RELATOS DE VIDA
• ¡Abuelitaaaaaaaaaaaaaaa! – gritaba el niño de escasos seis años.
Al interior de la casa, la abuela se encontraba en la cocina terminando de preparar los sagrados alimentos; y aunque alcanzaba a escuchar un grito, prosiguió sin hacer el mínimo movimiento para corroborar el sonido. En tanto, en el jardín trasero de la casa, el pequeño José estaba colgado de la rama del árbol ideando la manera de bajar y llegar a la puerta que da hacia la cocina.
• ¡Abuelitaaaaaaaa, ayúdame por favor! No puedo bajaaaaaaaar.
La abuela nuevamente escuchó el suplicar de una infantil voz, pero al no recordar que había mandado al nieto por una rama de epazote al huerto ubicado en la parte trasera de la casa, continuó sus labores.
• ¡Abuelitaaaaaaaa! – Gritó por última vez el infante, mientras diseñaba la estrategia y los tiempos para soltarse de la rama y correr hacia la puerta.
En tanto, debajo del frondoso árbol esperaban cuatro espléndidos guajolotes, quienes revoloteaban y cloqueaban, mientras fijaban la mirada en el pequeño, que en ese momento desconocían.
• A la cuenta de tres – vociferaba el niño – 1 – y hacía el intento por columpiarse – 2 – y el movimiento era más intenso – 3 – se soltó de la rama, voló encima de los guajolotes y corrió despavorido hacia la cocina.
Minutos antes, al momento de tapar la olla de frijoles se percató que le hacía falta agregarle epazote y fue cuando recordó el mandado encomendado al nieto, los gritos y los guajolotes; y emprendió el camino hacia la puerta. Justo cuando la abrió, José entró, sin aliento y aún asustado, pero con el epazote en la mano.
La abuela lo abrazó y trató de calmarlo mientras le ofrecía un pedazo de bolillo para aliviar el susto que había sufrido; minutos después, cuando lo notó calmado le aseguró.
• Sin lugar a dudas, se trata de las mejores especies cuidadoras de la casa, no tienen dientes o colmillos, tampoco ladran; pero su rapidez y agilidad para trepar en bardas, incluso árboles provoca el terror para cualquier intruso.
