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El lenguaje en la vida

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FAMILIA POLÍTICA

El respeto al buen decir, se vulnera a cada rato.  Al parecer esto no tiene remedio en una sociedad a la cual parece interesarle más dominar la estadística futbolera que la capacidad de escribir correctamente; por ejemplo, una solicitud de empleo, o un simple oficio para cumplir con las exigencias que diariamente, presenta al ciudadano medio la sobrevivencia en un mundo lleno de exigencias idiomáticas.

 “Me entendiste ¿No?”.

Justificación popular.

Para quienes amamos el buen decir, aunque no lo dominemos, es doloroso observar el deterioro de nuestro idioma en los más diversos ámbitos (profesional, científico, diplomático, literario, comunicacional…) y edades, aunque con mayor incidencia en los jóvenes.
    El desprecio al uso adecuado de las palabras, sus correctas: semántica, prosodia, ortografía, sintaxis…, es cada día más evidente.  A un alto porcentaje de la población, en una relación directamente proporcional a su escolaridad y cultura, no le importa conocer (y menos respetar) las normas gramaticales.  Sus expresiones, habladas y/o escritas, son verdaderos galimatías, para cuya interpretación hacen falta los servicios de traductores especializados.  
Pero ¡Ay de aquél que se atreva a corregir al (la) infractor (a), porque recibirá una insolente y ofensiva respuesta: “yo hablo como quiero.  Me entendiste ¿No?”.  A manera de comentario, que no de denuncia, menciono la animadversión a perpetuidad que se ganó mi nieto Jorge Ángel, por no aguantarse las ganas de corregir los errores de una “profesora”.
¡Qué lejos quedaron los sanos consejos de educadores y lingüistas, cuando prescribían los tres elementos básicos que debe contener un discurso (hablado o escrito): claridad, precisión y brevedad.
Se dice que el buen maestro se diferencia del malo, porque el primero transmite conocimientos difíciles, de tal manera que a sus escuchas les parecen fáciles, a diferencia del segundo quien se empeña en hacer complicada la enseñanza aún de cosas sencillas.
Sin duda la diferencia entre ambos es la claridad; esto es: el uso de la palabra idónea para expresar el concepto cuya transmisión se pretende. Esta aseveración, aparentemente sencilla,  trae una fuerte carga de otro instrumento de la cultura: la Lógica.  Sólo quienes poseen un pensamiento estructurado y sistemático, pueden expresar ideas con claridad.  Quien piensa mal hablará mal.
Lograr la precisión es profundizar en los conceptos anteriores.  En este punto difiero de uno de los postulados de la tan “cacareada” reforma educativa; ataca a la memorización, como si fuera el peor cáncer en el proceso enseñanza-aprendizaje: no es así.  La memorización es un proceso mnemotécnico útil, para fijar, el género próximo y la diferencia específica de los conceptos. Claro está: una es la memorización mecánica y otra la memorización lógica, razonada, congruente.
Prácticamente todos los tratadistas están de acuerdo en que “los discursos deben ser como los bikinis: breves, pero cubrir lo indispensable” aunque, en todas las épocas, grandes oradores hacían (y hacen) gala de su elocuencia, hipnotizando a su público durante largos periodos.  Aunque “el estilo es el hombre”, me pronuncio partidario de las piezas oratorias de corta duración.
El advenimiento de los tiempos nuevos, con su carga de herramientas cibernéticas, trae consigo lo que los comunicadores llaman el phubbing, y los profanos conocemos como “celulitis”; esto es: el uso (y abuso) majadero del teléfono móvil, en: sobremesas familiares, salas cinematográficas, conferencias, funciones de teatro, presídiums, actos políticos (he visto candidatos manipulando sus teléfonos, en pleno mitin, cuando algún orador, con atención los saluda).
En otro orden de ideas, confieso que en ocasiones me cuesta trabajo interpretar los mensajes que recibo, por falta de acentos o signos ortográficos. Después de tantas experiencias arribé a la conclusión de que el idioma que maneja un alto porcentaje de usuarios tele comunicantes, es cualquier otro menos español.
Alguna vez dijo Tulio Hernández, ex Gobernador de Tlaxcala: “los diputados son unos burros”.  Me reservo mi opinión al respecto, pero la hago extensiva a algunos comentaristas y conductores de radio y televisión.  Sí, son unos burros, con el respeto que me merecen tan simpáticos cuadrúpedos.
El respeto al buen decir, se vulnera a cada rato.  Al parecer esto no tiene remedio en una sociedad a la cual parece interesarle más dominar la estadística futbolera que la capacidad de escribir correctamente; por ejemplo, una solicitud de empleo, o un simple oficio para cumplir con las exigencias que diariamente, presenta al ciudadano medio la sobrevivencia en un mundo lleno de exigencias idiomáticas.
Y no solamente es importante la escritura, sino la lectura de comprensión.  Gente hay, incapaz de interpretar señalamientos de tránsito o instrucciones de convivencia urbana.  Su mundo está lleno de imprecisiones.  Para ellos los conceptos: arriba, abajo, adelante, atrás, izquierda, derecha, tienen significación absoluta. No hay punto de referencia que valga.
¡Perdón, don Miguel de Cervantes Saavedra!

Mayo, 2018.