Alimentos

PEDAZOS DE VIDA

Una vez más se sentó en el banco de madera al que le acababan de dar unos martillazos para que los clavos que parecía que querían escapar se quedaran dentro. Frente a él estaba el vidrio que separaba la barra del estanquillo de la cocina en la misma taquería, desde ahí podía ver toda la carne y la forma en que los taqueros cocinaban cada una de las órdenes que daban los clientes.

Hasta ese momento y después de casi cinco años de ir a esa taquería, no se había dado cuenta de las deformes manos de los taqueros, deformidades provocadas por la conspiración entre el calor y el frío, entre las quemadas en el comal y el frío del agua helada con el que se tiene que lavar todo al momento de terminar el día laboral.

Tampoco había visto que la carne de pastor estaba cortada en pedazos más grandes que el bistec o la carne enchilada, y tampoco se había percatado, hasta esa noche, del truco que tenía el taquero para derretir el queso oaxaca sin utilizar más grasa que la que ya contenía la propia carne y el queso.

Esa noche no sólo se tomó el tiempo para leer la carta, sino que rompió la monótona realidad de acudir y pedir lo de siempre sin esperar más, sin querer más. Ahí fue cuando el tiempo se comenzó a congelar, con el tiempo y entrenado en el arte de la paciencia, había aprendido algo nuevo, y así comenzó a ver el mundo.

Esa vez comió con todo el tiempo del mundo, no se dio el atascón en menos de quince minutos, se tomó el tiempo de oler el laurel que escapaba de la carne que hervía debajo de la reja donde está la carne de los tacos de cabeza; se dio tiempo de oler el pimiento de los tacos de alambre y sobre todo se permitió tomar un refresco frío de esos que envasan aún en botella de vidrio.

Todo estaba escrito, aprendió a comer y a disfrutar cada bocado en la boca, y antes de terminar el último, vio como el comensal de a un lado comenzaba a ahogarse, como se llevó las manos al cuello, él lo vio en un tiempo retardado, como si no comprendiera lo que sucedía se limitó a observar  y a ver como la vida se le escapaba al que comía con la misma prisa que él hace apenas algunos días.

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