RELATOS DE VIDA
Un silencio absoluto reinaba sobre ese cuarto decorado sencillamente; constaba de un rústico tocador con fotos pegadas en el espejo, con un banco de madera; un clóset con ropa perfectamente acomodada y debajo de ésta diversidad de zapatos.
La mayor parte la ocupaba la cama, que combinaba elegantemente con una cabecera y dos mesitas de noche, cada una con una lámpara; y cerca un sillón reclinable; en estos dos espacios se observaban dos personas, que sostenían sus manos.
El silencio continuaba, aunque no era incómodo, estaba impregnado de nostalgia, agradecimiento y amor profundo, que no solo circulaba en el aire, sino que se transmitía con la mirada y el calor humano.
Después de un momento, una voz interrumpió ese silencio, y en seguida dio pie a una amena charla:
– ¿Cómo te sientes?
– Tranquilo y en paz
– ¿Qué es la felicidad para ti?
– Disfrutar cada momento de tu vida sin lamentaciones; evitando dañar a terceras personas y siempre amando.
– ¿Eres feliz?
– Claro que lo soy, conocí, aprendí, viví y amé.
– ¿Tienes miedo?
– Un poco, es parte de la esencia del hombre, estoy vivo y tengo sentimientos. Pero estoy bien, agradecido y con abundante calma.
– ¿Si Sabes que te admiro y te respeto?
– Algunas ocasiones lo dudé, por tu forma de dirigirte hacia mí, pero comprendí que se debía al entorno en el que estabas. Pero si, siempre supe lo que sientes hacia mí, y es una razón más de mi felicidad.
– ¡Gracias!
– ¿Por qué?
– Por ser mi ejemplo, mi héroe, mi orgullo, mi cómplice, mi confidente y también por haber sido mi verdugo cuando lo ameritaba.
– Esa era mi labor como padre, pero también fue mi meta tener tantos roles.
– Te amo
– Yo también te amo
Rodaron lágrimas de las mejillas del padre y la hija; mientras apretaban fuertemente las manos, aunque después de unos minutos, una de ellas perdió fuerza y frecuencia. – Volveremos a encontrarnos.