Congreso Estatal aprobó la iniciativa presentada por la fracción priísta y de otros partidos, tras conocer los resultados que le daban el triunfo a sus opositores, especialmente a MORENA; de una manera tan avasalladora, que terminó por otorgarle la mayoría absoluta en el Congreso Local.
En ese momento, los tricolores pensaron que,  para prevenirse en el nuevo escenario de alguna decisión que pudiera poner en aprietos la administración del gobernador Omar Fayad Meneses, lo mejor era dar el clásico “madruguete” modificando la Constitución local para que, entre otras cosas, blindara las facultades del ejecutivo en  la adquisición y administración  de  la deuda pública evitándole obstáculos del Congreso; además de asegurarse que, por lo menos, en el primer año de la nueva legislatura, la mesa directiva estuviera en manos de la menguada fracción priísta y no de la mayoritaria fracción morenista, por lo que, los presurosos diputados priístas y de otros partidos en ese momento aliados suyos, decidieron firmar un acuerdo para realizar los cambios pertinentes a sus aviesas intenciones.
El problema se complicaba por la composición de la nueva fracción legislativa de MORENA, resultado de una nada tersa negociación entre distintas fuerzas políticas ajenas a ese partido, que terminaron por darle la mayoría  de los nuevos diputados al grupo universidad encabezado por Gerardo Sosa Castelán, protagonista de un enfrentamiento ríspido con el gobernador Fayad  en torno a la transparencia de los recursos de la Universidad, manejados con celosa secrecía por sus directivos que hacen de la institución educativa a su cargo, tierra incógnita en cuanto a  transparencia y  monto de sus recursos, que se han convertido en el principal activo con que han ejercido su influencia política y social en espacios extrauniversitarios durante muchos años.
Desde luego, tal conflicto no hubiera tenido lugar si Sosa y su grupo político hubieran permanecido fieles al PRI, partido que prohijó su poder desde su juventud al frente de la FEUH con la aquiescencia, el cobijo y el patrocinio de toda la clase política hidalguense; entre quienes se encontraban compañeros universitarios suyos que más tarde llegarían a encabezar el gobierno estatal: Jesús Murillo Karam, Miguel Ángel Osorio Chong y Francisco Olvera, con quienes Sosa mantuvo siempre una relación de complicidad y ambivalencia, anhelando alcanzar el cargo que ellos habían logrado antes que él sin renunciar a su hegemonía sobre la UAEH, pretensión excesiva que rompía el acuerdo tácito de la clase política hidalguense en torno al reparto del poder en el estado y  pilar fundamental de la “pax priísta” que permitía mantener a todos en su lugar.
No queriendo cejar en su empeño, el líder universitario emprendió varias aventuras políticas que le redituaron algunos triunfos a su grupo; pero no fue sino hasta las pasadas elecciones, cuando el gallo le volvió a cantar al acercarse con AMLO y lograr, con su innegable astucia política, convencerlo de ser ellos y no los candidatos con que ya contaba MORENA, quienes podría darle el triunfo en Hidalgo, aceptando el candidato presidencial seguir su consejo.
El triunfo se dio, efectivamente, aunque muchos hidalguenses seguimos dudando que fuera por el apoyo del Grupo Universidad; caso semejante a lo ocurrido con otro redomado político priísta en las elecciones de 2006, José Guadarrama Márquez, quien llegó al Senado bajo las siglas del PRD, presumiendo más tarde no haberlo obtenido por efecto de la candidatura de López Obrador, sino por el contrario, haber sido el factor del triunfo de éste en Hidalgo.  
Pero esto no puede entenderlo quien no haya vivido en nuestro estado, donde las luchas sociales y democratizadoras han debido enfrentarse con los usos y costumbres de estos y otros personajes del viejo régimen, cuya integración a la “nueva clase política” morenista dan motivo para dudar que, al menos en Hidalgo, la transformación democrática anunciada por AMLO, no pase de hacer a un lado a un grupo privilegiado de poder para sustituirlo por otro que nunca ha dejado de serlo, pero que ahora con la legitimación dada por el triunfo nacional de MORENA  y el liderazgo político y moral que goza Andrés Manuel López Obrador, pueda volver a sus fueros e impunidades que gozó en el pasado.  
Sin embargo, esto no exime al gobernador Fayad, su partido y sus diputados, de equivocarse en la aventura política emprendida; intentando impedir los cambios que la propia ciudadanía hidalguense ordenó en las urnas. Porque si bien el voto de MORENA en Hidalgo fue un aval a López Obrador y una decisión forzada respondiendo a la petición de éste para dar su voto a todos los candidatos de ese partido sin parar mientes en su origen; el fondo del triunfo casi absoluto de MORENA no es sino el principio de una revolución pacífica ciudadana cuyos resultados aún están por valorarse y definirse.
Esto deben entenderlo todos los actores políticos del drama actual que sacude la vida pública de Hidalgo;  en los umbrales de una época donde las decisiones políticas tendrán que ser valoradas no solo por sus propósitos inmediatos, sino en base a sus consecuencias futuras, aunque no necesariamente a largo plazo, sino aún en el lapso de pocos días. Ser gobernador de un estado en estos momentos es, debe ser por necesidad y realismo político, algo distinto de lo que fue hasta hace pocos días y más aún, de los usos y costumbres que acompañaron a ese cargo durante décadas.
     Pero también lo será el cambio que obliga a quienes representa hoy –“haiga sido como haiga sido”- la voluntad de cambio de los ciudadanos. Los conflictos surgidos les exigen igualmente a ellos a cambiar su ejercicio político. Basta recordar que hace pocos días el presidente electo expresó su apoyo total a la autoridad del rector de la UNAM; pero, al mismo tiempo, anunció contundente que no se admitirá más porrismo en las universidades.
¿Lo habrá hecho por su sola convicción? Aunque sabemos que es sincera; es evidente que los estudiantes de la UNAM – como será cada vez más frecuente en todo el país-, se han levantado como hace 50 años en contra no sólo del porrismo, sino de la estructura oscura de poder que lo sostiene; de la complicidad de las autoridades y las consecuencias negativas sobre la educación y la vida política y social. El cambio es inminente y habrá de darse con o sin la anuencia de quienes tienen la responsabilidad y el mandato de darles el cauce que requieren; mejor es entenderlo y colaborar en una transición pacífica hacia el país que todos necesitamos.  
Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS CON NOSOTROS, A TODOS ELLOS.  

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