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LAGUNA DE VOCES

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    •    Juanito el de la prepa


A través del Messenger, que muy pocos o ya casi nadie usa, Juanito Herrera, amigo de la prepa, me contactó luego de 39 años, es decir toda una vida, es decir que en ese entonces yo tenía 17 y nos gustaba cantar, junto con Rafael, Toño, Salvador y Nacho, las canciones de Óscar Chávez la mayor parte de la noche, en que asegurábamos que existir era un milagro, y todavía más vivir con esperanza, “porque la vida es triste si no la vivimos sin una ilusión”.
    Para transportarnos por aquellas calles de colonias como la Gabriel Hernández y la Martín Carrera, donde nunca fuimos asaltados, nada más indicado que el Batimóvil de Rafael, la seriedad de Toño, los sueños de riqueza de Salvador, y la sincera amabilidad de Juanito.
    En lo poco que se puede indagar a través de  una red social, me contó que ya se pensionó pero por invalidez, de tal modo que no quise preguntar más hasta que podamos reunirnos los mismos de entonces que, ahora, es evidente, ya no somos los mismos.
    Sin embargo algo pasa cuando descubres que exististe con toda certeza en 1979, que estudiabas la preparatoria, el CCH para ser exactos, y que formabas parte de un grupo de amigos inseparables que tenían como costumbre cantarle a la luna, igual que el Sapo Cancionero.
    Igual que un día nos encontramos en los primeros semestres de la escuela, sin más nos separamos para no saber nada, o casi nada de los seis que acostumbrábamos esperar mucho de la vida, a lo mejor igual que la vida de nosotros. De tal modo que solo ahora que pienso con calma, resulta una bendición que uno pueda encontrar a personas que fueron tan valiosas en un pasado ya lejano, que estoy seguro estaban dispuestos a intentar volar si en un momento dado nos convencíamos que flotaríamos al brincar de un edificio.
    Juanito Herrera siempre se caracterizó por ser el más amable con todos, el que velaba porque Rafael no chocara si la borrachera se nos trepaba en los hombros, el que lograba convencernos que debíamos caminar y abandonar el Batimóvil para que no fuéramos presa de la policía o un poste. Así que de alguna manera todos le debemos la vida.
    Seguramente la preparatoria, al igual que para muchos, fue le etapa más hermosa de mi vida en cuestión escolar, porque supe que el destino nos coloca en el camino de otras personas para dar testimonio de que vivimos, que los jóvenes de 17 y 18 años de entonces tenían tal cantidad de sueños, que hoy mismo sobran para mantenernos ilusionados.
    Juanito me contó que con todo y haber sido pensionado por invalidez se siente bien, es el mismo que reía a carcajadas escandalosas de los 17, el que no acostumbraba tomarse tan en serio los discursos y poesías funerarias que componíamos al aire Ignacio y el que escribe, y terminaba por burlarse para finalizar todos en esos mismos términos.
    No nos tomábamos la vida tan en serio y eso, en muchos sentidos, nos salvó de nosotros mismos.
    Tan solo pensar que han pasado 39 años desde la última vez que nos vimos, lleva a una reflexión lógica de la prisa despiadada que tiene el tiempo.
    Sin embargo fueron esos años cuando logré fincar las amistades más ciertas, más reales, más sin esperanza de nada, como no sea el poder soñar siempre en mejores tiempos, mejores posibilidades para las personas que amábamos y amamos.
    Si existiera alguna foto de los cinco de entonces, apenas dejada la adolescencia para entrar en la juventud, con toda seguridad Juanito sería el primero en soltar el primer comentario, siempre en tono festivo, y el que anotaría casi de inmediato que la fortuna, después de todo, nos sonrió, por la simple y sencilla razón de que seguimos en esta realidad que nos tocó en suerte.
    Abrigamos la esperanza de que el próximo viaje en tren que hagamos sea de nuevo a Tlaxcala, antes que tome un rumbo a donde ya no hay retorno.

Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta    
    
CITA:
Sin embargo algo pasa cuando descubres que exististe con toda certeza en 1979, que estudiabas la preparatoria, el CCH para ser exactos, y que formabas parte de un grupo de amigos inseparables que tenían como costumbre cantarle a la luna, igual que el Sapo Cancionero.