LA GENTE CUENTA
La vida de un reportero se puede resumir de la siguiente manera: amanece, levantarse, alistarse, conseguir notas, llegar a la redacción a escribir, verificar sintaxis, ortografía y gramática; salir de trabajar, dormir, repetir. Pero, ¿qué sucede cuando pasa algo que no corresponde a lo antes descrito?
Es una tarde apacible, tranquila, y con poca presión, y de una bocina se reproducen canciones de Willie Colón, Jairo Varela, Hansel Camacho o Hildemaro José y su Orquesta, mientras mi cabeza comienza a maquinar formas de crear una nota. Sin embargo, el esfuerzo se convierte en desesperación, y esta lleva a una crisis creativa. Tengo que salir un momento a respirar aire fresco.
El contacto con el aire, el ambiente tranquilo me hace recordar algunas cuestiones del pasado, lo que tuve que pasar antes de llegar hasta donde estoy, y entre ellas aún quedan los residuos de un amor no correspondido, de un sentimiento que dejó de florecer hace tiempo, que volvió a surgir por una ilusión, pero que volvió a morir por la indiferencia.
El recuerdo de esa mujer, de figura menudita, ojos claros y una sonrisa seductora, con las formas de una niña de 16 años, pero con las ínfulas de líder; una mujer que sabía que era poseedora de una belleza única, y que usaba este factor a su favor, engañando a muchas personas, y entre estas, yo era la última víctima.
Es increíble que, a pesar de que el tiempo pasó y a que ella no la he vuelto a ver, me siga rondando la cabeza como un delincuente, es muy raro, y a la vez deprimente, saber que jamás volveré a encontrar a una persona con sus cualidades y no con sus defectos. Y es cuando me pongo a pensar qué estaría haciendo en estos momentos… seguro reafirmando su papel de femme fatale.
Veo mi reloj: son casi las cinco y media de la tarde. El trabajo no se hace solo, así que, tras dedicarle un par de lágrimas en su honor, regreso a ni estación, cumpliendo cabalmente mi monotonía: redactar, revisar, salir, dormir, repetir.