RETRATOS HABLADOS

* El baile de las mascaradas

El ejercicio política ha tocado fondo, y la temporada de campañas ha sido un escaparate único para confirmar la opinión que se tiene de esta actividad, algún tiempo solo al alcance de personajes con un nivel intelectual cierto, construido con base a una preparación académica, pero también producto del interés por leer, reflexionar, pensar.
    No, de ninguna manera el paso por una institución de educación superior garantiza que el egresado sea un ente “pensante” o linduras por el estilo, tampoco que imparta clases a quienes serán futuros profesionistas, ni ser investigador de nivel 2 en el Sistema Nacional. No, y lo saben.
    Si hay un factor fundamental para identificar a una persona sabia, culta en términos reales, intelectual en el mejor sentido de la palabra, es su humildad, humildad no disimulada ni de pose. Humildad sentida, que se siente apenas uno saluda a esos personajes.
    Sucede lo contrario con poetas, escritores de medio pelo, que de buenas a primeras están seguros que la humanidad ya no los merece. Sucede lo mismo con políticos que no pueden ni representarse a ellos mismos, pero que dan por sentado que ya están en posición de injuriar, retar, denostar a quien se le ponga enfrente.
    Las campañas han servido para entender esa dramática realidad, donde se desata el baile de las mascaradas, y de pronto ya son revolucionarios, amigos del pueblo, defensores de los humildes, justicieros entre los justicieros, los que hasta hace unos meses identificábamos como unos sujetos déspotas, cínicos, sinvergüenzas, agachones, cobardes.
    Y basta una simple consulta a sus trayectorias para darnos cuenta de la realidad de los que hoy se presentan como los paladines de la justicia, inmaculados de corazón y vida, probos entre los probos, honrados a carta cabal, nunca traicioneros, nunca desleales.
    Dan pena, generan enojo por lo cínicos que son.
    Y no, no es exclusiva esta condición de un solo partido, sino de todos.
    Los debates coronaron esta visión del baile de las mascaradas, de la desvergüenza.
    No hay como aparentar lo que no se es, actuar para intentar convencer a los incautos, jurar amor a un pueblo que no conocen y ni les interesa conocer. ¿Así que este sujeto, esta desconocida buscar representarme? ¿Para qué?
    Todavía peor cuando invitan a conocer su historial, donde según ellos es posible confirmar que han hecho el bien sin mirar a quien, han caminado al lado del campesino, del obrero, del estudiante.
    Todavía peor cuando saben que mienten.
    Para fortuna de todos, este baile de las mascaradas está por terminar. Y a lo mejor ganan los más capaces para mentir, para hacerse pasar por lo que no son. A lo mejor.
    Pero todos sabemos que hace falta una reinvención completa de la política, de redescubrir a personajes de tanto nivel que algún día le dieron prestigio.
    Hace falta política, la política en nuestras vidas. De eso no hay duda. Pero es deber de todos trabajar para reconstruirla, rescatarla de quienes la han envilecido, mancillado.
    Conozco de cerca de varios candidatos y candidatas. Por algunos y algunas mantengo mi respeto y reconocimiento. Por otros ya no por desgracia. No hay peor fórmula para intentar un cambio real, que aliarse con gesticuladores, peores que aquellos de quienes se pretende escapar.
    A pocos días de que terminen las campañas, una realidad es que hemos podido confirmar nuestro sentir acerca de los que ejercen la política militante en nuestro Estado. A veces para bien, otras todo lo contrario.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
    Las campañas han servido para entender esa dramática realidad, donde se desata el baile de las mascaradas, y de pronto ya son revolucionarios, amigos del pueblo, defensores de los humildes, justicieros entre los justicieros, los que hasta hace unos meses identificábamos como unos sujetos déspotas, cínicos, sinvergüenzas, agachones, cobardes.

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