Los médicos: entre el deber y el delito

FAMILIA POLÍTICA

“No hay enfermedades
hay enfermos”.

Principio Médico.

En el momento de escribir estas líneas, acapara espacios en los medios la noticia de un médico oaxaqueño acusado de homicidio doloso por la fiscalía de su entidad.  La víctima: un niño al que operó en un hospital privado, carente de los anexos terapéuticos necesarios en una emergencia, como la que se dio en este caso, cuya trascendencia alcanzó los noticiarios del mundo.
    Todos los practicantes de esa profesión, creen en el principio que se enuncia en el epígrafe: “No hay enfermedades, hay enfermos”.  Experiencia de vida que puede traducirse en el ejemplo de un medicamento inocuo para la generalidad de las personas y que produce en otras, reacciones fatales.  A los profanos suele causarnos expectación saber que alguien murió en el proceso de una sencilla operación.  La ignorancia nos lleva al fácil recurso de culpar al médico, aunque sea totalmente ajeno a las reacciones de ciertos fármacos en algunos organismos.  Bajo el principio de causalidad, la voluntad no cuenta.  Ningún ser humano está obligado a lo que, hasta ahora, es imposible.
    Soy educador, creo en los valores y en los antivalores; ambos se trasmiten por cultura y por genética. No asumo su existencia como subjetivismo puro, ni como ontología “per se”…  Los valores tienen existencia objetiva, pero es necesaria la percepción de un sujeto para descubrirlos.
    Sócrates decía: “No hay hombres malos, sólo ignorantes”, “Nadie hace el mal voluntariamente”, “Quien hace el mal es porque ignora dónde está el bien”.
Maquiavelo, en cambio, afirmaba “El hombre es perverso por naturaleza, capaz de causar daño, sólo por placer”.
Es cierto: la Historia se encuentra llena de monstruos (Calígula, Nerón, Hitler, Mussolini…) pero, aún grandes guerreros como Gengis Kan, Alejandro Magno o Julio César, buscaban una justificación ética para sus genocidios.  Pregunto ¿Qué motivo tendría el traumatólogo oaxaqueño para matar a un niño de escasos cinco años?   ¿Qué agravio o afrenta estaría vengando?
    Definitivamente, en este sentido me declaro socrático.
    Mi vida biográfica me permitió trabajar como Delegado del ISSSTE, conocer a numerosos médicos, como personas y como gremio.  En el primer caso, entendí a los seres humanos que subyacen en la doctoral bata blanca; compartí actitudes humildes y también desplantes de arrogancia. Unos, verdaderos apóstoles; otros, los menos, se dejan cegar por la soberbia o corromper por el poderoso caballero que se llama “Don Dinero”.
Decía Doña Estela Rojas de Soto que el complejo de superioridad de los futuros facultativos comienza cuando firman su solicitud de ingreso a la Escuela de Medicina.  Por eso estoy de acuerdo con Alejandro, El Magno, quien en su testamento dejó la instrucción de que su ataúd se transportara a hombros de los galenos más famosos de su vasto imperio.  Todos convencidos de que su ciencia y su sabiduría tienen límites.
En materia de trato personal, hay de todo “en la viña del Señor”, pero aún el médico más irascible e intratable, sería incapaz de atentar en contra del don más preciado al que la ética profesional lo obliga: la vida humana.  El “Juramento de Hipócrates” es un anacronismo; un imperativo pasado de moda, el cual germinó en las mentes fértiles de generaciones que hallaron en él, norma y orientación axiológica para siempre.  
Tengo parientes y amigos en el gremio médico.  A todos los admiro, los respeto y les echo porras en su lucha contra La Parca, aunque, a veces, resulten perdedores.  Guardo especial gratitud para aquéllos que, sin escatimar su tiempo o sus exigencias familiares, estuvieron junto a mis padres en sus últimos momentos.  Nada hay más gratificante, que la presencia de un amigo facultativo, al cual confiar la vida y la salud cuando el ocaso es inminente; cuando el futuro nos alcanza.
Como gremio, los médicos y similares son combativos, celosos en la defensa de sus intereses, aunque sostengan feroces luchas internas por el poder, dentro de las instituciones.  Solidarios con su colega en desgracia, miles de profesionales de la salud, organizan un gran movimiento nacional por lo que consideran una flagrante violación de los principios jurídicos y de los Derechos Humanos.  Afortunadamente, de última hora se sabe que el presunto culpable alcanzó su libertad.
Ante este escenario es obligado preguntar  ¿Puede un Doctor en Derecho emitir una condena, desde su condición de profano en asuntos médicos?  ¿Cuántas clínicas públicas y privadas carecen de salas de terapia intensiva y aún de un indispensable “carrito rojo”?  Ante el temor de ser incomprendidos por sus pacientes, familiares, autoridades… y de enfrentarse al linchamiento social ¿Cuántos médicos se abstendrían de actuar?  ¿Cuántas vidas estarían en riesgo?  ¿Por qué los medios y buena parte de la opinión pública condenan a un profesionista de ejemplar fama pública, sin escuchar a la CONAMED ni tener el veredicto del Juez competente?
La muerte no necesita permiso ni consenso; pero la reputación de un profesionista no debe destruirse por ignorancia o mala fe.

Abril, 2018.

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