Home Deportiva Epístola Taurina

Epístola Taurina

0

#ENTRE EL CALLEJÓN Y EL TEÑIDO

Sr. José Pablo Miramontes
Torero subalterno en retiro
Maestro de la Academia Taurina de Guadalajara

Presente
Estimado Pablo, el pasado miércoles primero de agosto, me emocionó la sentida felicitación que enviaste a través de las redes sociales a los Novilleros en su día, texto que me permito reproducir: “Les envío un solidario abrazote a todos los novilleros que hoy, como reza la tradición, se celebra su día. Mi enhorabuena a los que hoy por hoy les van bien las cosas. Mi apoyo a los que de momento no les van las cosas rodadas…resistencia, resiliencia y persistencia, toreros. Siéntanse orgullosos de ser toreros y de ser novilleros y les deseo que todos logren ser alguien importante en la fiesta y en la vida”.
Tu recomendación de “resistencia, resiliencia y persistencia” a aquellos jóvenes toreros que buscan un lugar de importancia en la fiesta brava y de momento no les van las cosas rodadas, me llevó a la evocación de los tiempos idos, en que aquellos chavales que llenos de afición taurina y limitados de recursos económicos, buscaban hacerse toreros vivían un verdadero vía crucis; a diferencia de aquellos jóvenes que tuvieron la suerte de haber nacido en el seno de familias pudientes o emparentados con toreros, ganaderos, empresarios taurinos o gente ligada de alguna manera al medio taurino, para los que probar suerte en la difícil profesión se les dificultaba menos.
Los aspirantes a toreros sin contactos, ni recursos, debían recorren camino un difícil, cruel y, a veces, trágico, en el afán de buscar la manera de dar algunos capotazos a cualquier tipo de cornúpeta, bastaba con que en fiestas patronales de cualquier pueblo algún astado de raza, suiza, cebú, criollo, etc., diera muestras de ser medianamente bravucón para que surgiera un ejército de torerillos pretendiendo hacer la faena soñada.
Esto después de haber enfrentado la oposición de las familias a que abrazaran tan arriesgada ocupación. Sin embargo, aquellos muchachos que lograban superar esas primeras dificultades principiaban su aprendizaje en los lugares en que tradicionalmente entrenaban los novilleros y matadores de toros, principalmente las plazas de toros y los rastros municipales, en la hoy Ciudad de México, recordarás, además de esos sitios, fueron legendarios “El Hoyo” y “El Claro” del Bosque de Chapultepec, “El Corral” de Buenavista, ubicado en la Avenida Insurgente Norte frente a la Estación del Ferrocarril, “El Corral” de Nonoalco, el Deportivo “Venustiano Carranza” y algunos otros sitios que de momento escapan a la memoria; en esos lugares, después de haber asimilado las primeras letras del toreo, a fuerza de realizar interminables faenas de salón a toros “de bandera” imaginarios, los incipientes toreros se reportaban preparados “para empresas mayores” y guiados por otros aspirantes más experimentados partían hacia pueblos de los Estados de México, Guerrero, Morelos, Hidalgo, Jalisco, Zacatecas, Aguascalientes, Campeche, Yucatán entre otros, a fin de actuar en las “toreadas” de los novenarios que se realizaban con motivo de las fiestas patronales, cuyas ubicaciones y fechas se iban transmitiendo de generación a generación.
Cuántas veces no te tocó enfrentar en estos novenarios a toros criollos, cebúes, de media casta o, en el mejor de los casos en contadas y festejadas ocasiones a vacas de lidia, pero cualquiera que fuera el ganado en por regla general ya estaba toreado, con el riesgo que ello implica, por lo que, más de lograr realizar florituras con capote y muleta, fuiste testigo de maromas o volteretas y en algunos casos cornadas, que a más de unos le costó una incapacidad permanente o la vida misma; pero ese riesgo bien valía la pena, cuando por azares del destino salía un ejemplar que se dejara meter mano y se podía poner en práctica los conocimientos adquiridos, luciéndose para beneplácito de la concurrencia, además de medio para conseguir algunos ingresos, porque si la cuadrilla estaba bien, al final del festejo se podía “pasar el plato” y recoger las monedas que generosamente aventaba el público.
Y después de los pueblos que seguía, buscar la oportunidad de torear; en plazas de primera y, principalmente, la presentación en la Monumental Plaza de Toros México, para después alcanzar la alternativa, meta que solamente un reducido grupo de mortales ha alcanzado; porque desgraciadamente en la fiesta brava “son muchos los llamados y dos o tres los elegidos”; cuestión, esta, que ahora mismo seguimos viviendo en nuestro medio taurino, en el que hay un buen número de jóvenes toreros con posibilidades de destacar en la difícil profesión, pero que deben estar a la espera, larga y frustrante espera, de ser llamados a ocupar un puesto en carteles de prestigio por quienes deciden su futuro.
Pero coincidirás conmigo no todo era negro en “la Legua”, ahí se aprendía a lidiar a todo tipo de toros, por ello a ese tipo de enseñanza se le denominó coloquialmente “la guerra”, una guerra en donde había grados entre la tropa, en la que el capitán era “el capote cañón” y los soldados sin chistar acataban sus órdenes, esa era la realidad de la formación torera de antaño en la que algunos aspirantes a figuras del toreo dejaron, su sangre, otros la vida, pero todos, todos, la juventud.
Un fraternal abrazo. Por ahí nos vemos entre el callejón y el tendido, si Dios lo permite.