Macri y el eterno regreso del cisne negro

La acumulación de distintas crisis hace pensar que siempre es la misma, aunque con distintos protagonistas

Los cisnes negros existen, no es novedad. Son originarios de Australia, donde los ingleses los descubrieron hace más de tres siglos, pero todavía hoy se los utiliza como metáfora de lo inusual e imprevisto. Los cisnes negros existen y vuelan en forma periódica sobre la Argentina. Cada vez que aparecen nos sorprendemos. Y el mundo se sorprende de nuestra sorpresa.
Luego de tantas crisis recurrentes, Argentina ha construido una realidad que es oxímoron y teoría al mismo tiempo: lo excepcional como rutina. Apenas dos meses después de proclamar ante el Congreso que “lo peor ya pasó”, el presidente argentino, Mauricio Macri, escribe otro capítulo de una larga historia. El martes, luego de que el mandatario anunciara que enviaba al ministro Nicolás Dujovne a negociar una ayuda extraordinaria del FMI, un déjà vu colectivo invadió al país. “¿Otra vez?”.
La acumulación de distintas crisis hace pensar que siempre es la misma, aunque con distintos protagonistas. La llegada de Cambiemos y el final del populismo implicaron, en verdad, el comienzo de una prueba que, frente a la primera alteración externa, la Argentina no termina de responder. Son los mercados mundiales los que interpelan el gradualismo de Macri antes que los votantes, que medio año atrás lo fortalecieron, y que la oposición, todavía anda en busca de un conductor.
Con el hecho consumado, es fácil decirlo. La Argentina siempre tuvo bajo observación y sospecha su pasado, pero también su presente. Sin embargo, cuando Macri insistía en que era necesario cuidar los recursos y no gastar de más, entre su propio equipo corría un murmullo de rezongo y negación. Una cosa son las palabras y otras los hechos: bajo su responsabilidad, el gobierno agrandó errores que se sumaron a la herencia del kirchnerismo.
Ante el dilema de cambiar de velocidad para no tener que modificar el rumbo, el presidente argentino está obligado a mostrar si tiene la auténtica dimensión de un líder. Para diferenciarse y ganar con ese contraste, Macri siempre se distanció de los recursos tradicionales de la conducción política y extremó la horizontalidad hasta licuar la solución del problema económico en muchas áreas. Tener un superministro o tener seis no es bueno ni malo. No es un problema de organigrama.
La gradualidad es una elección que Macri hizo por un triple motivo: la precariedad de la situación social heredada, con un tercio de la población en pobreza; la debilidad original del resultado que lo consagró presidente con minoría en el Congreso, y la convicción de que un cambio cultural hacia el esfuerzo llevaría tiempo luego de la fiesta del kirchnerismo.
La crisis cambiaria incluye una mutación como exigencia. No sólo es quién nos presta dinero para tapar el bache fiscal, sino para qué nos seguiremos endeudando y hasta cuándo. El liderazgo y los precipitados sueños de reelección de Macri se juegan entre tasas de interés, arrebatos de mercado, negociaciones en Washington y esa costumbre argentina de dejar volar los cisnes negros.

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