RETRATOS HABLADOS

    •    Justificar la historia


Hay personajes en toda comedia política, que regularmente desemboca en drama y pocas veces en tragedia,  que resultan ser algo así como una pieza de utilería que sin embargo tienen vida y son capaces de modificar sustancialmente el final de la obra, cuando todos daban por sentado que en la puesta en escena ganaría el que es calificado como “bueno” para que perdiera el “malo”.
    Es sabido por todos que esa clasificación resulta falsa en todos sentidos, por la transformación vertiginosa que presentan de acuerdo a las condiciones los actores, de tal modo que es algo arbitrario para entender el momento, siempre de acuerdo a las condiciones del espectador.
    De manera constante el “espectador” que somos una inmensa mayoría, los pone en uno u otro lugar de acuerdo a sus conveniencias, pero fundamentalmente consecuencias que puede traer a su vida muy terrenal y sin protagonismos, el que cada seis años llegue un nuevo ungido a la cúspide del poder político.
    Es en ese momento cuando los personajes maleables de acuerdo a las condiciones, es decir taquilla, asistencia, clima, prospectiva y otras cosas, cobra un valor alto en todo el sentido de la palabra. Siempre dispuestos a moverse para un lado u otro de acuerdo a la oferta del mejor postor, se destacan por una carencia casi absoluta del más mínimo vestigio de idealismo, y pueden ser odiados o adorados pero nunca de los nunca confiables.
    Quien decide colocarlos en el escenario sabe a lo que juega, y después será imposible que invoque la traición o deslealtad del actor citado, porque de antemano sabía que lo habría de traicionar. Son pues la síntesis de los pensamientos más retorcidos que todos tenemos, pero que ocultamos para no parecer cínicos.
    Representan de manera inigualable el espíritu de la conveniencia que reza: “si me va mal, luego entonces el poderoso es malo para todos”. En muchos casos así resulta ser, pero es una constante convenga o no al que reflexiona. El poder es una enfermedad imposible de ser controlada con todo y que el que lo asume se haya vacunado desde a más tierna infancia “para no contraerla”.
    En este tinglado es cuando reaparecen aquellos que dábamos por difuntos en la arena política, pero que siempre están prestos para salir y de buenas a primeras aparecer con una fuerza desbordada que puede regresarlos de una edad senil a la juventud vigorosa que habían perdido.
    De tal modo que observamos, ya, una lucha enconada en el tablado del escenario, que encabezan Luciano Cornejo Barrera y Ricardo Baptista, ambos personajes de negra historia en el Partido de la Revolución Democrática, pero que sin embargo han transitado por un trabajo casi histórico en la oposición hidalguense, o lo que cada quien quiera entender por ser “oposición”.
    A estas alturas en que son precisamente ex priístas de reciente manufactura los que lucen ser poseedores de los destinos del partido triunfador en los pasados comicios, es precisamente un Cornejo Barrera el que sale destacar algo que pareciera simple pero que todos insisten en negar: el triunfo lo deben al fenómeno electoral Andrés Manuel López Obrador y a nadie más. De tal modo que si alguien ya se cuelga las victorias como producto de la “gran estrategia y estructura que diseñaron”, están equivocados. No es cierto. Con o sin candidatos pudo haber logrado ganar Morena en la entidad y el país. Es más si el payaso “Pimpolín” (con todo el respeto que merece) hubiera sido colocado en algún distrito, hoy sería legislador electo.
    Ricardo Baptista lo sabe porque no es un político inventado, y eso genera respuestas tan airadas en sus escritos de opinión. Sabe que es necesario reinventar el aporte de los grupos políticos de Hidalgo a la victoria lograda; sabe que es urgente escribir con urgencia la historia de estos últimos meses y construir la idea de que sin esos grupos de poder a los que pertenece, AMLO hubiera perdido.
    Cornejo Barrera sabe lo contrario, que sin el apoyo de nadie, absolutamente de nadie, Morena habría arrasado de todos modos. Son dos ópticas. Una, la de Baptista más sujeta al poderoso que lo revivió a nivel local, y la otra de un personaje sui generis porque se inclina por construir este nuevo aire de vida que el destino le ha deparado.
    Los veremos mucho en los siguientes meses, y uno, solamente uno, saltará a un papel protagónico con todo lo que esto representa.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
    Ricardo Baptista lo sabe porque no es un político inventado, y eso genera respuestas tan airadas en sus escritos de opinión. Sabe que es necesario reinventar el aporte de los grupos políticos de Hidalgo a la victoria lograda; sabe que es urgente escribir con urgencia la historia de estos últimos meses y construir la idea de que sin esos grupos de poder a los que pertenece, AMLO hubiera perdido.

Related posts