PEDAZOS DE VIDA
Allá donde el concepto de estética y belleza se pierde entre bolas de músculo que desafían la proporción natural del ser humano, de hombres que en la actualidad buscan convertirse en un Apolo, de ciegos que erróneamente buscan encontrase y están en el lugar menos indicado, allá es donde las lágrimas se pierden entre el sudor que resbala por la frente, que moja espaldas y pechos, y que hace a los mortales pujar y emitir sonidos extraños que escapan ante el esfuerzo que implica “esculpir el cuerpo”.
Es donde con la fuerza, los hombres buscan compensar su baja estatura, dónde recriminan la genética y el acto de verse “chaparros” ante otros, que gozan de mayor altura, allá en el Templo de la Vanidad, los rencores se esfuman entre cargas de pesas de hierro, entre bicicletas que no te llevan a ningún lugar, en el Templo de la Vanidad, se busca en todo momento esculpir un cuerpo que ha sido maltratado por la vida, por uno mismo pero también es la oportunidad de tener algo propio, un cuerpo marcado que envidien los que en esta vida ni siquiera eso tienen.
No faltan tampoco los inseguros que aún con forma de Adonis, no encuentran la seguridad que la fuerza bruta no les dio y pisotean con rencor a los de afuera, a los mortales que no gozan de un físico similar pero que con sus virtudes han conquistado el mundo que los del templo no, hay rencor porque después de todo: las virtudes prevalecen y el físico se lo come el tiempo…
En el Templo de la Vanidad, también puede verse en los reflejos a los hombres que no dejan de contemplar su músculo, su piel, su fuerza convertida en tríceps y bíceps, aquellos que se enamoran de sí mismos que se pierden en el éxtasis de la vanidad, del sueño de ser los mejores aunque en el camino pierdan el tiempo de vivir. El Templo de la Vanidad puede convertirse en la tierra de los lotófagos, ahí donde se pierde la noción del tiempo, del propósito de vida. Es un lugar que cuando te atrapa y lo abandonas, te condena desde el espejo de cada día.