Caminaban

PEDAZOS DE VIDA

El reloj monumental había caído, la última campanada fue a las 13 horas. Luego pasó todo. Desde la azotea en la colonia encumbrada en uno de los cerros, se podía ver el desastre, la forma en que el polvo se levantaba en el centro de la ciudad, el humo que emanaba de las explosiones que habían acontecido y el viento se encargaba de llevar los gritos de los que aún estaban vivos.

Conforme la tarde fue cayendo, el olor a humo y polvo se matizó de sangre, ese olor a hierro y carne quemada que sólo habíamos experimentado con la quema de cabello, todos en la colonia se volvieron locos, las tiendas cerraron. Y en el centro de Pachuca, los saqueos habían convertido a esta tierra sin ley, en escombros, en negocios vacíos, en edificios que no tardarían en derrumbarse, en el apocalipsis que tanto pregonaban los testigos de Jehová.

A partir de la explosión, sucedieron otras más, la primera fue en el Reloj Monumental, luego le siguió todo el centro, la avenida Juárez, fue alcanzada poco a poco, no hubo espacio para rezar, pronto la ola de violencia profanó la “casa del señor”, la iglesia de San Francisco y la Villita tocaron al mismo tiempo las campanas, sonido que anunciaba todo, menos la calma.

Las salidas de Pachuca, comenzaron a congestionarse, el pánico y la desesperación, hicieron lo suyo, pronto hubo calles, avenidas y carreteras bloqueadas, rayando la noche, se buscaban motocicletas y bicicletas para salir por las veredas que hay en los cerros, otros caminaron como si se tratara del mismo Éxodo, sin mirar la plaga de violencia que se comía todo lo que se quedaba atrás.

Mi abuela, apagó su veladora, cerró las puertas de la casa y sólo dijo “ya nos cargó la chingada”, entonces cayó, y se fue. Se fue sin nadie más, se fue hace una semana, y ahora está en el refrigerador que hace unos días se quedó sin víveres, el agua está sucia, y nosotros esperamos nuestro turno…

Related posts