LA GENTE CUENTA

 

Cristo roto, cuerpo roto

Roberto respiró hondo, a pesar de que no hacía mucho calor, sudaba de sus manos, pero sudaba frío, de nervios. Era viernes por la mañana y él sabía que significaba. Con un gesto de pesadez tuvo que aceptar que la hora había llegado, así que acomodó sus cabellos largos y rizados, se puso su túnica blanca y sus sandalias.

-Mi amor, tenemos que hablar. Nuestro hijo tiene que recibir un trasplante.

-Pero, si es demasiado joven. No puede ser que nos esté ocurriendo esto.

-Amor, por favor, no te pongas así. Hay que ser fuertes…

-¡Beto! Te estamos esperando. La misa va a comenzar.

Salió de su ensimismamiento. El recuerdo de su hijo en una cama de hospital lo había animado a hacerlo, pero, ¿se estaba acobardando? Comprendió que no era momento de renunciar, terminó de caracterizarse y salió de una vez por todas.

Entró a la iglesia, Roberto no era él mismo. Parecía el mismo Jesús de carne y hueso. Llegó al altar, donde estaba un Cristo de cerámica roto, al igual que él.

-Señor –comenzó a rezar-, espero que lo que vas a ver sea de tu complacencia, y lo hago porque me gustaría ver a mi hijo de vuelta en casa…

Dos lágrimas coronaron la petición. Hubiera llorado si no fuera por Martín, quien sería Poncio Pilato en el Viacrucis, entrara a la capilla, pidiéndole ya su presencia.

El calor comenzaba a dejar sus estragos en la piel de los asistentes, pero su fe era más grande que cualquier cosa. Roberto entró en escena, siendo juzgado por los fariseos, pero Poncio no quiso verlo de esta forma, y aun así lo sentenció a la crucifixión.

Comenzó el acto. Cristo comenzaba a ser azotado por los soldados romanos con mucha violencia, y su espalda cambiaba constantemente de color, de rojo pasaba a ser negro, y de negro a morado. Su espalda cargaba no solo la cruz, sino los latigazos y el sol, acentuando más su agonía.

La hora final se acercaba, Roberto se esforzaba por subir la cuesta, pero con el dolor, el cansancio y la sangre comenzaban a cobrar factura. Una fuerza sobrenatural surgió de su interior. De pronto, el dolor ya no estaba…

-Amor, ya tenemos donador

María Magdalena se acercaba a él para comunicarle la buena nueva. Todo se ha cumplido.

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