Las inevitables ausencias

FAMILIA POLÍTICA
 
     Muchos de mis amigos del alma y familiares ya murieron (no los menciono, por el riesgo de una omisión).  Otra vez, confieso que no los extraño: aunque sea mentira piadosa o ganas de creer, hago como si anduvieran de viaje y algún día pudiera darse el reencuentro; tal vez extraño pero ¿Imposible?
 
Para mi hermano: Profesor Jaime Ibarra Chavarría (Q.E.P.D.)
 

Cada día se hace más corta la fila ante la ventanilla simbólica donde se refrendan los boletos que al nacer todos compramos para partir con rumbo a lo desconocido.  Los nombres de amigos muertos crece, aunque los verbos vivir y convivir se sigan conjugando en presente por quienes aquí quedamos.  Aunque parezca inhumano, yo no extraño a mis amigos cuando se  van, los recuerdo actuales, como si anduvieran de viaje y algún día podamos volver a vernos.
     No tengo valor para mirar a un cadáver en su féretro (ni siquiera los de mis padres), quiero borrar de mi memoria todo rictus de muerte y hacer de su rostro sereno mi compañero de cotidiano amor, gratitud y protección.
     Ni la lógica ni la cronología pueden predecir la trayectoria de la fatal guadaña, menos aún la identidad de sus destinatarios.  Por ejemplo, hay ancianos, casi centenarios: desahuciados, solos, sin amor, sin atenciones, sin recuerdos… que viven sin vivir; están aquí, aún en contra de su voluntad.  ¡Qué lejos se ve la posibilidad de una muerte voluntaria!
     Cuántos se van cuando aún no es tiempo, de acuerdo con los parámetros mortales: niños, jóvenes, adultos en plenitud de facultades, seres humanos cuya mejor parte queda por vivir…  Dejan profundas huellas de dolor y daño en sus seres queridos.
     Las historias de infancia son también destino: chiquillos que nacen y dejan de respirar con escasos minutos de diferencia, otros (como los célebres biafranos) encuentran un mundo sin oportunidades; son víctimas de inanición temprana y casi siempre inevitable.
En ruidosas calles de las grandes ciudades, hay rincones de soledad en dónde viven y mueren pequeños seres en el infierno de los abusos y los malos tratos: drogas, explotación, prostitución, tráfico de órganos…
En nuestro México, miles de adolescentes, reniegan de su circunstancia que los condena a la miseria, aspiran a salir de ella y se inspiran en narcocorridos, películas, leyendas…  Adoptan como arquetipos a célebres traficantes, secuestradores y otros ejemplares de fauna nociva; algunos (as) hasta pretenden llegar al Congreso bajo la sombra de “ya sabes quién”. 
A la manera de Pancho López (personaje de una canción de Miguel Aceves Mejía): “Viven la vida con mucha rapidez”: inconformes eternos, algún día se encuentran con poderosos padrinos, quienes, antes de terminar en la cárcel o en el panteón, los explotan, los transforman en viciosos y asesinos, les dan dinero, hasta que conquistan su último trofeo: un lugar anónimo en la fosa común, en el ácido de un “pozolero” o en las repugnantes entrañas de los buitres.
Los muertos en general y mis amigos en particular me dan envidia, cuando parten sin largos periodos de agonía, después de ver que sus hijos crecen (algunos hasta triunfan) y hacen de sus nietos motivos de postrera adoración.  Al principio se nota su ausencia, después se hace costumbre.
     Me da terror enfrentar la dolorosa rutina de permanecer durante mucho tiempo postrado en una cama: vegetar en terapia intensiva conectado a ductos de vida artificial; con la faz cadavérica, existiendo, sin vivir, días que no dejan huella y lo peor… sin clara conciencia de que un día vendrá la liberación.  Un personaje de Taylor Caldwell definía al infierno al decir que en él “hay tiempo, pero no hay futuro”.
     Reitero: creo que no temo a la muerte, pero sí al proceso anterior a ella.  La visión de una mejor dimensión (ayer negada) se fortalece con los años.  El miedo a La Nada se transforma en esperanza.
     Por herencia, algunos tenemos expectativas de una larga vida.  Esa longevidad potencial (¿bendición o maldición?) se lleva sin más alternativas que la resignación o el suicidio (aunque lo ideal sería irse como en una escena de la película Cuando el destino nos alcance o en la utópica cámara que para morir felices, los soberanos tenían en la Atlántida de Caldwell).
     Muchos de mis amigos del alma y familiares ya murieron (no los menciono, por el riesgo de una omisión).  Otra vez, confieso que no los extraño: aunque sea mentira piadosa o ganas de creer, hago como si anduvieran de viaje y algún día pudiera darse el reencuentro; tal vez extraño pero ¿Imposible?
     Hoy procuro disfrutar la compañía de selectos amigos de toda la vida, en torno a alegre mesa de café.  A estas alturas creo que estamos más allá del bien y del mal; difícilmente las humanas diferencias podrían separarnos.  Sólo la ineluctable guadaña de Tanatos.  ¿Cuándo será?
Mayo, 2018.

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